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Me verás volver: fin de ciclo y elecciones en Brasil

01 octubre de 2014

(Por Patricio G. Talavera)

El de Brasil, junto con el de Perú, son los electorados más volátiles de la región y por eso suelen plantearse escenarios muy competitivos y es difícil pronosticar los resultados

"Esta elección está cargada de ineditismos”. Con veinticinco años de distancia entre ambos comicios, se usó la misma frase para definir el espíritu de las dos convocatorias. La primera, la de 1989, tuvo como autor de la frase a un ignoto gobernador nordestino, Fernando Collor de Mello. La segunda vez, hace algunas semanas, en boca del ex presidente Lula, en defensa de la candidatura de su ahijada política, Dilma Rousseff. En 2014, al igual que en 1989, Brasil se enfrenta a una elección completamente imprevisible. Si en 1989 un nuevo contingente de millones de electores sufragaba por primera vez, en la primera elección directa a presidente desde 1960, en 2014 la particularidad viene dada por otra serie de factores.

Por primera vez, el electorado de más de 60 años será más grande que el de la franja de entre 16 y 24 años. El electorado joven, como probaron las manifestaciones de 2013, se encuentra cada vez mas alejado de la política, tendencia que durante los gobiernos del PT se ha acentuado. Si en 2006 apenas el 39% de los electores de entre 16 y 24 años habían sacado su carnet de elector, el número declinó a 32% en 2010, llegando a 25% en 2014, como se observa al cruzar los datos del Tribunal Superior Eleitoral (TSE) con los del Instituto Brasileño de Geografia y Estadística (IBGE).

Por otra parte, el hecho, también inédito, de que dos mujeres definan el pleito final por la presidencia también se corresponde con los cambios en el electorado: hoy más que nunca, con el 52,1%, las mujeres son mayoría. No casualmente, para esta elección, las candidaturas femeninas inscriptas se dispararon 150%. Por último, según un informe del Instituto Patricia Galvao sobre raza y género en estas elecciones, 2014 se consagra como el primer año electoral en el cual la población negra y parda es mayoría neta del electorado, algo que se observa también en la dicotomía presidencial: Rousseff, como hija de inmigrantes búlgaros católicos, clase media en Belo Horizonte. Silva, por su parte, como negra e hija de inmigrantes nordestinos de clase baja, evangélicos, afincados en la Amazonia.

Las elecciones de este año reúnen una serie de características que pueden ser claves para el análisis. Sea cual fuere, el resultado marca el fin de un ciclo político. Bajo el primer mandato de Dilma, se ha acentuado la movilización social, que a la postre vino a diluir la hegemonía política que el PT venía ejerciendo desde 2003. Un eventual triunfo de Marina Silva haría patente ese fin de ciclo político con un cambio de gobierno, pero una eventual victoria de Dilma se proyecta ajustada y en un escenario inestable y recesivo.

El ciclo de movilizaciones que eclosionó en 2013 inyectó una mayor volatilidad al voto, añadiendo mayor imprevisibilidad y facilitando opciones antisistema ideológicamente híbridas que buscan canalizar las demandas en materia de medio ambiente, servicios públicos y corrupción. Dichas movilizaciones son un corolario de cambios institucionales y sociales que se vienen dando en Brasil desde la redemocratización, con la ruptura del modelo estado céntrico, legado del Estado Novovarguista, y la difusión creciente de organizaciones sociales y de representación sectorial, otrora satélites de la esfera estatal. El envión inicial lo dio la Constitución de 1988, que brindó grandes márgenes de acción y recreación de este tipo de representaciones. De ella surgieron grandes movimientos iniciales como los municipalistas Viva Rio o Viva Sao Paulo, con un claro punto de quiebre en el movimiento Fora Collor, con respecto al impeachment presidencial de 1992.

El movimiento continuó ascendiendo con la expansión contestataria del Movimiento Sin Tierra, participante de la coalición social que llevó a Lula al gobierno en 2002. Los cambios sociales de Brasil en los últimos años llevaron a una generación de beneficiarios a exigir nuevas reformas para terminar con problemas endémicos. A la par, el PT desdibujaba su perfil original en pactos de gobierno que, si bien le permitieron realizar reformas, fueron menos radicales de las pensadas, y más conniventes con viejos problemas que ahora eclosionan.

El freno de la distribución de la riqueza en un país demográficamente creciente, añadió tensión social y derivó en inéditos cambios en las municipales de 2012, a partir de las cuales obtener la reelección pasó de ser una habitualidad a ser una odisea. De esa elección emergió como nueva fuerza el PSB, el partido de Eduardo Campos y ahora de Marina Silva, que logró capitalizar inicialmente el descontento con el bipartidismo PT-PSDB.

VOLATILIDAD SI, DEBILIDAD NO

Junto con el de Perú, quizás el de Brasil sea uno de los electorados más cambiantes del continente. Salvo Lula en 2002, ningún candidato ganador desde 1989 comenzó su campaña liderando las encuestas. Esa característica se mantiene a lo largo del tiempo y cruza los niveles municipal, estadual y federal.

Un ejemplo de esta campaña: el candidato de Dilma a la gobernación de Pernambuco, Armando Monteiro, inició la campaña ganando 47% a 13% contra el delfín de Eduardo Campos, Paulo Camara (Datafolha, 13-8). En veinte días el PSB revirtió el escenario, pasando a empatar para la primera semana de septiembre y ganar 38% a 32% a mitad de mes. Esto, proyectado al electorado, significa que 50 mil personas por día podrían haber cambiado la dirección de su voto. Este tipo de situaciones, muy recurrentes, son exhibidas como parte de un sistema político débil, con liderazgos sin estructura.

La realidad es que los coeficientes de transfugismo, lealtad partidaria y de voto muestran un fortalecimiento de las organizaciones políticas, lento pero sostenido, que desmiente esa tesis.

EL CAMBIO, DIVINO TESORO

Presentarse como un político tradicional pero “responsable” le costó a Aécio Neves (PSDB), la marginalidad en las encuestas. Desde la olvidada promesa de Dilma de una reforma constitucional, hasta la aparición y ascenso meteórico de Marina Silva en las encuestas (que en apenas 15 días pasó de perder 36% a 21% a empatar con Dilma en un 34%), el electorado (el 68% declara la necesidad de un cambio) estaría buscando alternativas y nuevas formas de praxis política.

Sin embargo, dicha intención contrastaría con su propio voto: el ex presidente Collor de Mello sería reelecto masivamente como senador; el líder de las encuestas para alcalde de Brasilia hizo la mayor parte de su campaña condenado por sobornos, hasta que el Tribual Superior Electoral barrió su candidatura.

El partido más implicado en el sonado escándalo de Petrobras (senadores y gobernadores cobrando porcentajes de licitaciones) es el PMDB, quizás lo más parecido al peronismo argentino en la política de Brasil y aliado de Dilma, que sin embargo podría tener una expansión histórica en estos comicios. Gobernar esas contradicciones quizás sea el principal desafío de la dirigencia brasileña.

BUENOS VECINOS

Lo que se puede afirmar con alguna nitidez es que de esta elección depende el futuro del Mercosur. Marina Silva se mostró coincidente con Neves en evaluar la salida del Mercosur, y cuestiona veladamente la “paciencia estratégica” de Lula y Dilma con Argentina, a la cual menciona siete veces en su programa electoral.

Habla de “regionalismo abierto” y no descarta un TLC con Estados Unidos o con la UE. Incluso plantea la fusión del Mercosur con la Alianza del Pacífico, replicando el discurso del ala más radical de los empresarios paulistas. Dilma, por su parte, se verá forzada por el Parlamento posiblemente más fragmentado de la historia reciente (18 partidos pueden llegar a tener representación, contra 9 en 2002) a negociar posturas, y a endurecer las reclamaciones por barreras comerciales.

La más que probable salida del ministro Guido Mantega de Economía a fin de año, quizás abra un espacio de reformulación, que sin embargo se verá condicionada por la obligada interdependencia de las dos economías.

UNA MUERTE Y DOS PROYECTOS

La muerte de Eduardo Campos, tercero en disputa hasta el accidente, marcó una divisoria de aguas en la campaña. La misma no se había movido hasta allí de tres esquemas básicos: primero, el reparto del voto en bloques de 35% (Dilma), 20% (Neves) y 10% (Campos).

La campaña del gobernador pernambucano era errática y su relación con su vice, Silva (afiliada al PSB apenas dos meses antes, cuando la justicia rechazó la presentación su propio partido, Rede Sustentabilidade) no era buena, al punto de hacer campañas separadas.

El segundo esquema era el 35% favorable a Dilma y el 35% que juntaban los demás diez candidatos (de los cuales 6 son ex petistas), lo cual dejaba abierta la posibilidad de victoria en la primera vuelta.

El tercer esquema es el planteo táctico con el que el PT ganó tres elecciones: arrasar en el nordeste (Bahía, Alagoas, Pernambuco) donde Lula es un mito viviente, para compensar las bajas en el Centro Sur (S. Pablo, R. Grande do Sul, Paraná).

La muerte de Campos rompió esos esquemas, e hizo disparar la candidatura de Silva, que sin embargo perdió terreno por su falta de definición en temas claves, al ceder a la presión por Twitter del pastor Malafaia, líder conservador evangélico, y sobre todo, por incorporar propuestas más cercanas a posiciones políticas más tradicionales (autonomía del Banco Central, renuncia al matrimonio gay, perdón a militares vinculados a tortura, renuncia a los réditos del petróleo submarino para educación y salud) y propias del PSDB (una especie de PRO brasileño).

Dilma aprovechó en los debates dicha ambigüedad, reformuló los tecnicismos de los spots a un lenguaje más llano. Al enfatizar la inversión en Salud y Educación, logró recuperar terreno y neutralizar el fracaso de la estrategia de Lula de renovación de liderazgos locales para traccionar votos (Gleisi Hoffman en Paraná, Alexandre Padilha en São Paulo, Lindberg Farías en Río). Finalizado el “efecto shock” por la muerte de Campos, Dilma toma una inestable delantera en primera vuelta, logrando perfilar la posibilidad de un empate técnico para la segura segunda vuelta, con un Neves luchando ahora sólo por mantener vivo su reducto electoral, Minas Gerais.

Aún triunfando, el ciclo hegemónico del PT seguramente está concluyendo, ante la vuelta de una derecha electoralmente más competitiva, recuperada del “trauma” que implicó para esa parte del arco ideológico las presidencias de Cardoso, encarnada en la volátil proyección de Marina Silva. El PMDB, aliado “catch all” de Dilma, saca partido de la división y probablemente elevará el precio de su colaboración, poniendo su condición: la candidatura presidencial de 2018, desafiando al movimiento que quiere la vuelta de Lula.

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