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La interna de la interna kirchnerista

06 marzo de 2015

(Columna de Sebastián Iñurrieta)

Hoy no está claro el grado de involucramiento presidencial en la campaña y cada trinchera apuesta por la versión que más le conviene: el chivilcoyano espera una bendición ante un más consolidado gobernador bonaerense que la evita.

Cristina Fernández de Kirchner le pondrá la banda presidencial a su sucesor el próximo 10D. Pero teme, simbólicamente, tener que entregarla antes. Con unas PASO muy reñidas, la Mandataria podría mantener aún el capital político sobreviviente de la guerra judicial al menos hasta las generales de octubre. Por eso, aún en medio de las réplicas del terremoto político que generó la muerte del fiscal Alberto Nisman, como la masiva marcha del 18F, la Casa Rosada se desvive por avivar las llamas de las internas. Tanto las ajenas como las propias, por unos fragmentados comicios.

Ante el exponencial crecimiento del renovador Sergio Massa posbatacazo 2013, fueel propio kirchnerismo que alimentó a Mauricio Macri como su perfecto enemigo ideológico, más definido que su ex jefe de Gabinete, para confrontar con los publicitados pilares del modelo. El acuerdo del jefe de Gobierno porteño con el inoxidable peronista santafecino Carlos Reutemann superó las expectativas oficiales, ya que siempre menospreció al PRO como un partido vecinalista con pocas posibilidades de seducir al justicialismo, partido que venía siendo desgarrado por el tigrense y Daniel Scioli, el gobernador bonaerense que porta el mote de oveja negra K.

La lógica de engorde de postulante opositor es decodificada en el PJ con una fatal sentencia: Cristina juega a perder. En su virtual lanzamiento como candidato a gobernador bonaerense, el referente del devidista espacio Los Oktubres, Patricio Mussi, abrazó la hipótesis al augurar que “es preferible perder con los nuestros, que ganar con los infiltrados”. La Presidenta estaba al lado del intendente de Berazategui. Más lejos, sin mostrar señales de incomodidad, con un posgrado en dicha especialidad, estaba Scioli.

Tal vez la Rosada no llegue a tanto, apostar a perder, pero en la lógica derrotista subyace la desconfianza oficial hacia el ex motonauta como garante del modelo K. Histórico outsider y equilibrista, el bonaerense ahora se muestra más cristinista que sciolista, apostando al electorado de su futura interna. Y también apunta a Macri como su contracara. Poco moderado, en un mensaje dirigido al líder de PRO, usando nombre y apellido cuando por lo general suele ser más elíptico, el gobernador parafraseó el reproche presidencial a la falta de debate político pos2015: “Que digan qué quieren cambiar. ¿Vamos a devolver YPF a los privados? ¿Vamos a volver a endeudar a la Argentina? ¿Qué vamos a hacer? ¿Vamos a revolear por el aire a Aerolíneas Argentinas? ¿Vamos a ir para atrás con las políticas sociales?”. Palabras de Cristina en boca de Scioli.

Con las últimas encuestas, que ubican al tope por primera vez al ex presidente de Boca, las alarmas en Balcarce 50 ya se encendieron. “Tal vez le dimos demasiado aire a Macri, pero eso lo podemos ir regulando”, se esperanzan en los despachos oficiales, donde temen una desaparición de Massa del escenario nacional.

“Divide y reinarás”. Siguiendo el consejo de Nicolás Maquiavelo, el secretario de Legal y Técnica, Carlos “Chino” Zannini, habitual DT electoral oficial, sabe que tres es mejor que dos, a la hora de dividir el electorado. Calculando un núcleo duro propio que roce el histórico 30% (techo del kirchnerismo en sus comicios para el olvido), la peor pesadilla oficial se materializaría con una polarización temprana, teniendo enfrente a un heterogéneo pero compacto espacio anti-K. Optimista, como siempre, confiado incluso en poder ganar en una primera vuelta, Scioli presiona para que Massa se conforme con ser candidato para sentarse en su silla en la gobernación bonaerense. El blindado ex motonauta, mimado por las encuestas desde hace doce años, cree poder pescar adhesiones por fuera del lago oficialista. Para ello necesita unas primarias en las que nadie le dispute el rótulo de heredero (aun por obligación) de Cristina Kirchner para garantizarse el piso K. Flameando la bandera blanca de la “lista de unidad”, izada por un peronismo anaranjado que no desea una guerra interna que impida sellar la paz en las generales, como si fuera poco, Scioli pretende además que Florencio Randazzo, el ministro de Transporte que aventajó al resto de la troupe K del original G7 pejotista, siga los eventuales pasos de Massa hacia La Plata. La tropa naranja no duda en pedirlo en público, como el ex sabueso de ARBA, Santiago Montoya, que no tiene bozal para sus definiciones políticas.

De tanto en tanto, para avivar la llama de una interna que la mantiene en el centro de la escena, Cristina apela al inflador para mantener a sus postulantes en la marquesina. “Cuando te atacan los enemigos de tu país, como son los fondos buitre, más que como un ataque yo lo veo como una cucarda porque si fueras un buen candidato para ellos, estaríamos en problemas”. El elogio de Cristina a su ministro, cuyo patrimonio había sido blanco de la ira de los que no se adhirieron al canje de deuda, reavivó la interna. Y volvió a confundir a un peronismo que, con los sondeos en mano, ya estaba imprimiendo las boletas de Scioli-Randazzo (Nación y provincia). Hoy no está claro el grado de involucramiento presidencial en la campaña y cada trinchera apuesta por la versión que más le conviene: el chivilcoyano espera una bendición ante un más consolidado gobernador que la evita. “Cristina no va a apostar a caballo perdedor, ante la duda no será explícita”, analizan en los laboratorios electorales pejotistas, donde paradójicamente también formulan la lógica derrotista.

En las unidades básicas, siempre temerosas de perder el poder, temen que el 1999 se reedite en 2015. Una Rosada (por entonces con Carlos Menem adentro) boicoteando la campaña del postulante oficial (casualidad o no, otro gobernador bonaerense, Eduardo Duhalde). Randazzo conoce el paño peronista, que suele esquivar riesgos innecesarios. Por eso comenzó a trabajar en la interna de la interna, para validar su postulación. En cada provincia que visita Scioli en busca de un acuerdo con un referente local, en general bendice a sus pares, en paralelo el ministro buscar su propio discípulo en el kirchnerismo autóctono. Ocurre en Río Negro. Mientras el ex motonauta se decanta por el senador Miguel Pichetto, que hace demasiado tiempo sueña con ser gobernador; el ministro auspicia al intendente Martín Soria, hijo del extinto mandatario. También en La Rioja, con un Scioli apoyando otra reelección de Luis Beder Herrera, Randazzo apuesta por el jefe comunal capitalino, Ricardo Quintela. Y en breve pasará en Chubut, cuando el mandatario anaranjado Martín Buzzi que quiere llegar a 2019, sufra la visita del chivilcoyano que viaja a convencer al alcalde de Comodoro Rivadavia, Néstor Di Pierro, para que lo enfrente en las primarias del FpV.

Ni hablar en Buenos Aires, la madre de todas las batallas. Sin descartar el comodín Martín Insaurralde, con un siempre inminente salto de garrocha que podría no ocurrir, Scioli se muestra con el intendente matancero Fernando Espinoza, al tiempo que prepara carteles para la vía pública de su ministra de Gobierno, Cristina Alvarez Rodríguez. Aún manteniendo cierto protocolo, sin negar por ejemplo compartir un acto con el gobernador, los postulantes más K quedan del lado de la línea randazzista. Uno de los últimos desembarcos del titular de la Anses, Diego Bossio, fue en Chivilcoy. Y aún resuena la caza de brujas antisciolista de “infiltrados” de Mussi. El joven intendente, por devidismo, es cercano al entrerriano Sergio Urribarri, que apuesta a levantar su alicaída precandidatura siendo la síntesis electoral, una tercera posición, de los presidenciables peronistas hoy más rezagados. El gobernador ya le propuso la idea a su contrincante de mitad de tabla Julián Domínguez. El titular de Diputados tiene la salida elegante bonaerense en la carrera por el Sillón de Rivadavia.

Incontables variantes pero una sola verdad: todos son precandidatos hasta que Cristina diga lo contrario. Y como es tradición en el kirchnerismo, la Presidenta esperará a último momento para revelar su estrategia. Lo más cerca del 10D que pueda.

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