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Cambio político y elecciones en España

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24 mayo de 2015

(Columna de Patricio G. Talavera)

“No entiendo como la gente puede votar a un niño con olor a nenuco”. La presidenta del Congreso, la inefable Celia Villalobos, hacia uso de su gracia andaluza para expresar, semanas atrás, su consternación frente al fulgurante ascenso de Ciudadanos, la nueva formación de Albert Rivera. A su frase se sumaba la del “cerebro” de las campañas del PP y marido de Villalobos, el sociólogo Pedro Arriola, quien se refirió a Podemos como “esos frikis que planean sobre Madrid”. Metáforas aparte, quizás sea la esencia de esas consideraciones las que mejor reflejen la mentalidad con la que el gobernante Partido Popular encaró las elecciones autonómicas y municipales del último domingo. Una extrañada mezcla de incomprensión, miedo y confianza casi religiosa de que finalmente, “nuestros votantes volverán, porque no tienen otro lugar a donde irse”, como expresó el presidente Mariano Rajoy. Bien entrada la noche del domingo electoral, un silencio espectral se apoderaba de Génova 13. El PP se enfrentaba a los peores resultados desde 1991. Los votantes habían encontrado lugares disponibles.

MINORÍA ABSOLUTA

Las elecciones en España deben leerse en dos niveles: autonómico y municipal. 13 autonomías sobre 17 renovaban autoridades, de la misma manera que lo hacían los más de 8 mil ayuntamientos. El Partido Popular ha perdido casi dos millones y medio de votos, 30% de su electorado, y no ha renovado la mayoría absoluta en ninguna comunidad. Durante los últimos años, el PP ha venido reiterando una estrategia electoral determinada: el cuidado máximo de sus bastiones en capitales emergentes como Madrid o Valencia, en base a un discurso fuertemente identitario para compensar la continua sangría de votos en Cataluña y el País Vasco. De esa manera, el discurso nacionalista español se confrontaba con los “nacionalismos periféricos”, sumamente competitivos y arraigados en sus zonas de influencia. La inagotable serie de escándalos de corrupción y la prolongación de la precariedad social (España cuenta con 4,5 millones de desocupados, 23% de su población activa) han pasado una pesada factura no solo al PP, sino también al PSOE. Sin embargo, la suma del bipartito indica una recuperación de adhesiones si se le compara con las europeas, con las limitaciones que tiene la comparación entre dos elecciones de muy dispar importancia para el ciudadano promedio. Se pasa de 49,1% a 52,1%. El bipartito pasa por un pésimo momento, pero no está muerto ni mucho menos. Estas elecciones han demostrado lo importante que son las estructuras y el arraigo electoral en una geografía muy distribuida, lo que ha facilitado al PP y al PSOE retener su condición de fuerzas con posibilidades concretas de liderar los ejecutivos. En contraposición, las nuevas formaciones tienen resultados dispares. Conforme pasaba la noche, quedaba clara su condición de “fuerzas-llave” de la gobernabilidad. Solo que la llave de Podemos quizás sea de mayor consideración que la de Ciudadanos. Toda la expansión y ascenso de las últimas semanas de la formación de Albert Rivera reconoce una inesperada detención, con un resultado por debajo de sus expectativas. Por el contrario, la estrategia diseñada por la conducción de Podemos de subsumir sus siglas al formato de coaliciones con otros partidos y movimientos cívicos, da muestras de acierto: reuniría 1,7 millón de votos, frente a los 807 mil de las europeas de 2014. De un 37% en 2011, el PP ha quedado en 27%, mientras la caída del PSOE es más suave: pasa de 27% a 25%. Izquierda Unida, en cambio, se encuentra frente a una auténtica debacle electoral, expulsada de los principales foros legislativos, desastre solo superable por UPyD, la cual virtualmente fue absorbida por Ciudadanos: 224 mil votos, 2 alcaldes y 125 concejales. Su lideresa, Rosa Díez, anunció su dimisión a la candidatura para las generales.

En el sistema español, gana quien gobierna y no quien tiene más votos. En Madrid, el PP esperaba que su inveterada baronesa, Esperanza Aguirre, neutralizara los efectos radiactivos de la gestión de Ana Botella, esposa de José María Aznar. Con una fuerte subida en la participación, Aguirre logró ganar, pero a costa de perder la mayoría absoluta y dejándose por el camino 1 de cada 4 votantes. Su triunfo sería insuficiente: la suma de PP y Ciudadanos (28 escaños) es inferior a los 29 de la suma de Podemos y PSOE, lo que llevaría a la jueza Manuela Carmena a romper los 24 años de hegemonía municipal conservadora. Similar situación se da en Valencia, donde la incombustible Rita Barberá no tiene ni bancas ni aliados municipales para sobrevivir al tsunami electoral. Un tripartito de izquierdas podría desbancar al PP en las comunidades de Aragón y Valencia; Podemos seguramente se abstendrá o apoyará al PSOE con tal de desbancar al PP de Castilla La Mancha y Extremadura. Sin mayoría absoluta, el PP lograría gobernar con mayoría simple en La Rioja, Murcia y Castilla y León, bastiones históricos de la ruralidad conservadora española, descubriendo ahora su dependencia con Ciudadanos. Asturias mantendría su filiación socialista, y sólo un milagro de la matemática parlamentaria permitiría una muy condicionada continuidad del PP en Baleares y Cantabria. A nivel municipal, la activista antidesahucios Ada Colau sacude la política catalana desplazando a los nacionalistas en Barcelona, que mantiene, como Navarra, una tradición de voto muy fragmentado. La contracara del nacionalismo catalán, en fase soberanista, es el vasco, dado que el PNV arrasó, a costa del voto más radical de Bildu. El PP descubre en su bastión de Galicia, tierra de Rajoy, la derrota, frente a la marca de Podemos, Marea Atlántica, en ciudades clave como Compostela y La Coruña, e incluso abriendo la posibilidad de un cogobierno entre PSOE, nacionalistas y Podemos en Ferrol y Lugo.

CHE PIBE, VENÍ, VOTÁ

Las elecciones 2015 prefigura un escenario completamente inédito, solo comparable con las municipales de 1979 y 1931, por la preponderancia de centros urbanos y avance de fuerzas de izquierda, con un añadido: la clave generacional. Mucho más que en anteriores elecciones, las generaciones más jóvenes, las que padecen más la desocupación y recuerdan menos la mística de la transición democrática, difieren radicalmente de las generaciones más maduras. El PSOE y el PP votan muy mal entre los que nacieron luego de 1975. Aunque el voto a Ciudadanos y Podemos no es especialmente más formado que el voto al PSOE, sí varía en su edad, lo que constituye un dato nuevo de la política española. Dicha novedad excede la polaridad izquierda-derecha, y es cruzada por múltiples problemáticas como cambio radical-cambio moderado, pacto-ruptura, etcétera. La protesta identitaria se cruza con la social y con la antipolítica. Cuando las cosas van mal, todo suma. Dicha situación fue vista por Podemos, y de allí el origen de la candidatura de Carmena, de 71 años. Los "niños de la guerra", nacidos antes de 1939, y los "niños de la autarquìa" franquista, nacidos entre 1939 y 1958, sostienen opciones mas tradicionales de voto, en tanto que los “baby boomers” de los años 60, conservadores abiertos a la reforma, y los nuevos votantes (posteriores a 1975) se coaligan para detonar las bases electorales del sistema edificado en la transición. El ascenso de la participación en regiones específicas, altamente urbanizadas, sería un indicador importante para determinar su influencia.

“Una España que muere y otra que bosteza”, distinguía Antonio Machado. El derrumbe de las certezas constitutivas del régimen de 1978 abre un escenario mixto, de permanencias (un bipartito más resistente de lo que se preveía) y novedades (rupturas generacionales y centros urbanos fragmentados y levantiscos a la tradición política), que implica la consubstanciación de un nuevo ciclo en la vida política española. La escritura del guión ya no reconocerá exclusividades, y las lealtades y liderazgos, durante 40 años, estables y previsibles, trocan en un complejo rompecabezas que obligará a una dosis inusual de consenso, frente a una sociedad con demandas exacerbadas, contradictorias y volátiles. “Afortunado el que vive tiempos interesantes”, reza el proverbio chino, haciendo referencia a etapas convulsas y de incertidumbre. Después del domingo, España difícilmente podría considerarse más “afortunada”.

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