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Trascender es el proyecto

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27 junio de 2015

(Columna de Néstor Leone)

La fórmula Scioli-Zannini como ecuación electoral y etapa diferenciada en el ciclo kirchnerista.

El cierre de listas comenzó el martes 16, a las 20.05. Anticipadamente, de manera precipitada. Cuando el gobernador Daniel Scioli soltó el nombre de su precandidato a vice. En una entrevista televisiva generada ad hoc y contrariando cierta tradición de anuncio formal. Pero, sobre todo, cuando se tomó dimensión de lo que significaba que el nombre de Carlos Zannini retumbara en su boca. Por el peso decisivo que siempre tuvo el secretario Legal y Técnico de la Presidencia en cada una de las decisiones del oficialismo, en su ingeniería de gestión, en su estrategia de poder. Por la relación de afinidad consustanciada, de visión compartida, que estableció durante décadas con el matrimonio Kirchner.

De hecho, que fuese Zannini el nominado dejó en claro un par de cosas, rápidamente: la voluntad de Cristina de jugar fuerte en favor del triunfo de Scioli y que quedaría obturada cualquier interna posible (real y decisiva) en el Frente para la Victoria. Florencio Randazzo, su rival en ciernes, lo comprendería en vivo y en directo, de una vez y para siempre. Y el resto de los actores del espacio lo aceptaría sin tantos reparos. Aun aquellos que hacían del rechazo hacia Scioli una actitud militante y señalaban flaquezas y defecciones en el perfil del gobernador. Aun aquellos que observaban en su itinerario político sólo ajenidad y se detenían en el abanico de rispideces y tensiones acumuladas con los Kirchner.

La ecuación electoralista, simple y taxativa, sirvió como argumento predominante. Entre el pragmatismo sopesado de Cristina y la real politik asumida. Y, por cierto, dado el buen posicionamiento de Scioli en casi todas las encuestas. Lo que queda por evaluar es cuánto de otras razones confluyeron en la decisión. Y cuánto de peso relativo debe adjudicárseles. El objetivo implícito de darle sustentabilidad de mediano plazo al “proyecto” (¿etapa diferenciada y de menor intensidad?), por caso, quizá deba figurar entre ellas. Lo mismo que cierta creencia en la necesidad de obtener una institucionalización mayor del Frente. Sin perder el timón de las cosas y la conducción del espacio, pero sin lidiar con los costos. En la medida de lo posible, y a pesar de los riesgos.

GENEALOGIAS

El Frente para la Victoria, hasta aquí, fue menos la representación de un instrumento electoral, que la adhesión al liderazgo audaz e impenitente de sus máximas referencias. Pudo obtener considerables éxitos electorales y se destacó como fenómeno de poder, pero no tanto en términos de estricta construcción político-partidaria. Y esto, tanto por incapacidad propia, como por condicionantes estructurales del sistema político. Aunque, también, por cierta propensión de los Kirchner a sentirse secretamente a gusto en esa inorganicidad.

En el mismo sentido, puede decirse que el Frente funcionó mejor como articulador de la heterogeneidad social existente, como argamasa parcial (muy parcial, si se quiere) de la aguda fragmentación heredada, que como constructor de armados tan propios como consistentes en términos territoriales. La naturaleza variable y limitada de la coalición de gobierno tanto como las dificultades para ofrecer una sucesión presidencial que no descansaseen el apellido Kirchner y que, a su vez, sea acorde con la intensidad y el horizonte de sentido que esa nominalidad impuso, son indicadores de esto.

El apellido Zannini, en fórmula compartida con Scioli, de alguna manera, tiende a mitigar esta última cuestión. Y la conformación de las listas a legisladores nacionales con preponderancia de dirigentes altamente comprometidos con la conducción unívoca de Cristina quizá le dé mayor cuerpo a esa ascendencia. Pero en ninguno de los casos permitirá, por sí solos, superar aquellas limitaciones. Que el Frente para la Victoria pueda convertirse en un partido de gobierno, como esfera diferenciada y, a la vez, sin perder incidencia concreta en la dirección del Estado es probable que sea una forma pensada por Cristina para trascender el tan mentado fin de ciclo. Con Scioli “acotado” al ejercicio del Ejecutivo y con grados más amplios de autonomía que los que hoy se presagian; y con el Frente para la Victoria como espacio de negociaciones. Ineludible y congraciado.

INTENSIDADES

Otra lectura posible (no necesariamente contrapuesta) sobre el respaldo a Scioli, vía designación de Zannini, también tiene a la sustentabilidad de mediano plazo del “proyecto” como eje vertebrador. Esta vez, más ligada a los tiempos e intensidades de la marcha del país. La económica, por supuesto. Pero no sólo. Y a ciertas facetas de Scioli, tan ponderadas por algunos como denostadas por otros. Por ejemplo, la moderación. O la apelación a ciertos consensos. Facetas, éstas, consideradas necesarias (hipotéticamente) para emprender las tareas de una eventual nueva etapa. Diferenciada, aunque no antagónica. Con más continuidades que rupturas. Posiblemente de menor intensidad.

El doble juego de tensión implícita (o manifiesta) entre un Ejecutivo sciolista casi incontaminado y un Congreso más ajeno, más distante, puede que se lleve las principales miradas incómodas en la política que viene. Como producto de aquella institucionalidad buscada. Como parte de esa estrategia de moderación considerada necesaria. Y, de alguna manera, más lejana a la “profundización” prometida.

La restricción externa casi crónica, la inflación relativamente alta sostenida en el tiempo, el tratamiento de la deuda remanente, la necesidad creciente de divisas para retroalimentar al aparato productivo y ciertos desajustes acumulados en algunos ámbitos, en ese sentido, es probable que persistan como acicate. Y como problemas de abordajes diferenciados. Para un Scioli obligado a intervenir con sus propios cuadros y acostumbrado a que lo subestimen. Y para un kirchnerismo dispuesto a marcar contornos, a señalar condiciones de posibilidad. Y, de alguna manera, a mantenerse como celoso demiurgo de la pureza del proyecto.

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