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¿Democracias sin democracia?

14 junio de 2011

(Artículo publicado en la edición nº33)

Los candidatos tienden, cada vez más, a presentarse como los protagonistas excluyentes del proceso político.

Insistíamos hace algunas semanas desde esta columna en la necesidad de elevar la mirada por sobre los hechos de la coyuntura para evaluar con mayor perspectiva los síntomas reveladores de la pérdida de calidad institucional de los procesos internos de definición de candidaturas. A poco más de dos semanas de la fecha límite en el cronograma, los acontecimientos encienden nuevas luces de alarma.

Plantean incluso una incógnita en gran medida común en la experiencia de muchas democracias incluso mucho más consolidadas que la nuestras. ¿Será posible que, de un modo acelerado, estemos asistiendo a un nuevo ciclo en el funcionamiento de los mecanismos de democracia interna, que hasta lleven a pensar en el advenimiento de nuevas formas de democracia sin democracia?

Palabras más palabras menos, afirmábamos en nuestra columna del pasado 26 de abril, dedicada a las patologías de un presidencialismo agonal, que en la Argentina, como en casi todas las democracias contemporáneas, hace ya demasiado tiempo que se votan individuos y no partidos. La contaminación de los partidos tradicionales con los usos y costumbres de los populismos personalistas es un fenómeno común en todo el continente y las elecciones del Perú acaban de incorporar evidencias incontrastables

en este mismo sentido.

La generalización y recurrencia del fenómeno llevan incluso a pensar que asistimos a procesos desde muchos puntos de vista irreversibles. Los candidatos ? poco más de media docena? concentran la totalidad de las expectativas, los sentimientos y las actitudes de los votantes. Asumen el papel de protagonistas exclusivos y excluyentes de la competencia política. Sus principios, ideas, propuestas, equipos, son lo de menos. Lo importante es el monopolio personal de las expectativas.

Reclaman el voto para ellos mismos, más allá del partido o alianza que ocasionalmente representen. Exigen una adhesión ciega e incondicional. Rodeados de un grupo minúsculo de amigos políticos y equipos de campaña, marchan hacia delante sin mirar hacia atrás. No aceptan objeciones, argumentos ni debates. Marcan el terreno, sin aceptar opciones ni destinos alternativos. “Estos son mis principios ?parecerían decir,

parafraseando al más vigente de todos los Marx? y si no les agradan, aquí tengo otros”, pero soy yo quien elige y decide.

De lo que se trata es de impactar e impresionar al electorado, aun a costa de las demandas de un electorado cada vez más ansioso por contar con claves ciertas para interpretar la oferta de la política, en un momento que la mayoría avizora como una oportunidad inigualada para, precisamente, dejar atrás largos años de emergencia política y definir instituciones eficientes para consolidar los logros alcanzados

por el país en los últimos años.

La decisión de Ricardo Alfonsín de incorporar a Javier Gonzalez Fraga a la fórmula

presidencial de la Unión Cívica Radical no es, en este orden de cosas, muy diferente a la de los referentes de un “frente progresista” que podría incluir, bajo la candidatura de Hermes Binner, a figuras tan profundamente diferentes entre sí como Luis Juez, Margarita Stolbizer o Fernando Solanas. Tampoco es muy diferente el proceso que parecería culminar en la alianza Duhalde-Das Neves, el curso de las relaciones Pro?De Narváez en Buenos Aires, el futuro de la coalición radical? socialista en Santa Fe o, en la cúpula, la selección de la figura que acompañara a Cristina Kirchner en la fórmula del Frente para la Victoria.

Todo es posible. Nada puede darse por descontado. El arco de alternativas está abierto y las decisiones son imprevisibles. Aspiran seguramente a inyectar a la política la adrenalina hace tiempo perdida. Las decisiones serán íntimas y personales, casi sin argumentos. Tratarán, en todo caso, de proyectar hacia el electorado la capacidad

individual de cada candidato para fijar agendas, sostener la iniciativa y nadar contra

las corrientes de lo que puede parecer obvio y previsible para el ciudadano de a pie.

A la aritmética de la política convencional sucede la geometría dinámica y variable de un juego de espacios, planos, volúmenes y estructuras en constante mutación. El impacto que todo esto genera sobre la cultura política de los ciudadanos comunes es

profundo y prolongará sus efectos mucho más allá de esta coyuntura electoral. Ante todo, plantea un contraste traumatizante entre los ideales y realidades del sistema.

La democracia, en un plano ideal está profundamente asociada a la idea inercial de la República constitucional, con sus sistemas de derechos y libertades, la división de poderes, los equilibrios, pesos y contrapesos interinstitucionales y la promesa de la participación y la representación ofrece. En el plano de sus realidades fácticas, un aspecto por completo diferente, más cercano a la imagen de un recinto cerrado al que solo se accede “por estricta invitación”, reservado a un numerus clausus de oligarquías

autosuficientes.

LOS PARTIDOS

A los grandes partidos populares, abiertos a la movilidad social, el pluralismo ideológico y la manifestación de todas las perspectivas, incluso contradictorias, acerca del poder, suceden un nuevo tipo de formaciones políticas soft, que cuestionan incluso la lógica partidaria para asumir, lisa y llanamente, la condición de alianzas o concertaciones polivalentes, abiertas a una multiplicidad de posibles juegos estratégicos, cuyas reglas seran comunicadas sobre la hora, a último momento, a

quienes de hecho deberán tomar las decisiones con su adhesión y voto.

El recurso retórico a la “herencia recibida” y a un posibilismo del tipo “esto es lo que hay” ya no parece suficiente. La sociedad no se resigna y se reconoce cada vez menos en el retrato que muchos dirigentes pretenden pintar, de un pueblo con escasa propensión al consenso, irreductible a toda disciplina, dividido y enfrentado.

Sabe muy bien que jamás tantos argentinos estuvieron tan profundamente de acuerdo en tantas cosas y en las modalidades y posibilidades para alcanzarlas. Sabe también

que el mayor riesgo futuro para esta convergencia en el plano social es el nivel de divergencia y confrontación de sus dirigentes. Ya no son meras “cosas de las campañas”.

Estudios recientes vuelven a demostrar algo que sabe desde siempre: la causa más

importante del rechazo actual que muchos sectores sienten hacia la política es la secreta convicción de que la política es una herramienta de multiplicación social de diferencias meramente personales, sin mayor sustancia y contenido. Una opinión publica cada vez más informada, prevenida y alerta confirma así sus peores expectativas acerca de los hábitos de supervivencia de sus dirigentes.

De allí que reclame y propugne cambios de fondo, con una voluntad y determinación

que, de no ser atendidas, se abatirán sobre los candidatos, bajo la forma de un sistema

despiadado de premios y castigos que bien puede llevar a que terminen pagando justos por pecadores.

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