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03 agosto de 2015

(Columna de Néstor Leone)

Massa intenta recuperar terreno luego del triunfo ajustado del PRO en la CABA. Límites, pases de facturas y cambios de estrategia.

Un cambio de expectativas, módico e inestable. Pero cambio al fin, luego de un largo trance de tendencial retroceso. El triunfo ajustado, sorpresivamente escueto, de Horacio Rodríguez Larreta en el balotaje porteño dejó al PRO con más dudas de lo previsto. Y le ofreció al Frente Renovador de Sergio Massa la posibilidad de acortar distancias, de pensarse todavía en carrera, con otra oportunidad. Las declaraciones de recuperado entusiasmo del espacio intentan sobreactuar esas chances, y escapar del principal fantasma que los acecha en el tramo final hacia las primarias: los presagios de una polarización creciente entre el FpV y el precandidato de Cambiemos que pueda dejarlos afuera (figurada o realmente) de la pelea de fondo.

Las pérdidas, hasta aquí, lo mostraban contrariado, lejos del itinerario proyectado. Pérdidas de votantes potenciales y de centralidad política. Pero, sobre todo, pérdidas en términos de anclaje en el propio territorio. El de la provincia de Buenos Aires, nada menos, desde donde pensaba hacer una diferencia en su favor. La sangría de intendentes consustanciados no sólo se dio en términos netos; también ofició de escaso estímulo para que otrosdirigentes, en el resto de las provincias, se sumaran a sus filas. Las sombras sobre su precandidatura en el cierre de listas y el desdén de Mauricio Macri y su purismo PRO para aceptarlo en una primaria ampliada y compartida parecían un pronto corolario a esas aspiraciones. Que la seguidilla deperformances electorales por debajo de lo esperado en el macrismo, por cierto, tiende a matizar.

Una primaria fragmentada, sin un predominio claro de ninguno de los precandidatos por sobre el resto aparece aquí como un escenario cercano a las preferencias actuales de Massa. Para ello, no sólo tendrá que vencer a José Manuel de la Sota, el otro precandidato de UNA, la coalición que pudo armar, no sin contratiempos, para no quedar huérfano de aliados. También tendrá que esperar que no se dispare Daniel Scioli, el postulante del FpV, y que Macri no tome mucha distancia en la carrera para representar al grueso del universo opositor, tan heterogéneo como amplio, voluble e indefinido. El giro discursivo aparente del dirigente del PRO, más acorde con los temas estipulados en su tránsito inicial por la “avenida del medio”, no tan ancha como previó, puede darle más oxígeno. El hecho de no ser oficialismo casi en ningún distrito, en un contexto en el que se imponen los oficialismos, a su vez, puede que le quite espesor a su latiguillo de cabecera, ése del “cambio justo”.

CERTEZAS

“Desgraciadamente, no hubo en Macri conciencia de que construir algo grande para gobernar en la Argentina requiere de pluralidad, de generosidad, de humildad, no de sectarismo y de soberbia, y eso, a la hora de ir a las urnas, se paga”, fue una de las frases elegidas por el líder del Frente Renovador para fustigar al del PRO luego de conocerse la paridad del resultado porteño. A modo de pase de facturas. Para dejar en claro ante un imaginario opositor prototípico donde depositar responsabilidades por un eventual traspié de la oferta antikirchnerista. La estrategia delineada por Jaime Durán Barba de fórmula exclusivamente amarilla y el acuerdo marco con la UCR y la Coalición Cívica le habían cerrado las puertas, en un momento en el que su candidatura peleaba por su subsistencia. Y le quedaron los reproches.

En el mismo acto, Massa también le asestaba otro estiletazo. Una especie de balance provisorio sobre la suerte del PRO en el resto de los distritos que desdoblaron elecciones. Los reveses en Santa Fe o en Córdoba, por caso, donde el macrismo pensaba, con candidato propio o con aliados, trascender más allá de la General Paz. Como si Frente Renovador pudiera blandir una ristra de logros propios en ésos o en otros distritos. La victoria de su aliado De la Sota en la provincia mediterránea no es algo que pueda capitalizar de manera directa, precisamente. Y las bajísimas performances de sus candidatos en la elección santafesina y en la CABA marcan esos límites. Aunque se anime a presagiar que la cuña de Martín Lousteau haya dado por concluido “el mito de la polarización”.

En las cercanías massistas recogen el guante. Ven en Macri el rival a vencer. O, por lo menos, a quien esmerilarle votos en disputa. Más que antes. Con la provincia de Buenos Aires como principal plataforma de la contienda. Y ahí se entusiasman. No observan en la fórmula a gobernador de María Eugenia Vidal y el radical Daniel Salvador una entente de peso para robarle protagonismo. Y se envalentonan con el rol que pueda jugar Felipe Solá, conocedor del paño como ex mandatario, para retener la amalgama de adhesión peronista esquiva a los Kirchner y voto opositor. Además creen que Macri tendrá dificultades para penetrar el conurbano más inhóspito y que esas limitantes jueguen a su favor. Es posible, advierten, que esta dinámica de campaña los obligue a acentuar el discurso opositor, en un cambio de roles con el candidato el jefe de Gobierno porte- ño, inesperado hasta hace poco. Pero no lo ven con malos ojos, aunque modifique aquel punto “justo” del cambio.

RIESGOS

Massa partió de un punto de inesperada debilidad. Es más, en algún momento se puso en duda su precandidatura, entre esos desaires de eventuales aliados y aquellas deserciones de dirigentes muy cercanos. Pero se sostuvo. El retroceso en intención de votos era bastante menos pronunciado que esa sangría de cuadros y representaba un caudal muy importante para echarlo por la borda a modo de rendición incondicional. Paradojas que fortalecían, en definitiva, una posición de fuerza en el tembladeral. La elección del salteño Gustavo Sáenz como su candidato a vice, de alguna manera, resultaba la confesión de esa ausencia de despliegue territorial, pero también una modesta oportunidad. Sobre todo, en un escenario dominado por fórmulas porteño-bonaerenses.

El sinuoso juego de suma cero que encaró frente al kirchnerismo, a su vez, retrasó sus posibilidades. Para ampliarlas, Massa requería de un deterioro real del Gobierno, mientras que todo signo de fortalecimiento minaba sus chances. Fue lo que finalmente se dio. El cierre de filas detrás de la figura de Daniel Scioli por parte del peronismo-justicialismo terminaría de desandar aquellas pretensiones “disidentes”. Y parece ofrecerle razones de peso para apuntalar un discurso más opositor. En la pretensión de que Macri retroceda como salvaguarda opositora. Y que aquella polarización exorcizada, en el trayecto de las primarias a las generales, no devenga unificación del voto útil antiK.

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