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Yuyos en el Jardín de la República

26 agosto de 2015

Justo cuando estábamos por recuperar la república se nos quemaron las urnas. Los eventos tucumanos golpean tanto al relato oficialista como a la ilusión opositora.

Poco y ensuciando, pero el peronismo ganó la provincia.

El radicalismo prevaleció en las cuatro principales ciudades.

Los terceros partidos acompañaron a uno u otro sin alterar el resultado.

La violencia derivó de la interna peronista. Las denuncias de fraude partieron del radicalismo.

El premio mayor, la gobernación, fue para el peronismo. El segundo también: la intendencia de la ciudad capital quedó en manos de un peronista disidente que llegó gracias a los votos radicales.

Un partido popular predominante que traslada sus internas a la sociedad. Un partido de clase media urbana que prospera cuando el otro se divide. Y un puñado de partidos menores que intentan colarse por los resquicios. Si quieren entender la política nacional, miren al norte. Tucumán es Argentina.

Por señales de humo, las urnas tucumanas transmitieron información que trasciende la provincia. Vale la pena resumirla sin que la ceniza nos ciegue.

En primer lugar, volvió la competencia. La cancha sigue inclinada y el árbitro está comprado, pero hay dos equipos en la cancha. El 54% vs. 17% de 2011 y los resultados provinciales afganos son pasado. Hoy hay partido.

Segundo, los equipos son los de siempre: radicales y peronistas. Salvo, claro, en las dos Buenos Aires, porque la ciudad se quedó sin peronistas y la provincia sin radicales.

Tercero, hay equipos que buscan el ascenso pero juegan en otra división. Hace unos meses parecía que su hinchada definía el duelo entre los otros dos, pero provincia tras provincia fueron desarmando esa ilusión.

Cuarto, la estrechez de los resultados se debe tanto a la división del oficialismo como a la unión de la oposición. Aunque sigan ganando, los gobiernos provinciales verán reducido su margen de discrecionalidad. La calidad democrática empieza con el aliento en la nuca. n

Quinto, las (e)lecciones de las provincias son nacionalizables. La principal conclusión es que el gobierno todavía depende de sí mismo y del contexto más que de la oposición.

Por ley electoral, las estrategias opositoras debieron definirse antes de las PASO. Ahora es tarde para bajar candidatos o mezclar boletas. Cualquier acuerdo informal sería visto como un enjuague sospechoso, un rejunte de opositores sin más programa que repartirse el poder. Salvo que?

Hay dos factores que tornarían viable una victoria de la contra: un colapso económico o un error grosero del Gobierno. El colapso económico no es imposible. Siendo más precisos, es inevitable. Pero no necesariamente antes de octubre. Con paciencia y con saliva, el Gobierno podrá aguantar dos meses más y legarle la bomba al sucesor. Eso es lo que hizo Dilma: repartió hasta las elecciones y ajustó después. Pero se olvidó de irse. Cristina es más viva.

De todos modos, un empeoramiento económico no se traduce automáticamente en votos para Cambiemos. En caso de tormenta, un piloto avezado tranquiliza más que una alianza bisoña. Las crisis de China y Brasil no benefician al FpV, pero tampoco a los candidatos que puedan quedar asociados con el helicóptero.

Un error grosero es más probable que el colapso económico. Sin embargo, cuidado: la interpretación que vale es la del elector mediano y no la del burgués indignado.

Irse a Italia fue un error, pero no fue grosero.

La candidatura de Aníbal es grosera, pero no está claro que sea un error.

Quemar urnas y asesinar militantes es bastante grosero y podría ser un error. Podría, porque hace falta probar la responsabilidad del oficialismo ?y que no se destapen escándalos similares afectando a la oposición?.

El piso de Scioli es el 38% que obtuvo en las PASO; el de Macri, el 24%. La presencia de Massa limita la capacidad de crecimiento de ambos, pero al primero le basta con sumar muy poco más.

El oficialismo tiene que evitar los goles en contra, una especialidad del kirchnerismo en la que sólo es superado por la oposición.

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