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Massa ya ganó

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14 octubre de 2015

(Columna de Sebastián Iñurrieta)

Con Scioli o Macri presidente, Massa ganó la pelea por ser el futuro jefe de la oposición. Al menos en lo inmediato.

Apesar de no que no entre en un eventual balotaje si sale tercero. Aun cuando parece que no hay torniquete que detenga la sangría renovadora. Claro que no ganó como hubiera ganado si las presidenciales hubieran sido un mes después de las legislativas de 2013. Pero ganó comparado a cuando se formó Cambiemos, que se proyectaba como el acuerdo que atraería por la Ley de Gravedad Política a los demás opositores. O los barrería de escena. Y llegaron los aún sorprendentes 20 puntos de UNA en las PASO, mismos (igual de llamativos) guarismos que hoy le vaticinan las encuestas.

Ganó por no diluirse frente al siempre pronosticado “voto útil”. Por enfrentar a Mauricio Macri más que a Daniel Scioli. Unos dicen por orientar su campaña a las propuestas. Otros por el devastador “efecto Niembro” en el PRO.

No importa la razón en esta instancia. Ganó incluso perdiendo. Ganará si gana Scioli, igual que si Macri llega a Presidente.

Tal vez no gane el 25 de octubre. O tampoco el 22 de noviembre en la hipotética segunda vuelta. Massa aspira a ganar al otro día, con los votos ya contados. Pensando a futuro: cuando comience el incierto macrismo sin Macri. Cuando el electo sucesor porteño, Horacio Rodríguez Larreta, gobierne una ciudad con un Scioli, más dialoguista en teoría que Cristina Fernández de Kirchner, en la Casa Rosada. El gobernador bonaerense, que sufrió en carne propia la discrecionalidad de fondos nacionales, promete a sus símiles díscolos un “kirchnerismo republicano” en las finanzas. Una de sus propuestas es replicar el Fondo del Conurbano (hoy desactualizado, devorado por la inflación) en otros grandes cúmulos urbanos: Córdoba, el Gran Rosario y el área metropolitana. Y, como hizo siempre, fotografiarse con todos, los que lo quieren y los que hasta lo han denunciado. “Daniel no tiene que explicar esas fotos, se invierte la carga de la prueba: por ejemplo, ahora Mónica López tiene que justificarse”, explica el 100% naranja el cinismo detrás de la, a priori inocente, apertura sciolista.

“Si pierdo me voy a Italia”. El doble futuro de Macri: vacaciones o jubilación. O ambas. El líder de PRO llega a estos comicios a todo o nada: luego de no animarse a competir por el puesto de principal opositor en 2011 frente a el huracán CFK, sin nadie más que lo eclipsara, cuando prefirió ir a lo seguro, la reelección porteña. Arriesga sin red: el 10-D deja a su sucesor porteño y sin siquiera una banca legislativa en la que recalar para curar sus posible heridas. En el macrismo más pesimista ya lo imaginan volviendo a la mesa de Boca Juniors para mantener cierto brillo en la constelación política. Volver al primer casillero. El temor es a apagarse, a convertirse en un agujero negro en una dirigencia que siempre da segundas y terceras oportunidades. Pero Macri no es un político tradicional. Es más bien un CEO. ¿Pueden despedirlo de su propio partido? Las malditas comparaciones: a Steve Jobs lo obligaron a renunciar en Apple. El macrismo sin Macri ofrece un abanico de posibilidades. Podría volver en las legislativas del 2017, claro. Pero para entonces Massa, refugiado en su banca de diputado hoy con 43 abriles encima, le llevaría dos años de ventaja en el tablero.

¿Y si es Scioli quien pierde? Con el aparato justicialista prestado, con el andamiaje K alquilado, el gobernador bonaerense arriesga lo mismo que Macri. Aún más: siquiera tiene un partido propio. Después de acompañarlo a las puertas del cementerio, de agradecerle los servicios prestados, el PJ buscaría su propio emergente renovador. Lo mismo el cristinismo sin/con Cristina.

Con Scioli o Macri presidente, entonces, Massa ganó la pelea por ser el futuro jefe de la oposición. Al menos en lo inmediato.

Fuera del balotaje, Massa culpará a Macri de desaprovechar la oportunidad de vencer al kirchnerismo. Así lo piensan en Tigre. Y así ya lo ven también en Villa La Ñata. Coinciden en ambos búnkeres que Macri, statu quo peronismo/antiperonismo mediante, no podrá superar una segunda vuelta. La otra grieta, la original (los casi 40% del FpV más los 20 y monedas de UNA suman el supuesto 60/100 justicialista), que el jefe de Gobierno no podría zanjar ni inaugurando dos estatuas de Juan Domingo Perón por día. Es la venganza renovadora porque le pedían a su jefe que se bajara. Ahora, chicana mediante, el massismo reclama que se baje el líder del PRO. Y lo seguirá haciendo poselecciones. En política, siempre la culpa es del otro.

“No nos importa si gana Scioli. Nuestra pelea es con Macri”. El sincericidio renovador contrasta con el discurso público de autoayuda matemático de predecir que la curva ascendente en las encuestas lo dejará, a días de los comicios, por encima del jefe de Gobierno porteño. Hoy, salvo para los encuestadores que van a buscar el cheque a Tigre, parece difícil que se cumpla esa estimación. Bastante que UNA no se derrumbó. Esperando en vano, Cambiemos inició en la definitiva recta final una fuerte avanzada por el “voto útil”, la oferta aglutinadora de todos los cinco candidatos opositores para enfrentar al kirchnerismo. Una estrategia, desesperada, obligada, que los muestra de antemano perdedores. “Los demás pelean por el segundo puesto”, se mofó Scioli. Un lujo a menos de dos semanas de los comicios. Divide y reinarás.

Una coalición opositora como la que reclamaba Massa. Aunque lo niegue. Como cuando un dirigente abandona el Frente Renovador y el tigrense dice que lo echó antes de esa renuncia. Aquel fallido acuerdo pre-electoral, fogoneado desde la debilidad, cuando el diputado estaba más cerca de anunciar que se bajaba que de que seguía en la competencia. Jaime Durán Barba convenció a Macri de que los votos de Massa irían hacia él aunque Massa no quisiera. No es culpa del consultor ecuatoriano: lo mismo opinaban los opinólogos electorales. Pero siempre se necesita un chivo expiatorio. Prologando un eventual futuro pase de facturas, el despechado renovador ya le está recordando su rechazo. Macri insiste que un frente anti-K hubiera llevado a los pro-K al 45% en las PASO. Llamativo, es lo mismo que virtualmente impulsa ahora, otorgándole rango de ballotage a la primera vuelta.

Massa también ganó porque la eventual derrota de Macri detonaría una bomba en Cambiemos, donde un receloso radicalismo que se quedó sin candidato presidencial propio aguarda agazapado el peor final para lanzar la caza de brujas. La UNA de 2007 (con Roberto Lavagna de candidato), UNEN, Frente Amplio UNEC, los antecedentes sobran. Al Frente Renovador, en cambio, ya casi no se le pueden ir más renovadores. Está en su mínima expresión. “¿Y qué van a hacer entonces los peronistas del PRO, como (Diego) Santilli?”, se preguntan en Tigre dando la respuesta: Massa se subirá a la ambulancia del peronismo disidente, una espacio que con Eduardo Duhalde, José Manuel De la Sota y los puntanos Rodríguez Saá, sobrevivió toda la década K. No es el lugar deseado para alguien que se calzaba el traje de Presidente en 2013.

Pero ganar algo es mejor que perder todo.

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