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Reformismo o “transformismo” constitucional

13 julio de 2011

(Publicado en la edición nº35)

¿Puede el parlamentarismo ser la llave maestra de otra reelección presidencial?

Siempre la realidad nos da sorpresas en materia de iniciativas de innovación

institucional sacadas como conejos de la galera o inspiradas en la necesidad de sortear los condicionamientos y limitaciones más inmediatas del poder político: primero fue aquel senador Eduardo Duhalde de 2001, que venía de la cultura política presidencialista más tradicional luego de ser intendente de Lomas de Zamora, vicepresidente, gobernador de Buenos Aires y candidato presidencial, y terminó

siendo presidente de la única experiencia semiparlamentaria de gobierno que tuvimos en la historia argentina.

Es más, aquel Duhalde llegó a plantear durante su interregno presidencial 2002-2003 las bondades de marchar hacia un sistema parlamentario “a la europea”, siguiendo los ejemplos de Portugal (república) o España (monarquía). Ahora es Cristina Fernández, que termina su mandato con una consagración del presidencialismo más acabado, la

que acaso nos termine dando la novedad de aspirar a permanecer como jefa de Estado reelegible sin limitaciones de tiempo, bajo un sistema parlamentario en el que un peronismo dueño del tablero pero disperso y polimórfico, nos ofrezca alternancias de primeros ministros de izquierda o derecha, según soplen los vientos y varíen las mayorías parlamentarias.

Es lo que se desprende de las especulaciones sobre el proyecto de reforma constitucional que estaría siendo estudiado en los círculos más estrechos de la Presidencia para encarar la cuestión de la sucesión, que inevitablemente se activará el día después de un eventual triunfo de Cristina en octubre. La reforma que pretendería el kirchnerismo, según los trascendidos, incluye un régimen parlamentario que implicaría un “Ejecutivo dual”, es decir una figura de primer ministro y un presidente, similar al sistema vigente en Italia.

El primer ministro sería elegido por el Parlamento o designado por el Presidente pero con la posibilidad de ser removido por los legisladores. Es una fórmula que podría atenuar el acentuado presidencialismo actual y permitiría, al mismo tiempo, previo consenso con otras fuerzas políticas, habilitar una nueva reelección para Cristina Kirchner en 2015.

Pero la mira no está puesta tan lejos en el tiempo sino en la inmediata carrera por la sucesión que se desataría apenas arranque Cristina su segundo y último mandato.

La reelección indefinida del presidente , con la concesión de un primer ministro como fusible del sistema, congelaría por un buen tiempo la disputa interna dentro del abanico kirchnerista y, en un rango más amplio, dentro del peronismo.

El proyecto de reforma constitucional propondría, además, la creación de un Tribunal Constitucional a la par de la Corte Suprema, con la idea de que este nuevo escalón judicial sea el encargado de trabajar todas las causas administrativas sobre la función del gobierno. Se trataría de una suerte de órgano a cargo del control de la constitucionalidad de las leyes, como también existe en España, entre otros países.

Quien aparece como mentor de esta idea es el actual juez de la Corte, Eugenio Zaffaroni, un consecuente crítico del presidencialismo y defensor del cambio hacia un sistema parlamentario. La mayor crítica al reeleccionismo presidencial se basa en el riesgo que implica por la concentración de poder ; pero en un sistema parlamentario

la situación sería distinta, porque el primer ministro puede mantenerse en el cargo mientras tenga respaldo de los legisladores, mientras el presidente pasa a funcionar como una garantía de estabilidad del sistema, delegando la administración de gobierno en un primer ministro que debe contar necesariamente con respaldo parlamentario.

Que sean los impulsores de la idea de atenuar el presidencialismo y separar las funciones de jefe de Estado y jefe de Gobierno quienes hicieron notorio ejercicio de la concentración de poder y la fusión de Estado y Gobierno durante los últimos ocho años, puede resultar una paradoja. Pero acaso ello no sea lo esencial. Curiosas vueltas de la vida democrática de las últimas décadas, de avanzar este proyecto estaríamos frente a un sucedáneo del Pacto de Olivos: el kirchnerismo logra la reelección presidencial indefinida y entregaría a cambio una atenuación del presidencialismo, tal como Menem le concedió a Alfonsín para concretar la reforma del '94.

Un pacto y una reforma, dicho sea de paso, que Néstor y Cristina Kirchner criticaron duramente en aquel momento y después. Entonces, ¿son los líderes los que modelan a las instituciones políticas o son éstas las que van modelando el comportamiento y el perfil de los líderes?

Como bien señala María Matilde Ollier, la creencia en que las instituciones y las reglas delimitan la lucha por el poder puede llevarnos a errar el foco del análisis, sobre todo en un país acostumbrado a una cultura de la emergencia permanente, el personalismo

y la delegación del mandato representativo. De tal modo, impulsado por la fuerte vocación de poder y las necesidades de quienes proponen la reelección presidencial “para consolidar y profundizar el proyecto”, el debate presidencialismo-parlamentarismo puede estar ingresando en un nuevo e impensado capítulo.

Pero ¿se tratará de una auténtica voluntad reformista o de un proyecto más cercano al “transformismo”, concepto gramsciano que explica el proceso por el cual la clase dirigente produce un ensanchamiento constante de su base de apoyo absorbiendo gradualmente a la élite consciente y activa de los grupos aliados adversos que parecían

ser enemigos irreconciliables? Algo así como cambiar las cosas para que sigan más o menos igual.

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