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El debate sobre la democracia delegativa veinte años después

20 julio de 2011

(Reseña publicada en la edición nº35)

Un libro actualiza el concepto de O'Donnell con las experiencias latinoamericanas de las últimas dos décadas.

“Que 20 años no es nada”, dice el tango Volver, aunque para la política, en especial en estas tierras latinoamericanas, dos décadas pueden ser una eternidad. Los cambios acontecidos en la región desde principios de los noventa a la actualidad dan cuenta de ello.

En 1991, con Collor de Mello en Brasil, Menem en la Argentina y Alan García en Perú, el Consenso de Washington y sus disciplinados alumnos locales aplicaban en la región las recetas económico-políticas del nuevo orden mundial que se abría paso tras la caída del Muro de Berlín. Ese año, Guillermo O'Donnell publicaba, en portugués, un artículo que enseguida se haría imprescindible en la comunidad académica y política, llamado Democracia Delegativa.

Allí sentaba las bases teóricas y tipificaba ese nuevo “animal político”, como lo describió, que lentamente se expandía por el continente, como el fantasma que hizo famosos a Marx y Engels 150 años atrás, lo hacía por Europa a mediados del siglo XIX. Era una época en la que, tras la esperanza inicial por el regreso de las democracias luego de las experiencias autoritarias de los '60 y '70, comenzaban a establecerse gobiernos que demostraban que en las nuevas democracias “aún latían legados y reflejos del pasado”.

Fue entonces que la aparición del artículo famoso de O'Donnell describió y tipificó a esas democracias, que si bien cubrían los requisitos poliárquicos identificados con el momento electoral y la posterior conservación de ciertas libertades básicas (las condiciones de Dahl, por ejemplo), mantenían severos déficit en los mecanismos de rendición de cuentas horizontal que distinguen a una democracia representativa.

De ese modo, llegaban y se consolidaban en el poder de estos países líderes que tras resultar electos “se sienten autorizados a gobernar como lo crean conveniente, concibiendo a los otros poderes de gobierno, y a los órganos de contralor como un estorbo”. Configuraban así un tipo de democracia no institucionalizado, en el que la realización de elecciones periódicas libres convive con una marcada debilidad de su dimensión republicana.

Hoy es un libro con el mismo nombre (Democracia Delegativa, Prometeo) el lugar desde el que actualiza la definición y echa una mirada a los últimos gobiernos de la región con ese prisma, junto a Osvaldo Iazzeta, Hugo Quiroga y otros académicos que analizan con mayor profundidad distintos casos regionales y nuevos abordajes para el caso argentino nacional y subnacional.

En estos veinte años transcurridos desde la aparición del concepto, muchas han sido las contribuciones que alimentaron el debate, ya sea para ajustarlo o marcar variaciones de contexto que puedan desafiar su vigencia. Algunos de los países señalados como ilustrativos de las DD regionales en 1991, como Brasil, se han encaminado hacia un rumbo más institucional que parece apartarlo.

“Al mismo tiempo ?sugiere O'Donnell antes de comenzar el análisis con lupa?, otros países que encajaban en la definición en los noventa, experimentaron recaídas delegativas sacudidos por nuevas crisis económicas (la Argentina tras la crisis de 2001), en tanto que otros casos no mencionados muestran algunos de los rasgos destacados por la versión original (Venezuela, Ecuador, Colombia)”.

O'Donnell propone ahora, a la luz de los años transcurridos, que justamente estos últimos casos parecen confirmar la actualidad de la definición para abordar fenómenos recientes que comparten un aire de familia con los retratados en los noventa. Bajo otras condiciones, otro clima de ideas y acompañando otras políticas públicas, sugiere que esta manera de entender el ejercicio del poder persiste en muchos países.

Desde su óptica, la recuperación del concepto hoy coincide con un contexto regional en que la presencia de liderazgos populares y ejecutivos fuertes estimula el debate sobre la naturaleza de este nuevo escenario. Aparecen así algunos temas que estuvieron cercanamente ligados con los casos que lo inspiraron (Menem, Collor y la primera presidencia de Alan García en Perú); ellos ocurrieron en tiempos de estrechez económica y de la aducida necesidad de producir duros ajustes alineados con la ortodoxia económica de esos tiempos. “Esto no ha pasado en la última década ?apunta ahora?, cuando la bonanza impulsada por el gran aumento de precios de productos primarios en la economía internacional dio importantes posibilidades de expansión económica a todos los países de la región, independientemente del régimen político vigente en cada caso”.

Pero O'Donnell se encarga de aclarar y marcar las diferencias entre el término que él propone y la categorización de populistas con las que muchas veces suele simplificar procesos complejos y explica: “El concepto de DD comparte algunas características con la idea de populismo, en especial su énfasis en el personalismo y la centralidad del vínculo plebiscitario. Pero a su vez delimita un campo de indagación que se apoya en la experiencia de países sacudidos por fuertes crisis y en el modo en que éstas favorecen la emergencia de liderazgos poco dispuestos a someterse a controles democráticos”.

En otro de los interesantes trabajos que actualiza el concepto y su anclaje regional, María Ollier pone la lupa sobre tres ejes para rescatar las similitudes entre la “nueva oleada” (Kirchner, Chávez, Correa) y la serie de líderes en los que se inspiró O'Donnell en 1991. La investigadora hace énfasis entonces en una configuración partidaria caracterizada por su debilidad y fragmentación; en la incidencia de las fuentes extrapartidarias del poder partidario y en la dinámica política con eje en presidente/oposición.

Sobre este ítem agrega un rasgo distintivo de este segundo grupo a la caracterización original y pone de relieve “las fuertes disputas contra la prensa”, uno de los principales focos de crítica de quienes perciben, desde una trinchera tan ideológica como académica, que muchas de las democracias actuales no son puramente representativas.

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