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Clivajes territoriales, mandatos electorales y coaliciones de Gobierno

Casa-Rosada2
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25 noviembre de 2015

(Columna de Carlos Freytes)

Finalmente, se despejó la última incógnita. Mauricio Macri se impuso en el balotaje por 51,4% contra 48,6% de Daniel Scioli y será el próximo Presidente de la Argentina. La novedad de que un partido nuevo que expresa programáticamente una opción de centro-derecha ganara la Presidencia se vio atemperada por la expectativa previa. El resultado fue el esperado, pero no el margen de victoria. Lo que de acuerdo a los pronósticos serían 10 puntos de ventaja se redujo a 3 puntos o 700 mil votos. Mientras que el resultado del domingo inaugura en varios aspectos dinámicas inéditas, subtienden a esas dinámicas novedosas algunos factores estructurales que caracterizan de manera permanente la política argentina.

Que la diferencia final entre uno y otro candidato haya sido de 400 mil votos (dado el carácter de suma cero del ballotage) obliga a matizar el diagnóstico que alude a un generalizado cansancio social con el Gobierno. Ese diagnóstico proyecta al conjunto del electorado lo que es la percepción de sectores sociales amplios, pero con un anclaje territorial preciso. Los resultados electorales muestran de hecho una geografía electoral dividida, con Cambiemos imponiéndose en la franja central del país, incluyendo el interior de la provincia de Buenos Aires, y el FpV y Daniel Scioli ganando en el NOA, NEA y la Patagonia, y en la zona sur y oeste del GBA. En términos agregados, el voto por el pV coincide así aproximadamente con dos distinciones clásicas de la politología argentina: la coalición defensiva de Guillermo O'Donnell y la coalición periférica de Edward Gibson y Ernesto Calvo. La primera tiene su eje electoral en los sectores populares urbanos, y la segunda está conformada por las provincias extra-pampeanas, cuyas economías dependen en gran medida de la redistribución desde las regiones centrales vía las transferencias del Estado Nacional. Prescindiendo de matices, se trata de sectores que anticiparon que estarían peor en el esquema de economía abierta y predominio del mercado que Cambiemos propone, y que en esa medida optaron por la promesa del FpV de protegerlos contra esas inclemencias --más allá de cuál hubiera sido la capacidad de hacer efectiva esa promesa en un eventual Gobierno de Scioli-.

Dijimos al comienzo que el PRO, la columna vertebral de Cambiemos, es un partido programático de centro-derecha. Esta caracterización es meramente clasificatoria, y resulta observar una serie de indicadores estándar: las orientaciones ideológicas y preferencias de política pública de la mayor parte de sus cuadros económicos y técnicos; la afinidad del partido con los diagnósticos y las visiones del mundo de los empresarios y la comunidad de negocios, y la distribución de las preferencias electorales de los sectores medios y medios-altos. Cualesquiera sean sus preferencias programáticas “puras”, en el transcurso de la campaña terminaron prevaleciendo los incentivos centrípetos que caracterizan las elecciones ejecutivas, donde lo que está en juego es capturar la adhesión del votante medio. El candidato de Cambiemos fue, así, moderando su propuesta y reivindicando políticas que antes había rechazado. El tramo final de la campaña encontró a Macri eludiendo definiciones tajantes de política económica frente al empeño de Scioli por ponerlas en primer plano.

No obstante esa moderación, la conformación de la mayoría electoral del Presidente electo requirió de tres turnos electorales. El diagnóstico del cansancio social con el FpV en el Gobierno tiene quizás mayor relevancia respecto a ese envión final que llevó a Cambiemos del 34,3% de la primera vuelta al 51,4% del domingo 22. En el plano económico, el impacto de cuatro años sin crecimiento económico; el valor decreciente de la promesa de seguridad del FpV en ese contexto de estancamiento, y la expectativa de mejoramiento de algunos sectores en una economía más abierta y desregulada son probablemente elementos centrales de la opción por Cambiemos. No es casual que Macri se haya hecho más fuerte en las regiones centrales del país, allí donde residen las ventajas competitivas estáticas de la Argentina, y los sectores agropecuarios que se podrían beneficiar más inmediatamente de un cambio de orientación de política. Según un argumento de Kurt Weyland, la percepción de encontrarse en el terreno de las pérdidas aumenta la disposición de los electorados a correr riesgos. Pero esa percepción depende decisivamente de cuál es el contrafáctico contra el cual los electores evalúan la situación presente. Para los votantes del FpV, aquellos de las coaliciones defensiva y periférica, un eventual Gobierno de Cambiemos se presentaba más amenazador que la situación presente. Para el core de los votantes de Cambiemos, es probable que el cálculo haya sido exactamente el inverso. Sobre esta dimensión estructural se superpusieron clivajes eminentemente políticos, de los cuales el más importante fue quizás el enfrentamiento de Córdoba con el Gobierno Nacional. En un contexto de mucha mayor paridad que el anticipado por las encuestas, esos clivajes terminaron definiendo el resultado del balotaje en favor de Macri.

El desafío que enfrenta hoy el PRO es cómo conjugar sus preferencias programáticas y las ideas de buen gobierno de la economía de sus cuadros técnicos con la demanda de moderación y gradualismo que surge no sólo de las promesas de campaña sino también del 48,6% de votos obtenidos por Scioli. Sobre todo cuando el paso de la campaña a la gestión inhabilita la estrategia de indefinición y obliga a decisiones de política cuyas consecuencias son de suma cero. En la pericia con la que encare ese desafío, y en el manejo preciso de las consecuencias intertemporales de las decisiones de política económica, se jugará seguramente el destino de los dos primeros años de Gobierno y, con ellos, las chances de consolidación de una opción de centro-derecha electoralmente competitiva.

Además del triunfo electoral, Macri enfrenta ese desafío con un activo importante: el control de los tres principales cargos ejecutivos del país y, con ellos, el acceso a enormes recursos de gestión. Semejante concentración de poder no se proyecta, sin embargo, a otras arenas institucionales. El partido del Presidente electo controla apenas 41 de 257 bancas en la Cámara Baja y 4 de 72 bancas en la Cámara Alta. La fenomenal performance en las elecciones mayoritarias a cargos ejecutivos no se tradujo en poder propio en la arena legislativa. La dinámica republicana impone así al nuevo Presidente una estrategia coalicional para la construcción de mayorías legislativas. Con un agregado: la pluralidad que hoy exhibe el FpV en la Cámara Baja (117 sobre 257 bancas) y la mayoría en la Cámara Alta (42 sobre 78) está territorialmente anclada en aquellas provincias donde se impuso Scioli. Los clivajes sociales y territoriales expresados en la elección a presidente tendrán, así, correlato institucional en la relación entre el Presidente y el Congreso.

Queda por ver en los próximos días cuál será la relación del nuevo Gobierno con sus aliados de Cambiemos y con las fracciones del peronismo que puedan estar dispuestas a cooperar con el nuevo él. Hasta ahora, Macri ha oscilado entre el reconocimiento simbólico a sus socios (UCR y CC) y la insistencia en armar equipos homogéneos de Gobierno. Lo que sabemos por la experiencia comparada es que, en los presidencialismos de coalición latinoamericanos, la construcción de una base legislativa estable por parte de gobiernos minoritarios requiere abrir el Gabinete a la participación de los partidos aliados que conforman la base legislativa del Ejecutivo. Las alternativas a este arreglo, aunque inmediatamente atractivas, suelen ser en el mediano plazo sumamente costosas e implicar riesgos considerables. Para no detenernos en ejemplos más cercanos, basta recordar el caso del mensalão que sobrevino a la decisión de colocar todo el Gabinete bajo el control del PT durante el primer gobierno de Lula da Silva.

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