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Hay vida después de Chávez

25 julio de 2011

(Publicado en la edición nº36)

La influencia del presidente de Venezuela es inexistente en los principales países de la región.

¿Cuál será el legado de Hugo Chávez? El presidente de Venezuela probablemente sobrevivirá a su enfermedad, pero nadie vive para siempre. Vale la pena interrogarse sobre lo que le podrá suceder al bolivarianismo dentro de diez o veinte años. Y lo más probable es que haya desaparecido.

No existe un movimiento washingtonista en los Estados Unidos así como no existe

un partido sanmartiniano en la Argentina. La personalización de los movimientos políticos es típica de períodos de alta fluidez institucional, y su vigencia suele desaparecer junto con la del fundador. Entre las excepciones más destacadas se cuentan el gaullismo francés y, claro, el peronismo, que consiguieron perpetuarse mediante su transformación en partidos.

Chávez, por humildad o por cálculo, decidió utilizar una figura histórica para legitimar su ascensión al poder, pero el bolivarianismo no es sino chavismo bajo otro nombre.

La Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba), organización regional que el líder venezolano creó para exportar su revolución, integra a sólo ocho de los treinta y cinco países del continente americano. Curiosamente, ninguno de los miembros comparte fronteras con los demás. Tres de ellos, Antigua y Barbuda, San Vicente y las Granadinas y Dominica, suman menos habitantes que el municipio de San Isidro.

Que los dos primeros tengan como jefa de Estado a la reina de Inglaterra no debería

generar estupor, ya que Bolívar tenía una excelente relación con el Imperio que financió su campaña libertadora. La propia Venezuela tiene en Estados Unidos a su principal socio comercial, del que Ecuador aprovecha nada menos que el dólar ?para tormento de su presidente que, como economista y nacionalista, sufre dos veces la falta de moneda propia.

Si las inconsistencias del Alba no son más evidentes es porque el petróleo subsidiado

las lubrica y anestesia. Empero, pensar que Venezuela puede liderar a América

Latina o que la revolución bolivariana se va a extender con éxito es tan realista como creer que Grecia va a liderar la Unión Europea. La diferencia, a favor de Grecia, es que anticipa con más fidelidad el futuro de su región.

En América Latina hay tres países grandes, tanto por historia como por peso económico: Brasil, México y la Argentina. Los tres forman parte del G20. Luego vienen cuatro de tamaño intermedio: además de Venezuela, Colombia, Perú y Chile: Venezuela no tiene influencia sobre ninguno de ellos.

Su ascendencia se limita a un puñado de países pequeños y pobres, que no precisan tanto de ideología como de petróleo. Y eso es, virtualmente, lo único que Venezuela produce: 85% de sus exportaciones y 55% de sus ingresos fiscales provienen de esa monoproducción. Todo el resto, desde comida hasta electricidad y seguridad pública, escasea. Un botón: durante el actual gobierno, la criminalidad se disparó y la tasa anual de homicidios es hoy nueve veces superior a la argentina.

Venezuela, corresponde enfatizar, no es una dictadura: a diferencia de Cuba, la mayoría de sus ciudadanos es libre de criticar al gobierno, votar a la oposición o abandonar el país. En contrapartida, los venezolanos no pueden disponer libremente de su propiedad, los opositores son hostilizados y la participación electoral está condicionada por la propaganda y el clientelismo oficial.

Aun así, Chávez ya perdió un plebiscito y, si la oposición se unificara, probablemente

sería derrotado en las próximas elecciones presidenciales. El futuro del país ya no depende del comandante ni de la medicina cubana sino de sus adversarios. Demonizar a Chávez es analíticamente inapropiado y políticamente innecesario.

Simón Bolivar trató de unificar el continente, pero su influencia siempre fue limitada

en México, resistida en el Cono Sur y desconocida en Brasil. El proyecto de integración panamericana es la historia de un fracaso: hemos arado en el mar, suspiró el Libertador en su lecho de muerte. En ese sentido, su sucesor es un digno continuador.

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