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El desenganche de las elecciones

28 julio de 2011

(Publicado en la edición nº36)

Los comicios locales y nacionales cada vez más tienen lógicas distintas.

Antes de las elecciones presidenciales y legislativas de octubre, la mitad de las provincias está llevando a cabo su renovación de autoridades locales. Correcto o no, tendemos inevitablemente a buscar en cada uno de estos resultados una señal anticipatoria de lo que vendrá. Pero lo que se observa, hasta ahora, es que elecciones locales y nacionales están más desenganchadas de lo que estaba previsto.

Sabíamos que hay un desenganche entre ambos niveles. Desde hace años se habla

de la territorialización de la política argentina. Más allá de los contrapuntos teóricos a los que el concepto nos remite, desde el análisis político se utiliza para enfatizar dos cosas: la primera, que el liderazgo y la organización partidaria locales pesan cada vez más en los resultados por distrito, y la segunda, que la política nacional se “desnacionaliza”, potenciando en consecuencia el poder de las estructuras locales.

Lo primero tiene más de descubrimiento por parte de los que analizan que de novedad social. Los politólogos durante mucho tiempo prestaron atención sólo a las instituciones nacionales. Lo segundo, en cambio, es un fenómeno reciente: con la fragmentación de los partidos, pronunciada con la crisis 2001-2002, la desnacionalización se elevó hasta sus límites actuales.

Cuando un sistema de partidos está nacionalizado, los resultados en las diferentes provincias se distribuyen más o menos uniformemente. La última elección de la Ciudad, analizada por comuna, mostró uniformidad: si bien el voto por Macri se disparó en la Recoleta y otros barrios del norte, en el resto del mapa osciló entre el 40 y el 50%, siempre con Filmus en segundo lugar, llegando así al promedio de 47%.

Las elecciones presidenciales de 2003, en cambio, fueron las más desnacionalizadas que se recuerden: el peronismo se partió en tres y en el norte ganó Menem; en Buenos Aires y en el sur lo hizo Kirchner, y en Cuyo predominó Rodríguez Saá, mientras que Carrió y López Murphy hicieron buenas elecciones en algunos distritos y casi no existieron en otros. Flotaba en el aire la idea de que, a partir de 2007, el sistema se estaba reagrupando, y en cierta medida es cierto.

El peronismo, en su fase kirchnerista, se fue recomponiendo bajo un nuevo liderazgo, y una identidad panradical se fortalecía en el discurso y las votaciones. Sin embargo,

a no entusiasmarse: la fragmentación y el desenganche siguen siendo variables dominantes a la hora de analizar el voto, y todavía no estamos en condiciones de extrapolar resultados locales a la Nación, como se hacía en el análisis político de los '80 y '90.

Veamos tres casos bien ilustrativos:

1. En la provincia de Catamarca se impuso el Frente para la Victoria tras casi dos décadas de gobierno del Frente Cívico y Social, una coalición dominada por el radicalismo. La cercanía del candidato y gobernador saliente, Eduardo Brizuela del Moral, con Cobos,y el alineamiento de la desafiante y ahora gobernadoraelecta, Lucía Corpacci, con el kirchnerismo nacional,favorecieron una mirada nacionalizada de eseresultado. Sin embargo, como se destacó oportunamente,el Frente Cívico catamarqueño estuvo aliadoal kirchnerismo hasta el año 2009 y Corpacci habíasido vicegobernadora de Brizuela.

2. En la provincia de Chubut, dos agrupaciones peronistas (Modelo Chubut, referenciada en el gobernador Das Neves, y el Frente para la Victoria, alineado con el Gobierno Nacional) reunieron casi el 80% de los votos. El candidato del oficialismo provincial, Martín Buzzi, se impuso a la fórmula encabezada por el kirchnerista Carlos Eliceche por unos pocos votos, lo que motivó el conocido conflicto en el recuento. Una lectura nacionalizada del resultado sostuvo que el kirchnerismo perdió frente al peronismo federal. Sin embargo, faltando pocos meses para asumir, el gobernador electo, Buzzi, se posiciona ambiguamente entre ambos oficialismos. Sin abandonar su partido, declara que votaría a CFK en las presidenciales, aun cuando el propio Das Neves es candidato.

3. En la Ciudad de Buenos Aires, no sólo Filmus obtuvo menos votos de los que, según las encuestas, lograría CFK en las presidenciales de octubre: la candidata de la UCR, Silvana Giudici, y su par del peronismo federal, Jorge Todesca, apenas sumaron, juntos, el 2% de los votos, muy por debajo de lo que, según las mismas encuestas, lograrán Alfonsín y Duhalde. Tras el triunfo rotundo de Macri en la primera vuelta, ambos presidenciables se acercaron al ganador, destacando el significado opositor al Gobierno Nacional implícito en su reelección. Una interpretación posible y que seguramente esconde algo de verdad. No obstante, si nos guiamos por los hechos, se destaca el impacto casi nulo de los candidatos identificados por ellos, y el éxito de un partido local que, al día de hoy, aún no apoyó a ningún candidato presidencial.

Es así que, si se produjera un pasaje del chubutense Buzzi al oficialismo, será difícil de sostener la lectura según la cual el casi 40% de votantes que sufragó por él lo hizo contra el Gobierno Nacional. Así como tampoco podría decirse que el 80% votó por

opciones kirchneristas. Así como en la Ciudad la lectura de que todo el voto macrista fue antikirchnerista, ignora el hecho de que si Macri no hubiera sido el candidato, el Pro hubiera logrado muchos menos votos.

Probablemente, estén mucho más “desenganchados” los dirigentes que los votantes, y esto se debe a dos esferas confusas que dominan la oferta electoral: la heterogeneidad del peronismo y la atomización de la oposición. El eje gobierno ? oposición (kirchnerismo?antikirchnerismo) existe, gracias a la corrosión generada por Néstor Kirchner en sus años de actuación nacional.

Pero, aún así, el desenganche nacional-local es más fuerte. La presidencial, en definitiva, es una elección aparte.

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