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¿Militares con el “proyecto nacional”?

22 julio de 2013

El Gobierno juega con fuego al apostar a una repolitización de las Fuerzas Armadas

Hay dos cosas que un gobierno democrático debe evitar con las Fuerzas Armadas: no hacer nada con ellas o pretender hacer algo con ellas inscribiéndolas en un proyecto político y no en una política de Estado. El apotegma, una paráfrasis en realidad de la máxima de Talleyrand sobre las bayonetas y la inconveniencia de sentarse sobre ellas, aplica bastante a distintos momentos de la transición argentina desde la recuperación de la democracia. En tal sentido, despiertan preocupación las definiciones que acompañaron la asunción de la nueva plana mayor de las Fuerzas Armadas, con el flamante jefe del Ejército, general César Milani como nuevo hombre fuerte y un recambio que implicó, además de la designación de Agustín Rossi en Defensa, el pase a retiro de las cúpulas de las tres fuerzas y la llegada, por primera vez, de hombres de la inteligencia militar a la conducción de las mismas.

La Presidenta anunció aumentos en los sueldos de loa militares y habló del inicio de una nueva etapa para “ayudar a lograr cerrar las brechas que épocas trágicas abrieron entre el pueblo y las Fuerzas Armadas”. En verdad, este no es un camino nuevo ni una historia que empezó ayer, sino el resultado ?incluyendo los traspiés, obstáculos y reveses? de estos treinta años que la Argentina ha recorrido desde 1983.

Cuando vemos lo ocurrido en Egipto, con la destitución por parte del Ejército del primer presidente civil surgido del voto popular, o las dificultades que tienen países más cercanos para lograr que los uniformados puedan dedicarse a sus misiones específicas sin verse envueltos en conflictos internos, podemos reconocer lo que se ha logrado en este terreno en nuestro país. Y como la jerga de la política militar no puede desprenderse de los neologismos, la idea de una modernización de las Fuerzas Armadas se llama ahora, en el discurso oficial, “refuncionalización”.

Apunta al fuerte énfasis en el rol que se le quiere dar a los militares en materia de desarrollo científico y tecnológico y ante situaciones de emergencia o desastre humanitario. El Gobierno piensa para ello en su participación en tareas de ayuda a la comunidad, algo que tampoco es novedoso pero en lo que hay mucho trecho del dicho al hecho, y es bueno que se piense en dar pasos concretos en esa dirección sin esperar a la próxima inundación o catástrofe y atendiendo a no desviarse de los propósitos establecidos. Tener una política militar no es lo mismo que hacer política con los militares. Entre 1930 y 1983, la politización de las Fuerzas Armadas y la militarización de la política fueron el nefasto resultado de la injerencia ?y utilización? de los militares a través de golpes de Estado, dictaduras y revoluciones, conspiraciones palaciegas o proyectos políticos de armas tomar.

Las propias Fuerzas Armadas se dividieron en facciones y potenciaron la inestabilidad institucional y las caídas de los presidentes, legítimos o de facto. Se hablaba de militares “nacionalistas” y “liberales”, “peronistas y antiperonistas”, “profesionalistas integrados” o “prescindentes”. Unos y otros terminaban utilizando a otros factores de poder ?o siendo utilizados por estos? para desplazar gobiernos e imponer sus reglas en nombre de los sagrados intereses de la Patria.

El terrorismo de Estado y Malvinas fueron la desembocadura de ese ciclo; el de una República que se perdió en el '30 y no pudo recuperarse entre el '46 y el '55. Todo esto terminó a partir de 1983 y no se volvió a hablar de ello desde entonces ?salvo entre los llamados militares “carapintadas”, en los años '80- de que fuera misión de las Fuerzas Armadas alinearse con el proyecto o la política de un gobierno o tomar partido a favor o en contra de éste.

Por eso es preocupante que tal léxico vuelva a aparecer en boca de un jefe del Ejército. Milani habló de “un ejército sanmartiniano, comprometido con los valores de la argentinidad, la democracia y los derechos humanos, moderno y a la altura de los desafíos que presenta el Siglo XXI”. Nadie puede estar en desacuerdo con esto, pero Milani dijo también que los militares debían “acompañar el proyecto nacional que se encuentra vivo e instalado en el corazón y la mente de los argentinos”. Hace muchos años que no se escuchaban esas palabras ?lenguaje típico de la Guerra Fría? en boca de un alto jefe militar.

Resulta inquietante además que sea uno que proviene de la inteligencia quien se refiera a “la mente y el corazón de los argentinos” mientras sabemos que el gasto que se destina a la inteligencia militar es el doble que el destinado a reequipamiento (ver las notas de Dante Caputo “A quién espía el Ejército”, Perfil, 7/7 y Horacio Jaunarena, “Las FF.AA, un instrumento clientelar”, en La Nación, 12/7). Pero no fueron las voces críticas, sino uno de los más connotados defensores de la gestión oficial en el área, el ex vocero de la ministra Nilda Garré, Jorge Luis Bernetti, quien explicó este giro reflotando la vieja idea de la “Nación en armas”, asociada ahora con el modelo militar de Venezuela (ver “Una defensa nacional”, Página 12, 29/6).

Las Fuerzas Armadas son parte fundamental de la defensa de la Nación, como brazo armado del Estado democrático para ?como lo señaló el nuevo jefe del Estado Mayor Conjunto, general Luis María Catena, “ganar la mejor guerra, que es aquella que no se libra”?. Deben estar plenamente integradas a la sociedad civil, cumpliendo con sus misiones específicas, que nada tienen que ver con espiar a conciudadanos. Cada cual, civiles o uniformados, empleados estatales o desde la actividad privada puede adherir o no al proyecto político que mejor le parezca, eso es harina de otro costal.

No vaya a ser que tengamos también al “Vatayón Militante” y los muchachos de La Cámpora dentro de los cuarteles y a los militares fuera de ellos, haciendo otra clase de campañas.

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