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27 diciembre de 2017

Por Mariano Fraschini y Nicolás Tereschuk

Los acontecimientos políticos vividos en Argentina por el tratamiento de la reforma previsional demuestran la complejidad que tienen el ejercicio del poder en la región

En los últimos días, una pregunta sobrevoló la situación política en Argentina. ¿Cómo pudo ser posible? ¿Cómo fue posible que el Gobierno de Mauricio Macri, fortalecido en las elecciones legislativas, con más bancas en el Congreso, buenos índices de aprobación, una oposición fragmentada y debilitada y amplios niveles de acuerdo con factores de poder como el sector financiero y los grandes medios de comunicación, así como con los gobernadores y los sindicalistas peronistas, atravesara momentos de zozobra en el marco del tratamiento de la reforma previsional? ¿Cómo pudo ocurrir?

Es que más allá de que por diez votos el oficialismo pudo convertir en ley el cambio en el cálculo de los haberes de jubilados y beneficiarios de la Asignación Universal por Hijo (AUH) que hace que se vuelquen entre $70.0000 y $100.000 millones menos en los bolsillos de esos sectores el año próximo, no lo hizo ni en el tiempo ni de la forma que lo había previsto. Por dar sólo un ejemplo, debió desnudar un aparato represivo nunca visto en torno al Congreso. Y debió soportar un cacerolazo imprevisto, multitudinario y multicolor en la interminable madrugada del martes 19 de diciembre. Con una oposición que se unificó en discurso y en acción, el costo fue más alto que el previsto para el Gobierno. Y nuevamente la pregunta ¿cómo fue que pasó?

Desde hace un tiempo, en las columnas de el estadista venimos advirtiendo acerca de la complejidad que tiene el ejercicio del poder en Sudamérica. El contexto de baja institucionalización de las democracias en la región le permite al primer mandatario convertirse en una figura excluyente en la dinámica política. La labilidad de las reglas, el parcial cumplimiento de las mismas, la relevancia de las fuerzas extrapartidartias de poder (se mencionó ya a sindicatos y gobernadores, por mencionar dos) y la fragmentación intra e inter partidaria son parte de las condiciones esperadas por los presidentes en estas latitudes. En ese marco, el liderazgo presidencial se torna una variable decisiva para poder comprender las posibilidades reales y concretas de que un gobierno pueda ser estable o inestable en su gestión y el despliegue de sus políticas y su agenda.Un presidente con abundantes recursos de poder y una oposición dividida gozará de una posición política institucional dominante, mientras un presidente carente de recursos y con una oposición unificada tendrá una más desventajosa. Parece no haber lugares intermedios entre estos dos puntos polares en la mayoría de los países de nuestra región.

¿Pero un presidente puede pasar de una posición política dominante a una débil y viceversa? La evidencia empírica muestra que en Sudamérica la estabilidad presidencial es un activo posible de conseguir (y de mantener), aunque los desafíos a esa situación están a la vuelta de la esquina. Si no observemos cómo en los noventa un conjunto de presidentes neoliberales debieron salir anticipadamente del gobierno y cómo en el Siglo XXI, es cierto en menor medida, algunos primeros mandatarios “populistas” abandonaron la primera magistratura antes del lapso constitucional. La lista es extensa y variada: Fernando Collor de Mello, Carlos Andrés Pérez, Abdalá Bucaram, Raúl Cubas Grau, Fernando de la Rúa, Gonzalo Sánchez de Losada, Lucio Gutiérrez, Fernando Lugo y Dilma Rousseff, para mencionar los más emblemáticos.

Si posamos la lente sobre las razones del por qué estos liderazgos se vuelven inestables ?dicho de otro modo, por qué una serie de recursos de poder se les escurren de las manospodremos observar que una constelación de factores se combina para debilitar la posición política del presidente y con ello debilitar su mandato. Ellos son: la aplicación de políticas neoliberales y sus consecuencias, los escándalos de corrupción en cabeza del Presidente amplificados mediáticamente, una minoría parlamentaria y la existencia de movilizaciones policlasistas. Una combinación o una secuencia de estos factores resultan letales para la estabilidad presidencial. El último caso de inestabilidad, el de Rousseff, demuestra los peligros que invaden a los presidentes en la región cuando esta “tormenta perfecta” de factores de inestabilidad se hacen presentes. Asimismo, el caso de la líder brasileña es paradigmático, porque a pesar de haber vencido en forma contundente con el 53% de los votos con un discurso “populista” enmarcado en el giro a la izquierda regional, una vez en el gobierno llevó adelante una agenda política económica neoliberal que, entre otros elementos, la convirtió en vulnerable a los pocos meses de mandato.

Pero centrémonos en Argentina. Luego de triunfar de manera contundente en las elecciones legislativas del 22 de octubre, la prensa nacional e internacional vaticinó una segura reelección de Macri. La victoria electoral en todo el país y la derrota de la expresidenta Cristina Kirchner auguraba un trajinar despejado para la alianza de gobierno.

En ese contexto, si bien su gestión ya mostraba una orientación política clara a favor del despliegue de mecanismos de mercado y el desmantelamiento de otro tipo de mecanismos de regulación estatal en la economía, Macri decidió, a partir de su discurso en el Centro Cultural Kirhner del 30 de octubre pasado poner sobre la mesa una agenda de reformas neoliberales más clásicas. Recortes a los jubilados, eliminación de regulaciones laborales y quita de impuestos a los ricos. Tengamos en cuenta que esta última medida es el gran caballito de batalla del estadounidense Donald Trump y que los recortes jubilatorios y la flexibilización en el mercado de trabajo son los dos sobre los que se aúpa Michel Temer en Brasil, como para entender cuál es el “estilo” de este “reformismo permanenete”.

En este contexto, a pesar de los posibles riesgos, Macri avanzó con todos sus recursos de poder hacia una reforma previsional rechazada, según encuestas de diverso tipo, por la mayor parte de la población, e inclusive por los exponentes mediáticos afines al oficialismo (las “divas” Mirtha Legrand y Susana Giménez fueron sólo dos exponentes). La militarización del Congreso el jueves 14 dejó expuesta la veta represiva del Gobierno. Esto se repitió el lunes 18, donde las imágenes se sucedían y por momentos parecían beneficiar al oficialismo mostrando activistas violentos pero en otros momentos también exponían la brutalidad policíaca. En ambas movilizaciones organizaciones disímiles y con diferencias políticas entre sí decidieron movilizarse juntas. Lo mismo ocurrió al interior del recinto donde, para dar sólo una imagen, dirigentes como Agustín Rossi, Graciela Camaño, Martín Lousteau, Facundo Moyano, Victoria Donda y Nicolás del Caño ?todos de fuerzas políticas distintas y diferencias expresadas también en los medios? votaron en conjunto por el rechazo a la iniciativa y/o compartieron estrategias legislativas.

En ese contexto, el cacerolazo nocturno e imprevisto en casi todos los barrios de la capital, muchos del Gran Buenos Aires y con escenarios tan disímiles como Cabildo y Juramento o la Quinta de Olivos y Lanús y Fuerte Apache dieron cuenta de un malestar más generalizado hacia la reforma macrista.

“Fierros” más expuestos, una oposición más unida que lo deseable, malestar social que se traduce en ruido, tiempos que no son los previstos y una mayoría que funciona pero que no es holgada fueron algunos de los “costos” que dejó a su paso la aprobación de la reforma previsional para el oficialismo. Cuando se juega la “ficha” del ajuste son algunas de estas las diná- micas que se pueden desatar.

El Gobierno de Macri sigue fuerte, pero en la política argentina (y sudamericana) la velocidad es muchas veces de vértigo.

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