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Europa revive y busca su lugar

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06 agosto de 2020

por Tomás Múgica

Contra muchos pronósticos, el proyecto europeo se sostiene y la rivalidad entre Estados Unidos y China es un incentivo para profundizar la integración

Superando pronósticos pesimistas, el proyecto europeo se mantiene con vida. Tras una larga negociación, el 21 de julio el Consejo Europeo, formado por los líderes de los 27 países de la Unión, acordó lanzar el Plan de Reconstrucción Europeo. Comprende un paquete de 750.000 millones de euros (“Next Generation EU”), destinado a ayudar a los Estados más golpeados por la crisis; a ese fondo se suma un presupuesto incrementado ?el Marco Financiero Plurianual- que alcanza 1,1 billones de euros para el período 2020-2027.

Alemania y Francia son los principales impulsores y brokers del acuerdo, que expresa un compromiso entre las necesidades de los países del sur -sobresalen Italia y España- más golpeados por la crisis sanitaria y económica y las demandas de austeridad fiscal de los llamados países “frugales”: Holanda -el líder del grupo- Austria, Dinamarca, Suecia y Finlandia. Merkel y Macron y el Primer Ministro holandés Mark Rutte figuran entre los protagonistas principales de las negociaciones.

Los términos del Plan han sido ampliamente difundidos, pero se destacan cuatro puntos, que expresan el compromiso nortesur. El primero es el monto total de los recursos y el destinado a subvenciones, notables por su volumen y la velocidad a la que se inyectarán: el 52% de los fondos (390.000 millones de euros) serán destinados a subvenciones y el 48% (360.000 millones) a préstamos (la propuesta original contemplaba 500.000 de euros millones en subvenciones, pero se modificó para lograr la aprobación de los “frugales”). El 70% se desembolsará durante 2021 y 2022 y el resto durante 2023. S

egundo, el reparto favorece a las grandes economías del sur de Europa: Italia recibirá 209.000 millones de euros (81.000 en subsidios) y España 140.000 millones de euros (72.000 en subsidios).

Tercero, el mecanismo de acceso a los recursos, que implican una supervisión de la UE, aunque atenuada si se la compara con las duras reglas impuestas a los países que recibieron auxilio financiero tras la crisis de 2008-2009. Para utilizar los fondos, los países deberán presentar ante la Comisión Europea los llamados Planes de Recuperación y Resiliencia; una vez evaluados, necesitarán la aprobación por mayoría calificada del Consejo Europeo. La Comisión también supervisará el cumplimiento de metas; en caso de existir cuestionamientos respecto al mismo por parte de uno o más Estados miembros, el caso se remitirá al Consejo Europeo. Este mecanismo elude el veto defendido en un principio por Holanda y sus aliados, aunque deja abierta una instancia de discusión al más alto nivel político de la UE.

Cuarto, la novedad mayor es la emisión de deuda mutualizada en montos significativos, tras el decisivo cambio en la posición alemana; se debe recordar, por ejemplo, que en mayo pasado la Corte Constitucional de ese país declaró “parcialmente inconstitucional” el programa de compra de bonos del Banco Central Europeo. La Comisión Europea se endeudará en los mercados de capital por 750.000 millones de euros; por su calificación crediticia, lo podrá hacer a una tasa inferior a aquellas a las que acceden muchos de los países miembros. A ello se suma otra novedad en el frente fiscal: la creación de impuestos europeos, que proveerán recursos- destinados al pago de la deuda contraída por la UE; se mencionan una tasa sobre plásticos no reciclados, otro que gravará las emisiones de carbono y una tasa digital.

Finalmente, si el compromiso entre Norte y Sur gira en torno al esfuerzo fiscal, también existe un compromiso ?implícito- entre Oeste y Este respecto al régimen político: Hungría y Polonia lograron evitar una condicionalidad referente al respeto al Estado de derecho; ambos países son considerados por sus socios de Europa Occidental como Estados que desarrollan prácticas reñidas con el funcionamiento de la democracia, pero la decisión fue evitar el conflicto.

EUROPA EN EL ORDEN MUNDIAL EMERGENTE

El acuerdo alcanzado contiene al menos tres mensajes importantes acerca del proyecto europeo y el lugar de la UE en el orden internacional emergente.

El primero es que Europa, a pesar de las reacciones nacionalistas frente a la pandemia, mantiene vivo ?con la alianza franco-alemana como eje- su proyecto de integración, y con ello la aspiración de la UE a ser un jugador de gran peso en la política mundial. Aunque la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) sigue siendo uno de los aspectos más débiles de la Unión, un mínimo de cohesión interna ?que el nuevo acuerdo contribuye a crear- es una precondición para la influencia externa.

Los tiempos, aunque difíciles, son propicios para la integración. La rivalidad creciente entre Estados Unidos y China crea incentivos para la unidad europea. Estados Unidos seguirá siendo un socio indispensable, tanto en materia de seguridad -bajo el paraguas de la OTAN- como en el terreno económico: es el primer social comercial de Europa y el principal inversor externo en ese continente; americanos y europeos comparten además valores en materia de democracia y derechos humanos. Aunque las dificultades tienen raíces previas ?pensemos en la guerra de Irak y las revelaciones de Snowden- desde la llegada de Trump ,Estados Unidos se ha mostrado como un socio difícil, cuestionando la contribución europea a su defensa, abandonando el acuerdo de Paris sobre cambio climático y el acuerdo nuclear con Irán, e imponiendo restricciones comerciales; por su parte, los europeos han respondido con represalias comerciales y han desarrollado una regulación más estrecha de las actividades de los gigantes tecnológicos norteamericanos.

China, en tanto, tiene un peso económico creciente para Europa. Es el segundo socio comercial de la región en su conjunto, y el primero para varios países, incluyendo Alemania. Sus inversiones también están creciendo de manera significativa. El frente político, en cambio, es más frío: las críticas de Alemania Francia y España a la nueva ley de seguridad de Hong Kong; las restricciones impuestas por Francia e Italia a Huawei (Alemania mantiene una posición más ambigua); y la calificación de China como “rival sistémico” por parte de la Comisión Europea en un documento de 2019, son ejemplos de ese clima.

Frente a un Estados Unidos que se repliega y una China con la cual comparte intereses económicos pero de la que separan visiones políticas muy diferentes, Europa busca reafirmar su proyecto de constituirse en un polo de poder autónomo respecto a ambas potencias, buscando mayor independencia en áreas como tecnología y defensa. Es desde esta perspectiva que deberían leerse las tendencias actuales.

Un segundo mensaje es que al interior de Europa la brecha política y económica entre norte y sur continúa vigente. Los gobiernos del norte, inclinados a la austeridad, probablemente pagarán un costo político considerable por las decisiones tomadas. Fuerzas de derecha nacionalista como el holandés Partido por la Libertad (PVV) y AdF (Alternativa por Alemania) manifestaron su oposición al acuerdo -al que ven como una concesión a un proyecto ajeno a los intereses de las mayoríase intentarán sacar provecho electoral. A pesar de la oposición doméstica, Merkel -en retirada- comprende que la fragmentación europea es mala para Alemania y que la hora no admite vacilaciones; más allá de consideraciones altruistas, basta pensar que el 58% de las exportaciones alemanas van al resto de la UE para entender que es lo que está en juego. En el sur, en tanto, el acuerdo dará algún impulso a las fuerzas pro-europeas, en detrimento de fuerzas como Vox y la Liga.

Tercero, el proyecto europeo tiene por delante el desafío de acrecentar su alicaída legitimidad. Los acuerdos alcanzados, importante como son, expresan más la preocupación de las elites que la voluntad popular. La insatisfacción ciudadana con la respuesta de la UE a la pandemia (57% según Eurobarómetro) es sólo la manifestación más reciente de desilusión ciudadana con un proyecto que, en su forma actual, se percibe lejano, burocrático y al servicio de los grandes intereses económicos.

Frente a la crisis, y pesar de sus divisiones, Europa muestra fortaleza y cierta capacidad de renovación. El tiempo dirá si puede profundizar la unidad y alcanzar un rol protagónico en un mundo signado por la rivalidad sinonorteamericana.

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