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Elecciones y expulsiones en las dos orillas

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13 noviembre de 2019

por Miguel De Luca y Andrés Malamud

Esta vez el recambio presidencial tocó sincronizado en ambas márgenes del charco. Y, como decía Borges, fue igual y un poco distinto.

Argentinos y uruguayos disputan sobre varios temas, desde la cuna de Gardel hasta la invención del dulce de leche pasando por la supremacía futbolera. Para unos y otros, reconocer las diferencias mutuas es un juego fácil: basta con revisar la forma de expresarse en privado, de vestirse o de apropiarse de lo ajeno.

Sin embargo, el domingo 27 de octubre sucedió algo parecido en ambas orillas del Río de la Plata. Argentinos y uruguayos se levantaron temprano, hicieron fila y participaron, en paz, de un nuevo turno electoral. Incluso más: en los dos países, los votantes le dijeron chau (o casi) a los que estaban en el gobierno y se inclinaron por candidatos de la oposición. Fenómeno también infrecuente a nivel mundial: se sabe que los oficialismos ganan en ocho de cada diez elecciones democráticas.

En las urnas argentas terminó un nuevo ciclo, corto, de un presidente no peronista y empezará una nueva gestión del peronismo, el partido del poder. Alberto Fernández, el presidente electo, nunca había competido por un cargo ejecutivo, pero tiene cuarenta años de político profesional en el justicialismo. En el Paisito, en cambio, parece que termina un ciclo largo: los sondeos anticipan que no habrá cuarto mandato del Frente Amplio. En el balotaje se enfrentarán el frenteamplista Daniel Martínez, ex senador y ex intendente de Montevideo, y el blanco Luis Lacalle Pou, hijo de un ex presidente, diez años como diputado y cinco como senador nacional. Mientras en otros países de América Latina crujen los sistemas partidarios, agonizan los partidos tradicionales y brotan como hongos los outsiders, en la política rioplatense siguen contando los partidos y las carreras políticas.

Otro parecido: la implantación territorial de los apoyos electorales está bien diferenciada. En Argentina, Juntos por el Cambio se impuso en la franja central del país, mientras el peronismo ganó en las periferias: el conurbano bonaerense y las provincias del norte y del sur. En la Banda Oriental, el Frente Amplio ganó en el litoral mientras blancos y colorados acapararon los departamentos del interior.

Otra similitud (¿o será diferencia?): mientras las candidaturas que proponen mano dura y los “hombres fuertes” cosechan carradas de votos en otras latitudes, en el Río de la Plata tuvieron un desempeño magro.

En Argentina, el oficial retirado Juan José Gómez Centurión sacó 1,70% para presidente y no metió ningún legislador. En Uruguay la derecha no fue tan nimia: el ex comandante en jefe del ejército Guido Manini Ríos y su flamante partido Cabildo Abierto conquistaron el cuarto lugar con el 10% de los votos, metiendo senadores y diputados en proporción: tres y once. Esta aparición es llamativa pero explicable: mientras en Argentina la tasa de homicidios se reduce año a año, en Uruguay ya se registra el doble que en la Banda Occidental.

Entre las dos elecciones se alzó una diferencia relevante: el plebiscito uruguayo para reformar la constitución en aspectos vinculados con la seguridad pública (crear una guardia nacional que colabore con la policía, exigencia de cumplimiento efectivo de la pena en ciertos delitos, reclusión permanente, habilitación de allanamientos nocturnos). Ninguno de los candidatos presidenciales apoyó esta iniciativa. Sin embargo, y aunque no fue aprobada, la propuesta obtuvo el 46% de los votos. Contraste: suena raro que en el país donde está legalizado el aborto y el consumo de marihuana se registre semejante nivel de apoyo a esta iniciativa. El fracaso en enfrentar la criminalidad es, como recuerda Juan Tokatlian, uno de los talones de Aquiles de la izquierda latinoamericana. El otro es la lucha contra la corrupción, que en Uruguay es menos apremiante.

Mientras en otros países de la región miles de personas salen a las calles para protestar y pedir la renuncia de sus presidentes, desafiando a las fuerzas policiales y de seguridad, los rioplatenses se sacan la bronca en el cuarto oscuro. Quizás la lección de 2001 haya instilado paciencia en ambas orillas. Quizás nuestras democracias sean más plebeyas, o sea más equitativas. O quizás la calma sea sólo por ahora.

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