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Juegos sucesorios

26 diciembre de 2012

(Columna de Alejandro Bonvecchi)

La Presidenta tienen tres cursos estratégicos posibles y deberá definir cual quiere seguir.

Tras manifestaciones y el paro nacional acontecidos en noviembre, más el persistente deterioro de la imagen presidencial en la opinión pública, parece haberse abierto la carrera sucesoria en el peronismo. La forma que esta carrera adquiere hasta el momento es la de una superposición de juegos anudados, cuya resolución se presenta, por ello, como compleja y costosa para todos los jugadores. La jugadora central es, todavía, la Presidenta. Por su control del Gobierno Nacional, por el capital político que aún conserva en la opinión pública, por las adhesiones que todavía recoge en su propio partido, por la capacidad de movilización que hasta ahora exhibe y por el tiempo que su mandato constitucional le confiere, su margen de maniobra es considerable.

Sin embargo, ese margen no puede ya estirarse hasta los límites de su voluntad. El estancamiento con inflación que padece la economía, el deterioro de su imagen pública, el límite constitucional a su mandato, la exigencia de mayorías agravadas para reformar la Carta Magna y la coordinación opositora en el Congreso contra la rereelección restringen sus cursos estratégicos a tres: apostar todo a una recuperación económica y una victoria legislativa en 2013 que le permita presionar por la reforma; convertirse en la Gran Electora de un sucesor peronista o trabajar en contra de cualquier sucesor peronista. La viabilidad de la primera estrategia depende de una economía cuyas actuales reglas parecen desalentar la inversión privada y tender a un futuro de bajo crecimiento con alta inflación.

En esas condiciones, la capacidad presidencial para imponer candidatos propios y lograr una victoria contundente disminuye, y con ella las chances de éxito. Para la segunda estrategia hay tiempo y recursos, pero no candidatos preferidos: los mejor posicionados ?Daniel Scioli, Sergio Massa? no son considerados suficientemente leales; los más cercanos ?Amado Boudou, Juan Manuel Abal Medina, Florencio Randazzo, Sergio Urribarri? carecen de prestigio o conocimiento público; los demás ?Jorge Capitanich, Juan Manuel Urtubey, José Manuel de la Sota? aparecen como lejanos u hostiles.

Sin embargo, el tiempo y el dinero disponibles darían margen para ensayar alternativas y seleccionar eventualmente una, lo cual le permitiría conservar centralidad en la arena política y aspirar, con ello, a un pacto de convivencia con el elegido. La tercera estrategia, equivalente a la de Menem en 1999, también le permitiría mantenerse como protagonista de la escena, pero conllevaría riesgos equivalentes: el debilitamiento de su facción, la derrota del peronismo y la liquidación de su liderazgo en futuras disputas internas.

El otro jugador principal es el gobernador Scioli, cuyo capital político en la opinión pública, en el electorado bonaerense y, crecientemente, en el peronismo provincial, lo colocan hoy como el sucesor más atractivo para un peronismo unido. Su posición de continuista parcial le permite por ahora obtener lo mejor de ambos mundos: apoyo de votantes y dirigentes hoy enrolados en el kirchnerismo, y expectativas positivas de electores y líderes deseosos de terminar con el kirchnerismo. Sin embargo, Scioli enfrenta un dilema de hierro: si permanece en buenas relaciones con el kirchnerismo, puede sufrir ?como en alguna medida ya le ocurre? las consecuencias de su deterioro; si se distancia para evitarlo, puede sufrir las represalias presidenciales. Su actual estrategia, postergar la definición de ese dilema, tiene plazo fijo: el segundo trimestre de 2013, cuando deben definirse alianzas y candidaturas para la próxima elección.

Al cabo de ese plazo, Scioli tendría tres estrategias posibles: ofrecer al kirchnerismo la mitad de las listas en 2013 y la candidatura a gobernador en 2015, en combinación con su propia candidatura presidencial; dividir en tercios la lista con Massa y el kirchnerismo sin mención de 2015; o aliarse con Massa contra el kirchnerismo. La primera estrategia maximizaría su supervivencia en el corto plazo, pero arrojaría a Massa a la oposición y, dada la elevada imagen pública de éste, podría complicar el resultado electoral de 2013. La segunda maximizaría la unidad partidaria y postergaría la fase cruenta de la sucesión presidencial, pero no ampliaría el capital legislativo de Scioli ni arrojaría resultados políticamente atractivos para Massa ni para el kirchnerismo ?ya que el eventual triunfo de 2013 no tendría dueños?. La tercera podría acelerar, de resultar electoralmente exitosa, la liquidación del poder kirchnerista, pero incrementaría los incentivos para que la Presidente responda eligiendo otro sucesor peronista o trabajando a favor de uno no peronista.

El tercer jugador es el intendente Massa, cuyo primer lugar en imagen pública y creciente gravitación en el peronismo provincial le otorgarían amplias opciones. Una sería competir para diputado en 2013 con lista propia y perfil de renovador peronista: un desempeño razonable le permitiría pelear la candidatura a gobernador en 2015; un triunfo sobre la lista kirchnerista y/o sciolista le daría margen para aspirar inclusive a la candidatura presidencial. Pero su mero lanzamiento podría disparar represalias financieras del gobierno provincial y/o nacional, y su fracaso detendría su carrera política. Otra opción sería competir en alianza con Scioli bajo el acuerdo de dividirse las candidaturas de 2015; pero esta alianza sería inevitablemente antikirchnerista y estimularía a un Gobierno Nacional que conservaría poder de fuego a buscar otro sucesor peronista para pelear internas en 2015 o a sabotear ambas candidaturas. Una tercera opción sería competir como candidato poskirchnerista, en un entendimiento flexible con Mauricio Macri: si Massa triunfa en 2013, ambos competirían en una interna en 2015; si Massa hace buena elección sin triunfar, compite en 2015 por la gobernación apoyando la candidatura presidencial de Macri. El riesgo de esta opción, además de las represalias financieras nacionales y/o provinciales, es la viabilidad electoral de la postulación de Macri, la cual depende de liquidar las chances de Scioli y de mantener fragmentado el campo no peronista. Pero lo primero incrementaría las chances del propio Massa y lo segundo reduciría la contribución electoral propia de Macri ?con lo cual los incentivos para acordar con éste disminuirían?.

Así las cosas, en principio sólo dos actores podrían cortar los nudos que traban estos juegos: la Presidente, asumiendo la limitación constitucional y ordenando la carrera en el peronismo; y la oposición no peronista, reduciendo su fragmentación. Si el kirchnerismo persiste en buscar su propia continuidad, los juegos sucesorios podrían devenir guerras, y su virulencia facilitar la recreación de la elección de 2003, con una variante significativa: el potencial hartazgo social con la interna peronista podría incentivar la formación de una coalición no peronista competitiva capaz de ingresar a una segunda vuelta presidencial con alguna de las facciones del conglomerado peronista.

Con ese escenario en mente trabajan ya tanto radicales y socialistas como macristas. La coalición radical-socialista aparece hoy como más probable que una entente opositora generalizada con el macrismo y el peronismo disidente: tendría menor competitividad interna, mayor cercanía ideológica, y mayor capital de confianza previo para trabajar y construir. Le faltaría, empero, un candidato presidencial competitivo. Identificarlo y posicionarlo sería, pues, su desafío y su contribución a solucionar los juegos sucesorios.

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