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15 noviembre de 2013

Es probable que la izquierda troska anticapitalista siga creciendo en las próximas elecciones. ¿Cuáles son sus fortalezas?

Con los resultados del 27 de oktubre en mano, todos debatimos acerca de la hegemonía del pan ?peronismo o los desafíos del posible espacio radical? progresista, y dejamos olvidado el otro dato saliente de las elecciones legislativas, que fue el ascenso de la izquierda anticapitalista. Es cierto que no se trata, por el momento, de un fenómeno que esté en condiciones de cambiar los grandes lineamientos del proceso político argentino.

A partir del 10 de diciembre, los “troskos” tendrán un bloque de tres bancas en Diputados, sobre 257 que tiene la Cámara, y ningún senador nacional, además de legisladores provinciales y concejales en varias provincias y municipios. A nivel nacional, si sumamos en una misma columna a todas sus expresiones y denominaciones (Frente de Izquierda y los Trabajadores, Partido Obrero, MST, etcétera), esta izquierda anticapitalista relativamente unificada logró 6,5% de los votos.

Uno podría creer que el macrismo, con más del 7% en las últimas elecciones legislativas, el gobierno de la Capital Federal, un candidato presidencial competitivo y el apoyo de sectores económicos influyentes, es una variable más relevante que la izquierda anticapitalista a la hora de elaborar escenarios políticos futuros.

Sin embargo, aquí hay otros factores por fuera del arqueo representativo que hacen que la izquierda merezca más atención. Es la primera vez en la historia democrática argentina que una fuerza política antisistema es electoralmente relevante. La frase anterior es doblemente sartoriana: antisistema, porque la izquierda anticapitalista es normativamente contraria al sistema político y económico imperante en nuestro país, y quiere obtener bancas y votos no para participar de él sino para revolucionarlo. Y relevante, porque perforó el piso del 5% nacional, que era el mínimo requerido por Sartori para considerar a un partido como tal.

Hablamos de un conglomerado de pequeños partidos que, tras décadas de fragmentación, convergieron en una alianza. En la mayoría de los distritos importantes hubo una sola expresión, el FIT, y hubo pocos casos en los que fue dividida. La particularidad de esta izquierda, si la comparamos con las izquierdas rojas que sobreviven en otros países, es que la mayoría de sus dirigentes profesa un trotskismo bastante ortodoxo. Los herederos de León Trotsky, una corriente del marxismo que prácticamente desapareció a nivel internacional, que cuenta con una trama interna de fracciones y rupturas poco relevante fuera de su propio microclima, en nuestro país goza de buena salud. Hoy, la Argentina es la capital trotskista mundial.

Aunque cabe aclarar que no todos los dirigentes y candidatos que forman parte del FIT y del Partido Obrero ?la más grande de las fuerzas que lo integran? están tan aceitados en materia doctrinaria. Muchos se formaron militando en sindicatos o movimientos de desocupados, y no tienen tanta biblioteca como Nahuel Moreno, Jorge Altamira o Luis Zamora. Los troskos del Siglo XXI son más flexibles a la hora de sumar masa crítica y en ello reside una de las razones de su relativo éxito.

¿MAS CRECIMIENTO?

¿Por qué entonces esta fuerza exótica en términos internacionales, aún pequeña dentro del sistema representativo, y con una conocida inclinación hacia el faccionalismo ?capaz de boicotear alianzas en nombre del purismo ideológico? merece la atención del analista político? Porque a pesar de todas las debilidades anteriores, una hipótesis plausible es que la izquierda anticapitalista siga creciendo en las próximas elecciones. Y que, si las condiciones le resultan propicias, hasta podría dar un salto cualitativo adelante, como lo hizo días atrás en la elección provincial de Salta.

En el marco de un sistema partidario arrasado, hoy la izquierda anticapitalista es de lo mejorcito que hay en el país en materia organizacional. Junto con el peronismo oficialista y el panradicalismo es la fuerza política con mayor implantación territorial, ya que presentó listas en 20 de las 24 provincias, y en 10 de ellas obtuvo porcentajes por encima de su agregado nacional de 6,5%: 19% en Salta, 14% en Mendoza, 11% en Santa Cruz, 10% en Neuquén, 9% en Río Negro, 7% en Córdoba y Jujuy, además del 5% en la provincia de Buenos Aires.

Además, son activos, tienen presencia creciente en el sindicalismo ?algún día, los troskos van a ganar las elecciones en el Sindicato de la Alimentación y van a darle un gran susto al gremialismo peronista?, los movimientos sociales y las universidades. La Capital Federal fue el único distrito en el que la izquierda se presentó dividida entre el FIT de Altamira y Autodeterminación y Libertad, de Zamora, dos históricos que no pueden ni mirarse a los ojos, pero si prevalecía el pragmatismo y competían juntos en las PASO, hubieran sido sensación.

Asimismo, tiene ideología y un mensaje diferenciado. Hacia 2015, como decíamos en columnas anteriores, el resto de la oferta electoral girará en torno a una dirigencia con demasiados parecidos de familia. Kirchneristas puros, kirchneristas light, ex kirchneristas y ex aliados del kirchnerismo serán las caras visibles de las principales alianzas y candidaturas, y una izquierda ya instalada en el menú de alternativas del votante lucirá como lo novedoso.

Muchos podrán pensar, no sin razón, que esta izquierda nostálgica de la Comuna de París y el Soviet de Petrogrado está lejos de plantear algo nuevo. Pero para la mayoría del electorado, que ya ignora todo lo relativo a la Guerra Fría y las batallas ideológicas del Siglo XX, habrá una voz distinta y con un discurso directo. En ese marco, imaginemos un 2015 y después sin kirchnerismo en escena. ¿Acaso una parte de ese voto no podría ser capturado por la izquierda roja?

Sin ser, propiamente dicha, una fuerza de izquierda, el kirchnerismo ocupó ese flanco y también sumó elementos de ese origen que no acompañarían una “alvearización” del peronismo K, de la mano de un candidato que proponga un giro centrista. Así, una eventual Argentina poskirchnerista se podría vaciar en su hemisferio izquierdo ya que partidos que diez años atrás disputaban el voto progresista ?el socialismo, la Coalición Cívica, etcétera? ya perdieron la marca y no estarían en condiciones de absorberlo.

A ello habría que agregar otra conjetura, no menos inquietante. ¿Y si los economistas ortodoxos tienen razón, y una Argentina gobernada por el peronismo sufre los coletazos de una crisis? Ahí sí que la izquierda anticapitalista podría experimentar un crecimiento importante ya que todas sus fortalezas anteriores ?implantación nacional, ideología diferenciada, mensaje instalado, orfandad sistémica del flanco izquierdo? potenciarían sus oportunidades de captar un nuevo electorado.

Si el peronismo, como dijeron por décadas los sociólogos e historiadores, fue como un tapón para el crecimiento de la izquierda anticapitalista en nuestro país, los resultados electorales de 2013 y los escenarios poskirchneristas conforman una ecuación que anticipa un futuro algo más trosko.

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