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¿Qué deja el 2012?

29 diciembre de 2012

(Columna de Carlos Fara)

No fue un año tranquilo para CFK.

Después de haber comenzado el año con la Presidenta electa por el mayor porcentaje de votos desde que se recuperó la democracia, y con la experiencia inédita de ser el tercer mandato consecutivo de un mismo proyecto político, se suponía que 2012 ?más allá de los avatares económicos? debía ser un año relativamente tranquilo para CFK. Pero no lo fue.

Al menos cuatro factores contribuyeron a esa situación:

1) El 54%: un porcentaje tan alto de electores iba a elevar el nivel de exigencia de la ciudadanía respecto a la gestión. La experiencia indicaba que lo mismo le había ocurrido a Carlos Menem. Hoy el 50% dice estar decepcionado con las medidas que CFK tomó después de que ganó la elección. En términos cualitativos, la sensación mayoritaria es que la Mandataria no se está ocupando de las asignaturas pendientes (seguridad, inflación, educación), y que tiene una tendencia a negar los problemas, desviando su atención a cuestiones que no son prioritarias (el conflicto con el Grupo Clarín).

2) Los problemas pendientes: cuando un gobierno cumple nueve años, la lógica social apunta a responsabilizarlo por la falta de soluciones. Esa reacción se dispara frente a cuestiones como el accidente ferroviario de Once, los hechos de inseguridad, la violencia en el fútbol o la trata de personas.

3) El estilo de liderazgo: centrada en su agenda de segundo tiempo (ley de medios, cambio generacional, nueva estructura política, agenda nacional-progresista), la Presidenta ha vuelto a un estilo confrontativo, que la mayoría califica como soberbio y autoritario. Desde ese punto de vista regresó a 2008/2009, cuando fue la crisis del campo y la elección legislativa. Sus mejores frutos los obtuvo en 2010/2011, cuando sus modos se dulcificaron.

4) El intervencionismo económico: más allá de lo acertado o no de las medidas tomadas durante el año, lo cierto es que el cepo al dólar (que el 59% cree que existe) y la limitación de importaciones, entre otras, generaron fuertes temores, sobre todo en la clase media. El 54% cree que el Gobierno está interviniendo demasiado en la economía, y un persistente 37% estima que la Argentina tiene temores de que se esté implementando “un modelo comunista como en Cuba”.

Estos cuatro factores, en un clima de alta inflación y bajo crecimiento económico, hicieron que el nivel de optimismo sobre el futuro del país bajara al nivel de junio de 2009, y que la aprobación presidencial perdiera 23 puntos (a razón de 2 puntos por mes). Eso desembocó en los dos cacerolazos contra el Gobierno, los cuales recogieron una importante identificación con los motivos de la protesta (56%).

Este cuadro tiene además otras implicancias subjetivas que son llamativas:

1) En mayo de este año, el 38% estaba de acuerdo con eliminar los planes sociales, y ese indicador creció al 47% en noviembre.

2) A fines de 2010, el 49% prefería una empresa de servicios públicos estatal; dos años, después ese porcentaje bajó a 37% y está empatado con quienes prefieren una privada.

3) Hace dos años, el 53% creía que las empresas privadas de servicios públicos debían estatizarse; ahora lo piensa el 37%, siendo mayoría quienes lo rechazan.

4) En diciembre de 2010, sólo el 35% aceptaba un aumento de tarifas de servicios públicos que se aplique de forma gradual; ahora está de acuerdo con dicha alternativa el 61%. Claramente se está registrando una tendencia en la sociedad ya no tan pro-Estado, como existió durante la década pasada, hacia una en donde estaría primando una actitud más equilibrada entre costos y beneficios, entre Estado y mercado, entre responsabilidad individual y colectiva.

En este tipo de corrientes profundas es donde se debe poner la mirada, y no tanto en la aparición o no de actores con capacidad electoral, dentro o fuera del oficialismo. Quien más rápido interprete este cuadro, más posibilidades tendrá de llegar con éxito a la mayoría social.

En un contexto económico más promisorio que el de 2012, CFK tiene una buena oportunidad para sintonizar el rumbo de su Gobierno con las expectativas sociales. Posee recursos políticos como casi nadie en 30 años de democracia y un núcleo duro de apoyo social que le puede permitir soñar con proyectar más allá de 2015.

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