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Reflejos políticos de la crisis global

06 julio de 2011

(Publicado en la edición nº34)

Uno de los motivos, tan determinante como poco mencionado, de la recuperación del kirchnerismo es el entorno político global.

Centurias atrás, en aquel lejano 2009, los que anticipaban el final del ciclo kirchnerista

recurrían a la metáfora del cambio de década. Así como hubo una década de los ochenta, otra de los noventa y otra de los dos mil, se proyectaba otro golpe de timón para 2011, año del comienza de la “próxima” década democrática. Se decía, así, que el próximo presidente argentino sería un “moderado” que pondría un freno a las políticas populistas de la década kirchnerista.

No parece ser ese el escenario más probable. A cuatro meses de las elecciones generales, las encuestas siguen mostrando que Cristina Kirchner es candidata sólida a la reelección. Diferentes cosas sucedieron para que el kirchnerismo se recuperase del tropezón de las elecciones legislativas. Una de ellas, tan determinante como poco mencionada, es el entorno político global.

No nos referimos al factor más aludido de la economía política de la reelección cristinista, que es el contexto económico internacional favorable ?alta demanda a buen precio de los productos argentinos y reactivación del flujo de capitales hacia las periferias emergentes? que contribuye a la expansión económica local, sino a la crisis ideológica de un relato opositor referenciado en los valores del globalismo europeísta y liberal.

Por un lado, desde la crisis de Wall Street de 2008 hasta la crisis griega y sus repercusiones sobre la zona euro, los institucionalistas perdieron argumentos frente a la heterodoxia latinoamericana que, en nuestro país, representa mejor que nadie el kirchnerismo. Más específicamente, lo que se sigue fragmentando es una tesis que postula la necesidad de restringir a la política como mecanismo de modernización. La

política se hace con ideas y el cambio de timón quedó huérfano de ellas.

EL PARADIGMA DEL RIESGO

Días atrás trascendió la noticia de que las principales calificadoras de riesgo planean

revisar hacia arriba sus evaluaciones de nuestro vecino Uruguay, que podría recuperar el grado de inversión (investment grade). El análisis de la macro uruguaya se realiza, invariablemente, con la vara comparativa de lo que sucede en la Argentina.

Así, estos analistas destacan el brillante porvenir de la economía uruguaya, contrastando con las incertidumbres que rodean a la del maldito país inflacionario y gastoexpansivo del Plata. No obstante, el reflejo político de la crisis global pone en cuestión a esta comparación.

Lo que falla en el análisis de las calificadoras de riesgo soberano no es su metodología, sino las conclusiones que extraen de él. Es cierto que Uruguay tiene políticas fiscales y monetarias más conservadoras que la Argentina, y que siempre refinanció su deuda más amigablemente, y también es cierto que de ello podemos inferir que su riesgo financiero es más bajo.

Sin embargo, ya no es tan fácil de sostener que el bajo riesgo financiero augure el éxito económico y político de los países. Las calificaciones se limitan a ser lo que nunca debieron dejar de ser: un indicador más de evaluación crediticia. La evaluación de riesgo convertida en vara de medida social ya no se puede extrapolar a cualquier plano. No anticipa gobernabilidad.

Un mes antes del estallido de las llamadas “revoluciones árabes” en Túnez y Egipto, las calificadoras elogiaban la estabilidad de ambos países. Nada más lejos. Y tampoco anticipa crecimiento. El riesgo bajo interesa, específicamente, a los países con un modelo altamente dependiente del financiamiento externo. Pero en la coyuntura

mundial actual, hay países que, como los BRIC, crecen económicamente a partir

de un mix de financiamiento interno (favorecido por el ingreso de divisas de exportaciones) y externo.

La Argentina adoptó un perfil de inversiones de estas características, en principio

porque no tuvo otra alternativa tras la crisis y default de 2001. Años después, sin embargo, lo que en principio fue una opción inevitable de la crisis se convirtió en un consenso político y económico: los economistas opositores, a lo sumo, critican las “grietas del modelo” pero no plantean cambios fundamentales.

La vía uruguaya, en cambio, fue durante toda esta década más dependiente de la

inversión externa y mantuvo altas tasas de interés, que con el tiempo fue bajando. Otra diferencia entre ambos países, relacionada con el modelo de financiamiento, son las metas redistributivas que se plantean sus gobiernos: la Argentina no es fiscalmente indisciplinada sino que buscó el aumento del gasto público y el consumo como mecanismo de intervención social. Uruguay fue y es más conservador en este punto.

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