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¿“Volver para ser mejores”? Cristina y las críticas de los Horacios

01 septiembre de 2016

La consigna del kirchnerismo cristinista no concibe la revisión autocrítica sino como debilidad o traición.

Cristina Kirchner adoptó una nueva consigna para recrear el entusiasmo militante: “Volver, para ser mejores”. ¿Humildad y modestia para reconocer errores, revisar enfoques, elaborar derrotas? ¿Intención de “renunciar a los honores pero no a la lucha”? ¿Llamado a “desensillar hasta que aclare”, como alguna vez recomendó El General? Nada de eso.

La consigna apunta a una radicalización en el discurso y un repliegue en las propias certezas. Un dogmatismo que coloca cada dato de la realidad en los casilleros ya prefijados del relato maniqueo. El punto de apoyo es el clásico de la Argentina pendular: lo que vino después fue tan malo que exime de toda revisión autocrítica y ánimo de enmienda de los propios yerros, aún de los más flagrantes. Sin las responsabilidades de gestión y desde el llano, se alimenta un vanguardismo retrorrevolucionario que continúa reescribiendo la propia historia hacia atrás: luego del setentismo que se proclamó heredero de la efímera “revolución camporista”, ahora se desempolva un “sesentismo vintage” que reivindica la resistencia peronista, los Planes de Lucha contra Arturo Frondizi y Arturo Illia y las protestas obreras y estudiantiles frente a la dictadura de Juan C. Onganía, como alegorías del presente.

La expresidenta agita a sus bases a través de las redes sociales; rinde homenaje al comandante Hugo Chávez en el Instituto Patria; ofrece su visión geopolítica del mundo mostrando sus coincidencias con Vladimir Putin y sus críticas al imperialismo yanqui ante corresponsales extranjeros desde El Calafate; concurre a la Federación Gráfica Bonaerense para despedir al legendario Raimundo Ongaro y alentar a las corrientes del sindicalismo combativo; asiste a un acto en la Facultad de Filosofía y Letras en recuerdo a la Noche de los Bastones Largos y advierte que ahora “la mano viene para bastones muy largos”; va a la casa de las Madres y se abraza con Hebe de Bonafini; visita la Villa 31 de Retiro a la que proclama como “emblema de la resistencia”, y empieza a recorrer el conurbano preparando el terreno para una posible candidatura a senadora el año próximo.

CFK reivindica la asociación estrecha entre chavismo y kirchnerismo, en el peor momento para ambos. “Nos faltó un marco institucional más profundo ?explica?. Tenemos que pensar de qué manera asentar definitivamente derechos que creíamos conquistados con nuestras leyes pero necesitan de un instrumento más poderoso”. Se refiere concretamente a la necesidad de reformar la Constitución, siguiendo el ejemplo de Chávez con la instauración del socialismo del Siglo XXI (Página 12, 29/7). En el peronismo, dice, “autocrítica es echarle la culpa al otro”, y solo concede “que fuimos ingenuos sobre el poder que enfrentamos”.

Mientras tanto, no desatiende la defensa de sus fueros y privilegios personales, convirtiendo su situación judicial en parte de la batalla política; se considera una “perseguida política” y lleva adelante demandas contra periodistas y diputados que formularon denuncias y acusaciones en su contra. Esto le mereció una dura crítica de Horacio Verbistky: “Las demandas de la expresidenta CFK no son el mejor camino para quien ocupó la máxima posición institucional durante ocho años, durante cuyo transcurso cumplió con la resolución de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y despenalizó los delitos de calumnias e injurias en casos de interés público”.

“Cristina ya no es funcionaria ?explica Verbistky? Pero haber salido del gobierno no la convierte en una persona privada, ya que se debaten actos de interés público realizados cuando lo presidía. Quienes lo señalan son o legisladores en ejercicio de sus funciones o periodistas que ejercen la libertad de expresión, un derecho indispensable para la existencia de una sociedad democrática” (“En presencia de un payaso”, Página 12, 24/7).

La expresidenta elige transitar ese andarivel con los incondicionales, entre el 30% de imagen positiva y el 54% de imagen negativa que registran las encuestas, a costa de ir perdiendo apoyos en el camino. Ya no es solo el ubicuo senador Miguel Pichetto: ahora es el propio Movimiento Evita, al que se suman Juan Manuel Abal Medina y otros, quienes advierten que los tiempos están cambiando. Pero acaso la crítica más punzante y sutil provino de la pluma de Horacio González, el ex director de la Biblioteca Nacional y animador de Carta Abierta, en un ejercicio argumental que, bajo la forma de elogio admirativo, describe los límites de un liderazgo que se está resquebrajando: “Ya antes insinuaba la fugacidad de las cosas, la vanidad suprema con que el poder hacía creer en una insustancial inmortalidad. Ahora, sus apariciones deben ser sorprendentes, menos vinculadas a estrategias futuras basadas en astucias archisabidas, que a acontecimientos que desencajen los entumecimientos existentes, por más que se confundan con pensamientos economicistas ('cuando hagan click los tarifazos, etcétera')”.

Esto no la exime de una consideración más sensibilizada hacia numerosísimos dirigentes y organizaciones sindicales que han acompañado las vicisitudes más dramáticas del período anterior, ni debe ahorrarle la obligación de mayores visualizaciones de las áreas críticas que deben ser asumidas como déficits de cálculos políticos, déficits de éticas en los procedimientos y acciones, y déficits en el ahondamiento de la conciencia política de los compañeros de travesía” (“Pensar los liderazgos”, Página 12, 9/8).

En todo caso, la consigna debería revisarse. Antes que “volver para ser mejores”, acaso se trate de buscar mejorar para poder volver.

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