Javier Milei propone transmitir una imagen de cambio abrupto para terminar con "cien años de decadencia" y que promueve reformas de fondo que se ponen de entrada a consideración de la sociedad. Sin dilaciones. Esos pasos son coherentes con su mensaje de que el gradualismo no es una opción en las actuales circunstancias del país.
Quiere, además, aprovechar el envión del reciente triunfo electoral y respetar la creencia que dice que aquello que no se hace al principio de una gestión no se hace más.
Pesa también pesa en la consideración de Milei el antecedente del Gobierno de Mauricio Macri porque ahora muchos consideran que se equivocó al seguir un camino gradualista, en particular en el frente fiscal.
Pero la velocidad tiene sus riesgos.
En primer lugar porque limita toda posibilidad de debate y búsqueda de consenso al pretender cambiar por DNU decenas de leyes o reformarlas con un breve trámite parlamentario. Además, al querer hacer todo junto y rápido se mezclan temas que pueden considerarse necesarios y urgentes con otros que evidentemente no lo son, quitándole toda rigurosidad al procedimiento elegido.
Y la estrategia en el terreno legislativo tiene su correlato en el plano económico. Todos los economistas coinciden en que hay una enorme distorsión de precios relativos y que es necesario alinearlos como paso previo a poner en marcha un programa de estabilización. Pero crecen los cuestionamientos al intento de pretender alinearlos en muy poco tiempo produciendo una enorme caída de los ingresos afectando aún más a un cuerpo social ya muy castigado.
La apuesta es fuerte y el resultado incierto. Todo indica que el DNU enfrentará más problemas en el Poder Judicial que en el Legislativo. Mientras que aquello se termine aprobando de la llamada ley ómnibus es una incógnita. Pero servirá para dejar en claro los apoyos legislativos con los que podrá contar Milei para llevar adelante su agenda.
