(Columna de María Esperanza Casullo)
El “giro a la izquierda” de la región cumple catorce años. ¿Qué le ha permitido a los gobiernos populistas, con éxito, mantenerse en el poder? ¿Cuáles son sus desafíos y qué panorama enfrentan los partidos de oposición?
La elección de Hugo Chávez para un nuevo mandato el pasado 7 de octubre es una buena ocasión o excusa para pasar en lim pio algunas conclusiones de este momento, en el cual el “gi ro hacia la izquierda” sudamericano cumple catorce años.
1. Los populismos de izquierda actuales son, en muchos sentidos, más exitosos que los populismos clásicos del Siglo XX. Por un tiempo, la ciencia política ha discutido si estos nuevos populismos son “realmente” populismos o si el término debería reservarse para los gobiernos de las décadas de la posguerra, del cual estos gobiernos serían derivaciones. Sin embargo, los “nuevos populismos” actuales ya son (sea cual fuere su destino en un par de años) más exitosos que las experiencias de Getulio Vargas, Juan Velasco Alvarado o Juan Domingo Perón en varios aspectos claves. Son más exitosos desde el punto de vista de su capacidad de mantenerse en el poder: Hugo Chávez lleva catorce años en el poder, lo cual lo hace el populista con más tiempo en el gobierno, con la excepción de Vargas, y si contamos la alternancia entre Néstor y Cristina Kirchner, el kirchnerismo está por cumplir diez años de gobierno, con lo cual habrá gobernado por más tiempo ininterrumpido que el mismo Perón. Han sido también exitosos en su capacidad de sortear amenazas concretas y creíbles a su gobernabilidad (Chávez vivió un intento de golpe de Estado; Evo Morales y Rafael Correa sortearon crisis que incluyeron alzamientos armados y podrían haber derivado en una salida del poder; Cristina Fernández de Kirchner tuvo su propia “crisis de la 125”, la cual, si bien no puso nunca en duda su permanencia en el Gobierno, resultó en un vicepresidente que actuó como la principal figura de la oposición durante el resto de su mandato), y han sido también más exitosos en términos de combinar (relativa) estabilidad macroeconómica con estabilidad política.
2. Estos populismos demuestran que la decisión de la izquierda latinoamericana de aceptar las reglas de juego de la democracia liberal ha sido una apuesta que pagó. Algunos de los líderes de estos movimientos provienen de partidos o movimientos que aunque originalmente rechazaban abiertamente a la democracia liberal, la abrazaron luego. El caso más extremo, Hugo Chávez, saltó a la vida política en 1992 cuando intentó realizar un golpe de Estado en Venezuela (que era, hasta ese momento, el país con la sucesión más larga de gobiernos constitucionales del subcontinente). Chávez pasó varios años en la cárcel por ello y a su salida, luego de realizada su autocrítica, anunció que a partir de ese momento sólo competiría electoralmente. Por su parte, Evo Morales y su vicepresidente, Alvaro García Linera, se desviaron de su trayectoria más radical (que incluía una formación marxista) para volcarse decididamente a la vía electoral, lo cual causó la escisión de una fracción del movimiento encabezada por Felipe Quispe, que rechaza hasta hoy la “farsa” de la democracia electoral. Los gobiernos de Chávez y Morales, sin embargo, como los de Rafael Correa, el de los Kirchner (y también el del PT en Brasil, aunque con una orientación no populista en su liderazgo), mostraron que la vía democrática era un camino posible para la ampliación de las fronteras de la ciudadanía y la integración de sectores como los indígenas, los pobres urbanos, los obreros y los desempleados a la vida democrática. La consolidación de la democracia en el subcontinente debe mucho a esta decisión.
3. La crisis de los partidos nucleados alrededor de la ideología del Consenso de Washington no tiene aún vías de resolución. En Ecuador y Bolivia los partidos de oposición son casi inexistentes; en Venezuela la oposición pasó por las estrategias del golpe, la abstención y la participación electoral aún sin éxito, y en la Argentina, Cristina Kirchner fue reelecta con una inédita ventaja de casi cuarenta puntos con la segunda fuerza. El derrumbe de los partidos políticos “institucionales”, muchos de los cuales además quedaron identificados con la ideología neoliberal que prevaleció en la década del noventa (aún a su pesar, como la UCR argentina), y el fuerte carácter centrípeto de los liderazgos populistas vuelve muy difícil la necesaria reconstitución de las fuerzas políticas opositoras. Esto no significa que no existan en todos estos países figuras y votantes opositores. Muy por el contrario: en todos ellos existen figuras que enconada, casi rabiosamente, denuncian el carácter autoritario, antiliberal y aún hasta decididamente estalinista de los gobiernos populistas. 4. En todos estos países encontramos una extraña combinación: sobrerrepresentación de críticas institucionalistas y ausencia relativa de programas alternativos económicos. Curiosamente, la fortísima crítica institucionalista hacia los populismos por parte de casi todo el abanico de las fuerzas de oposición, de los medios de comunicación masivos y de algunos organismos internacionales es acompañada (y tal vez explicada) por la casi total incapacidad de desarrollar una propuesta económica que se diferencie de lo hecho por los populismos en algo más que las formas. Sin ponerse aquí a cuantificar los déficit republicanos de los populismos sudamericanos de izquierda, hay que señalar, sin embargo, que las poblaciones de sus países demostraron que, a la hora de votar, se orientan por temas distributivos y económicos. Hasta que los partidos opositores no desarrollen un discurso económico propio será difícil que fuercen una alternancia, salvo en el caso de un derrumbe catastrófico de los gobiernos populistas.
5. El éxito de estos nuevos populismos está basado en dos elementos: liderazgos convocantes y políticas redistributivas. A pesar de los ríos de tinta utilizados para explicar el ascenso y mantenimiento en el poder de los populismos de izquierda a partir de conceptos como el clientelismo o la manipulación comunicacional de “las masas”, no hay aquí mucho misterio: el atractivo de estos gobiernos reside en la apelación carismática de sus liderazgos y (más aún) en el apoyo social a las políticas sociales redistributivas implementadas por estos gobiernos, ya sea las misiones sociales venezolanas, el derecho jubilatorio o el Bono Juancito Pinto en Bolivia o la AUH y la universalización de la jubilación básica en la Argentina. Si sumamos a esto la disminución de la pobreza y la indigencia en todos estos países (que acompaña por cierto a una tendencia general de la región) y el éxito percibido en sortear la crisis del 2009, más los recuerdos aún frescos de las crisis del neoliberalismo, no hay necesidad de multiplicar los entes explicativos.
6. Los nuevos populismos no son imbatibles, y la alternancia se dará en algún momento. El fracaso del gobierno de Fernando Lugo en Paraguay y el hecho de que Hugo Chávez enfrentó en estas elecciones a una oposición unificada y a un candidato con buena imagen que, de hecho, redujeron su caudal electoral a menos del 60% del total hablan de que estos gobiernos no son imbatibles y que, en algún momento, el péndulo volverá a oscilar y se producirá la natural alternancia. La pregunta no es, entonces, si estos gobiernos culminarán alguna vez su ciclo, sino de qué manera lo harán. Sería deseable que, como pasó en Venezuela, los partidos opositores se comprometan con la vía electoral para buscar la alternancia.
7. Las amenazas al orden constitucional son de nuevo cuño. Sin embargo, las amenazas que enfrentan estos regímenes van más allá de la pérdida de una elección. Tres amenazas resultan salientes: primero, los enfrentamientos entre el Poder Ejecutivo y los otros poderes, sobre todo el Poder Legislativo. El caso más extremo de esto se vio en Paraguay; sin embargo hay que recordar que también en la Argentina la crisis más grave del kirchnerismo vino de la mano de un conflicto al interior del Congreso. Segundo, los conflictos con movimientos sociales por temas de manejo ambiental y de recursos naturales (como se ha visto recientemente en Bolivia y Ecuador, con temas de minería y protección ambiental). Y, tercero, conflictos con las policías y otras fuerzas de seguridad interior, como sucedió en Ecuador, Bolivia y sucede ahora mismo en la Argentina.
8. El rol de los medios de comunicación y las clases medias. La crisis de los partidos políticos de oposición desplazó el locus de la representación de los sectores opositores a estos gobiernos a los medios de comunicación masivos (sobre todo televisión y prensa escrita). Si a esto le sumamos que sectores importantes de las clases medias de todos estos países rechazan de manera decidida a estos gobiernos sin encontrar, en muchos casos, maneras institucionales de canalizar este rechazo, se genera una situación de perpetuo pero flotante descontento y movilización, que puede ser el sustrato de situaciones de inestabilidad política.
9. No hay “gobiernos buenos” y “gobiernos malos” en Sudamérica. La ciencia política gusta de dividir tajantemente a los gobiernos de izquierda de la región entre “racionales” o “moderados” (Chile, Uruguay y Brasil) e irracionales o “populistas” (los demás). Sin embargo, el casi unánime apoyo de los gobiernos de la región a Hugo Chávez, incluyendo un emotivo video grabado por Lula Da Silva, en el cual el líder brasileño le dice a Chávez “tu victoria será nuestra victoria” debe hacernos recordar que, más allá de diferencias de estilo o de liderazgo, los gobiernos de centroizquierda de la región se autoperciben como miembros de un colectivo. Esto no quita, por supuesto, que puedan establecerse comparaciones entre políticas públicas más o menos exitosas según los casos, pero el uso de categorías taxativas y normativamente abarcativas oscurece más de lo que aclara.
10. Vivimos el mejor momento político de los últimos cincuenta años en la región. Luego de décadas de inestabilidad y violencia política, Sudamérica se encuentra hoy con gobiernos electos democráticamente (con la excepción de Paraguay), sin amenazas creíbles de conflictos entre los países, con varios años de crecimiento económico y disminución de la pobreza. Claro está que los gobiernos populistas sudamericanos de izquierda tienen abundantes detractores. No cabe duda de que están dadas las condiciones para que los mismos intenten derrotarlos en las urnas y, sin duda, en algún momento lo harán. Este logro de la democracia de la región, tan básico, es, sin embargo, extremadamente valioso. Sólo cabe disfrutarlo.