por Nicolás Solari
Según las primeras encuestas, la nueva fórmula no le sumaría votos al kirchnerismo pero tampoco le restaría mientras que la apuesta del Gobierno es que el peronismo siga dividido
La exitosa estrategia de silencio que utilizó Cristina Kirchner durante los primeros meses del año ?y que le permitió escalar hasta el tope de las encuestas? llegó a su fin con una andanada de acciones de alto impacto político y mediático que se sucedieron en un puñado de días. El 9 de mayo, en la presentación de su autobiografía, Cristina materializó su regreso a la arena pública. Con modos conciliadores, la expresidenta se mostró más preocupada que temperamental, un faro invisible para parte de su auditorio. Días después, el 14 de mayo, Cristina dio nuevos indicios de la tesitura de su retorno. Se apersonó en la sede del PJ para revalidar su credencial peronista y ponerse a disposición del partido. Señales claras pero endebles a la hora de presagiar lo que sucedería el sábado 18, cuando por medio de un video anunció su candidatura vicepresidencial en una fórmula encabezada por Alberto Fernández, el sherpa que pretende devolver el kirchnerismo al pináculo del poder.
La alquimia de la fórmula entre Alberto Fernández y la expresidenta esconde el reconocimiento implícito de una debilidad de naturaleza electoral, política o personal. En el terreno electoral, Cristina pudo haber sopesado que sus votos serían insuficientes para alcanzar la presidencia, y que el resultado de 2015 podría volver a repetirse, dejándola indefensa frente a las causas que avanzan con distinta velocidad en el poder judicial. Complementariamente, se puede suponer que Cristina no está tan preocupada por la elección, como por el día después. Cómo gobernar un país exhausto y endeudado, cómo aprobar leyes en un Congreso fragmentado, cómo satisfacer la expectativa social que su liderazgo genera, cómo dominar la inflación y la desconfianza internacional, cómo lidiar con el FMI, en definitiva, cómo no fracasar. Más allá de las cuestiones político-electorales, tal vez las limitaciones de la ex presidenta fueran anímicas. No es para nada alentadora la perspectiva de conducir una campaña presidencial al mismo tiempo que se compadece frente a los tribunales, con el peso adicional que supone la situación procesal su hija.
Alberto, el delfín cristinista, es el último representante del kirchnerismo moderado, una especie que entró en extinción hace muchos años y que ahora irrumpe con fuerza en
la escena nacional. Es también la historia de un regreso anunciado a un lugar inesperado. Durante el año pasado el ex jefe de gabinete de Néstor y Cristina reconstruyó su lugar de operador todo terreno y consejero de confianza. Su designación al tope de la boleta presidencial viene a compensar los déficits de su jefa. Su postura conciliadora, sus nexos con el establishment, su conocimiento del Estado y su afición al trabajo son invaluables aportes a la causa kirchnerista. La presencia de Cristina como compañera de fórmula cumple a su vez dos funciones elementales. Por un lado garantiza los votos del kirchnerismo duro, por el otro, provee de una plataforma desde donde monitorear el desempeño de Fernández en una eventual presidencia. En política no existen los cheques en blanco. Los frenos y contrapesos están en la Constitución y también en las boletas del cuarto oscuro.
Los primeros números del tracking diario de RTD sugieren que la inclusión de Alberto Fernández al tope de la boleta presidencial del kirchnerismo no aportará nuevos votos, aunque tampoco los espantará. El impacto electoral de la designación de Alberto Fernández, provisoria hasta el 22 de junio (fecha en la que expira la inscripción de fórmulas presidenciales), podría venir de una eventual reconfiguración de la oferta electoral, proceso que al momento no ha acontecido. Mientras Lavagna, Massa y Urtubey mantengan sus precandidaturas no hay motivos para esperar un reordenamiento en las preferencias electorales de los argentinos. Habrá que darle más tiempo a Fernández -que no es un líder carismático sino un avezado operador político- para comprobar si puede generar una corriente de apoyo que se extienda al mundo peronista de las provincias. Su designación anticipada persigue ese objetivo.
Para el oficialismo, mantener la oposición dividida es el aire de cada día. Urtubey, Schiaretti y Lavagna están decididos a mantener la tercera fuerza sin importa cuántos Fernández les pongan en el camino. Con Massa las previsiones son más riesgosas. Sin un pie en la provincia de Buenos Aires el armado de Alternativa Federal podría desmoronarse y, con ello, sepultar buena parte de las esperanzas de Cambiemos.