En una democracia competitiva como la nuestra, es necesario que el saliente no arruine las oportunidades del entrante
El tórrido mes de enero se asemejó al fin del mundo en la Argentina. Amotinamientos policiales, saqueos, tiroteos, muertes, corrida cambiaria, devaluación, aumento de la inflación, apagones, la peor ola de calor en cien años. La Presidenta, que aparecía poco, venía de una cirugía riesgosa. ¿Hay más? Sí: todo eso sucedía en un país con un implacable historial de inestabilidad política, en el que los pocos gobiernos constitucionales que terminaron sus mandatos en tiempo y forma fueron como excepciones que confirman reglas. Y, por ende, con una comunidad política con memoria plástica de crisis anteriores y que al menor atisbo de turbulencia no duda en trazar inmediatos paralelismos con presidencias fallidas y helicópteros terraceros.
Pero no. A pesar de las sugestivas y elocuentes apariencias, lo que está atravesando la Argentina en el verano de 2014 no guarda relación alguna con las crisis del pasado. De hecho, no es ?propiamente hablando? una crisis.
Lo que en realidad está ocurriendo es un fenómeno arriesgado, doloroso y futurible: el nacimiento de un régimen. Dos décadas, tal vez más, de gobiernos basados en el justicialismo. El parto, en este caso, es un ASIP: Ajuste Solidario Intertemporal Peronista. La pieza que faltaba para que la matriz de gobernabilidad peronista finalmente se convierta en una institución.
Un gobierno con fecha de vencimiento realiza un ajuste macroeconómico, dentro de un ciclo abierto ?es decir, que no finaliza en 2015?, y proyecta hacia adelante. A partir del ASIP, lo que dejará al próximo gobierno no será “una brasa ardiente” , como decía Carlos Menem de la hiperinflación, ni alguno de los múltiples eufemismos que utilizaba Eduardo Duhalde. Habrá problemas, por supuesto. Pero el gobierno anterior algo habrá hecho para evitar que estallen.
Sí. Porque algunos economistas podrán creer que el ajuste vía tipo de cambio era la única alternativa con que contaba, a enero de 2014, un Gobierno con importantes compromisos de importación y deuda en dólares por venir. Y puede ser cierto, si nuestro marco analítico son las premisas con las que trabaja el analista macroeconómico.
No obstante, el menú de alternativas que maneja un político es más amplio, con márgenes más flexibles, de lo que un economista (especialmente, uno ortodoxo) puede siquiera imaginar. Partimos, entonces, de la premisa de que lo hecho por el Gobierno no era lo único que podía hacer. Fue a plena conciencia, e involucró una visión de futuro. Por eso, decimos que este ASIP es el primero en su especie. Su coyuntura única y fundacional es la alta expectativa de que el próximo gobierno será peronista. Será la primera vez que un gobierno democrático peronista sucede a otro del mismo signo partidario ?dejemos de lado reelecciones o sucesiones intrakirchneristas-.
Es cierto que el peronismo que vendrá será, tal vez, diferente del que gobierna desde la crisis del 2002. En el juego de las diferencias, una de la que se habla poco es la de los cambios que se vienen en la estructura económica internacional, términos de intercambio incluidos. Pero eso no es lo específico, ni lo central: si el próximo gobierno es peronista, aunque las políticas cambien, el conjunto de los peronismos provinciales y municipales mantendrá su entramado de alianzas fiscales y electorales con el Presidente. Sea Daniel Scioli, algún otro, o el mismo Sergio Massa quien venga en 2015, presuponemos que esta alianza aún funcionará.
¿Cuáles son algunas de las condiciones mínimas del incipiente régimen peronista? Destacamos tres. La primera es algo obvia. La segunda, comienza a cobrar forma con la reforma electoral de 2010 y va a terminar de perfeccionarse a lo largo de 2014. La tercera es la verdaderamente novedosa.
1. Gobernabilidad y capacidad de implementación. Lo mínimo indispensable que cualquier gobierno necesita para perdurar es mantener intactas sus capacidades de aprobar leyes, aplicar políticas, introducir cambios y ejercer la autoridad. En el caso del peronismo, además de mayorías parlamentarias, incidencia en la burocracia y alianzas provinciales, cuenta con el apoyo de los sindicatos.
2. Un modelo de sucesión. Sucesores no le faltan. Pero una de las falencias institucionales del peronismo, tantas veces señalada, era la falta de un mecanismo de sucesión interna. Eso comienza a resolverse con las PASO, una herramienta ideal para el régimen peronista. Permiten que los diferentes liderazgos de base provincial diriman fuerzas, sin necesidad de ataduras partidarias, y les ofrece también una instancia previa de nacionalización. El diseño tenía una falencia, que el actual anteproyecto de modificación se propone remendar: permitir que las mismas elijan solo candidatos presidenciales, y que luego el ganador pueda designar a su candidato a vicepresidente, a la usanza estadounidense. Esto es, en rigor, ventajoso para cualquier fuerza con varios presidenciables, ya que permite no desaprovechar nombres de peso. Por ejemplo, si Scioli ganase las primarias del oficialismo, y Jorge Capitanich saliese segundo, este último podría ser elegido como candidato a vice por el mismo Scioli; con la legislación actual, el perdedor de una PASO ya no puede competir, y eso desincentivaba a los candidatos de las provincias chicas
3. Cooperación con el futuro. Era, como decíamos, la pieza que faltaba. Para que el encadenamiento de gobiernos sea estable, en una democracia competitiva como la nuestra, es necesario que el saliente no arruine las oportunidades del entrante. Con la devaluación controlada, en definitiva, se cierra el círculo de un modelo político que aún no terminamos de vislumbrar.