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04 marzo de 2019

Por Ernesto Calvo

La agregación de datos muestra un punto de partida para el ciclo 2019 que se parece en mucho al punto de llegada del 2015

Al igual que hace cuatro años, el ciclo electoral comienza con sacudones económicos que golpean al oficialismo. Bueno, no exactamente igual. La inflación es considerablemente más elevada, la recesión más profunda, el desempleo se palpa en cada conversación y la deuda es 50% mayor que la registrada en el 2015. Pero, como dicen en la Casa Rosada, para que vamos a hablar de estos temas que son un bajón.

Mientras el resto del país contiene la respiración, Cambiemos, muy hábilmente, evita hablar de la economía, pone cara adusta y actúa como un adulto responsable que acaba de chocar el coche de su papa. “A fin de cuentas es culpa tuya que me conocés e igual me prestaste el coche”, puede escuchar uno en los pasillos de las secretarías que antes fueron ministerios.

No todo es pérdida. Contemos nuestros porotos y alegrémonos que la militancia de Cambiemos tiene un presupuesto limitado para inflar globitos o tomar clases de baile. Esta vez, para estas elecciones, van a tener que competir como cualquier partido que se precie de tal y explicar cuál es la política que proponen. Según entienden los especialistas, la idea es pedir prestado y esperar que las cosas se arreglen, la que es una política económica razonable según, al menos, 30% de los encuestados.

Más allá de la conformidad de un segmento del voto de Cambiemos, quienes siguen firmes en su compromiso con Mauri, la mayoría de los votantes y la casi totalidad de los actores económicos ven con preocupación que el Gobierno no se digne siquiera a definir una estrategia económica de mediano plazo. No hay ortodoxia, heterodoxia, monetarismo ni pragmatismo en el discurso oficialista. Menos aún cuando de elecciones y economía se trata. La política económica ha quedado reducida a desarmar bombas financieras, pedir prestado y hacer lo que dicen los que nos prestan para llegar exitosamente a diciembre del 2019. La situación económica es tan delicada que tanto La Nación como Clarín han decidido ser absolutamente obsecuentes con el Gobierno y dejar de usar ese tono crítico que tanto molestó al oficialismo durante los tres primeros años. De ahora en más sólo elogios y nada más que elogios.

El comienzo del ciclo electoral se parece también al 2015 porque vemos a un oficialismo golpeado que compite contra una oposición dividida. Posiblemente tendremos que esperar hasta noviembre para saber cuál de estos dos problemas es más importante para los votantes. Por lo pronto, vamos aventurando el futuro tan temido con los pocos datos que tenemos. Esa es la especialidad de la casa en cualquier ciclo electoral.

“La Borra” en el 2019

Hace cuatro años, con mis colegas Julia Pomares, Andy Tow, María Page y Manuel Aristarán, fuimos analizando el rendimiento de las encuestas pre-electorales. Desde las páginas de el estadista, el emprendimiento “La Borra”, como lo bautizó Tow, tenía como objetivo el realizar un meta-análisis electoral utilizando el conjunto de las encuestas disponibles publicadas entre enero y noviembre del 2015. La lógica que nos motivaba era similar a la de emprendimientos como Five-Thirty-Eight de Nate Silver (https://fivethirtyeight.com/), el Princeton Election Consortium (http://election.princeton.edu/) y el upshot poll tracking del New York Times.

Conocidos con el nombre genérico de poll aggregators, el objetivo de procesar conjuntamente la totalidad de las encuestas es proveer un doble servicio: en primer lugar, se da a los lectores una visión de conjunto de los resultados electorales que son anticipados, pudiendo diagnosticar cambios en la serie y evaluar la tendencia electoral que se espera al momento de la elección. Por otro lado, los agregadores de encuesta permiten ver distorsiones sistemáticas que surgen en la captura y diseminación de datos electorales. Dado que muchas de las encuestadoras tienen “mecenas” que las financian y partidos que las promueven, la agregación de encuestas permite evaluar sesgos que surgen de cada una de las distintas encuestadoras.

En el 2015, uno de los resultados más interesantes de la agregación de encuestas fue la alta heterogeneidad que observamos entre los datos reportados por las distintas encuestadoras, lo que resultó en intervalos de confianza que tenían mayor error que el esperado en una distribución normal. Podemos empezar en 2019 describiendo exactamente el mismo problema en las dos docenas de encuestas que miden el rendimiento de Cristina Fernández y Mauricio Macri en una elección general y en una segunda vuelta electoral.

Los dos gráficos que mostramos en esta página describen la “proporción de probabilidad” (log-odds ratio) entre los votos recibidos por Cristina y Macri en 22 encuestas tomadas entre mediados de diciembre de 2018 y mediados de febrero de 2019. Dado que las distintas encuestas tienen distintas combinaciones de candidatos y elecciones, solo comparamos el log-odds ratio del cociente de votos entre ambos candidatos, lo que nos permite ver la ventaja relativa entre ellos en un cabeza a cabeza.

La agregación de datos muestra un punto de partida para el ciclo 2019 que se parece en mucho al punto de llegada del 2015. En la primera vuelta, Cristina tiene una ventaja sobre Macri de 10% en proporción de probabilidad. Es decir, si solo consideráramos a estos dos candidatos en la primera vuelta, Cristina obtendría exp(.1)/(1+exp(.1))=52,5% de los votos en tanto que Macri sacaría 47,5%. La diferencia en la primera vuelta es estadísticamente significativa, replicando el resultado de la primera vuelta entre el propio Macri y Daniel Scioli allá por 2015.

En la segunda vuelta, por otro lado, el cabeza a cabeza entre Cristina y Macri es una tirada de monedas. Si bien Cristina aventaja a Macri en alrededor de 1 punto, la diferencia no es estadísticamente significativa. Por supuesto, ese es tan sólo el punto de partida de la campaña electoral y todavía está todo por jugarse.

Dado que los datos son aún muy preliminares, vale la pena destacar la segunda contribución relativa de la agregación de encuestas. Si los lectores cuentan los puntos verdes que se encuentran por fuera de las sombras, pueden notar que 7/21=33,33% de las observaciones están por fuera del 95% de confianza esperado. Es decir, la distribución de puntos se asemeja más a una distribución uniforme que a una distribución normal.

En la elección del 2015, “La Borra” había mostrado que la cantidad de puntos que se encontraban en la “media” de los datos era demasiado escasa. Es decir, las encuestadoras están reportando valores que están por muy por debajo o muy por arriba del promedio esperado. Esta “heterosquedasticidad” en la data (perdón por el término técnico), implica que las encuestas están sesgadas en favor de Cristina o en favor de Macri con mayor probabilidad que la que surgiría de tomas aleatorias de medias en las encuestas.

Conforme vayan aumentando el número de encuestas que podamos incorporar a nuestro análisis, mayor será la capacidad para proyectar el resultado electoral y mayor será la capacidad que tendremos para ver los sesgos que afectan a las distintas encuestadoras. Aún si al final del proceso no tenemos suficiente precisión para predecir el resultado electoral, por lo menos nos quedará el consuelo de saber con relativa certeza quiénes son los que nos mienten. Nada nos dice más sobre las intenciones de los políticos que los números que nos regalan.

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