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Brasil: ¿liderazgo o espejismo regional?

19 septiembre de 2012

Alemania se redimió del Holocausto reconstruyendo a Europa, pero Brasil no tiene esa obligación con la región, ni tampoco el poder necesario.

Si a la Unión Europea la hubieran fundado Alemania, Holanda, Letonia y Lituania: ¿habría funcionado? La Historia enseña que el eje franco-alemán cicatrizó las heridas de guerra y motorizó la prosperidad continental. Francia y Alemania Occidental eran, al principio, equivalentes en población y riqueza. Pero la unificación alemana y su productividad creciente la alejaron de sus vecinos, tanto en poder como en necesidad. El fin de la integración europea sería un golpe duro para Berlín pero el país saldría adelante; en cambio otros, como Grecia y Portugal, perderían soberanía real y quedarían a merced de compradores/predadores extrarregionales como Turquía o Angola. Tales son los costos de las asimetrías que el euro agigantó.

A veintiún años de la fundación del Mercosur, aún hay quien afirma que el eje argentino-brasileño es la versión sudamericana del francoalemán. Pero la comparación hace ruido: si se equipara demográficamente a Brasil con Alemania, la Argentina no equivale a Francia, Gran Bretaña o siquiera España sino al pequeño país de Máxima y los tulipanes. Siguiendo el mismo criterio, Paraguay y Uruguay no se parecen a Bélgica o Suecia sino a los miniestados bálticos (y Venezuela es comparable con Grecia, interpretaciones económicas al margen). Mientras sólo un sexto de los europeos son alemanes, tres cuartos de los mercosureños son brasileños. Y lo más grave es que la economía no compensa la desproporción poblacional: mientras Alemania constituye la economía más grande y más rica de Europa, Brasil es mucho más grande pero, al mismo tiempo, más pobre ?por PBI per capita y desarrollo humano? que la Argentina y Uruguay. En parte por ello, los fondos estructurales y las políticas redistributivas del Mercosur son ínfimos o están suspendidos.

Para explicar el flaco desempeño del bloque no es necesario buscar culpables: lo que falta son recursos y motivos. Visto desde una Europa en demolición, Brasil surge como un gigante en ascenso; pero una aproximación comparada muestra la otra cara del fenómeno. Para empezar, es el BRIC que menos crece desde hace una década: este año apenas superará el 1%, con una inflación que se aproxima al 5%. Claro que, mirado desde la Argentina, el último número es envidiable, pero para la política económica de Dilma es el límite del infierno.

En segundo lugar, Brasil es un país con industria pero ya dejó de ser un país industrial: en 2010 su estructura exportadora retrocedió hasta 1978, cuando la venta de commodities había superado a la de manufacturas por última vez. En este momento, la única potencia industrial de América Latina es México: el 75% de sus exportaciones son manufacturas, principalmente automóviles para el mercado estadounidense. Brasil, en cambio, exporta sólo el 36% de bienes industrializados, apenas por encima del 32% argentino. Su fuerte está en la soja y minerales de hierro vendidos a China, de la cual importa sólo manufacturas. En palabras de Marcelo Coutinho, profesor carioca de relaciones internacionales, se trata de una “dependencia económica restaurada”, con un mero cambio de patrón.

Gracias al Mundial 2014 y los Juegos Olímpicos 2016, Brasil tiene asegurado los focos del mundo durante los próximos años. Pero el resplandor de las luces no debe encandilar al observador. La economía global va a seguir enfriándose, y las tasas brasileñas de inversión e innovación no alcanzan para sustentar su crecimiento. Dilma lo sabe, y a eso se debe el combate por reformas que anticipen la crisis. Pero su país ya pesa demasiado como para cargarse al hombro, además, a los vecinos.

George Soros acaba de publicar un manifiesto exigiéndole a Alemania que lidere la Unión Europea o se marche (lead or leave). Caso contrario, toda la integración continental, y no sólo la moneda única, se vendrá abajo. Pero el liderazgo tiene costos económicos y morales que los ciudadanos alemanes, tres generaciones después del Holocausto, ya no parecen dispuestos a pagar. Si la rica y culposa Alemania deja de sustentar la integración europea, esperar que Brasil impulse la integración sudamericana es una cándida ilusión. Los latinoamericanos se quieren mucho pero se necesitan poco, y Brasil no tiene fondos para financiar el cariño.

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