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Breves apuntes a la luz de la experiencia

urnas9
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28 octubre de 2015

(Columna de Daniel Chasquetti)

Las reversiones del resultado en segunda vuelta se producen sólo en el 23% de los casos, pero cuando la diferencia entre el primero y el segundo es menor a 4%, la probabilidad de reversión es del 50%.

Las segundas vueltas para elegir presidentes son cada vez más frecuentes en América Latina. Ecuador fue el primer país en utilizarla en abril de 1978, cuando Jaime Roldós superó al socialcristiano Sixto Durán Ballén. En las siguientes tres décadas, el sistema de elección presidencial por mayoría comenzó a ser aplicado en Guatemala, Brasil, Perú, Nicaragua, Colombia, El Salvador, República Dominicana, Argentina, Uruguay, Chile y Costa Rica. Mientras la mayoría de los países establecieron como criterio de decisión el 50% de los votos, Costa Rica, Argentina, Nicaragua y Ecuador (entre 1994 y 2008) optaron por diferentes variedades de un umbral reducido (40%, 45%, o 40% y 10% de diferencia entre primero y segundo).

Hasta el presente, se realizaron en nuestro continente un total de 78 elecciones con sistema de doble vuelta y en 44 de ellas se necesitó la segunda vuelta para dirimir el ganador. Esa enorme experiencia electoral dejó útiles enseñanzas para estudiar las actuales competencias. Por ejemplo, las reversiones del resultado en segunda vuelta se producen sólo en el 23% de los casos. Cuando la diferencia entre el primero y el segundo es menor a 4%, la probabilidad de reversión es del 50%, pero cuando la diferencia oscila entre 5% y 8%, la probabilidad cae al 27%, y cuando la distancia es mayor a 8%, la probabilidad es solo del 10%.

Además, sabemos que los competidores del balotaje no suelen perder los votos que conquistaron en la primera vuelta. La única excepción la constituye la segunda vuelta de Brasil 2006, cuando Geraldo Alckmin perdió dos puntos y medio respecto a la primera vuelta y sufrió una severa derrota con Lula Da Silva. De este modo, los dos competidores parten del piso generado en la primera vuelta y el resultado final depende de cómo se distribuyen los votos de de los candidatos eliminados en la primera vuelta.

Bajo estas circunstancias, resulta natural que las estrategias del balotaje estén enfocadas a conquistar a esos votantes. Para ello, los competidores buscan conseguir el apoyo de los candidatos eliminados bajo el supuesto de que los votantes seguirán las orientaciones de sus líderes. Sin embargo, la experiencia latinoamericana muestra que ese proceso no es tan sencillo ni tan lineal. Hay casos donde el electorado responde eficientemente y casos donde ello no ocurre debido a que la lealtad partidaria no es tan fuerte. En la segunda vuelta de Uruguay de 2014, el Partido Colorado apoyó al candidato del Partido Nacional y consiguió que aproximadamente el 80% de sus electores siguieran sus directivas de votar por el candidato nacionalista. En Brasil 2014, la candidata del PSB, Marina Silva, alcanzó un acuerdo con Aecio Neves con el fin de derrotar a Dilma Rousseff, pero sus votantes no siguieron su consejo y optaron mayoritariamente por la candidata del PT.

Otra estrategia privilegiada en las segundas vueltas consiste en pugnar agresivamente por el control de la agenda, de forma de establecer nítidamente ante los ojos del ciudadano las diferencias entre los competidores. Existe mucha evidencia que muestra que los candidatos que logran imponer los temas consiguen mejores resultados que aquellos que fracasan o que son tomados por sorpresa. En Uruguay 1999, Jorge Batlle consiguió que el debate público girara en torno a los defectos de la propuesta de reforma impositiva que impulsaría el Frente Amplio y ello fortaleció su perfil de candidato serio y previsible. En Colombia 2002, Alvaro Uribe consiguió que el debate de segunda vuelta girara en torno a su idea de enfrentar decididamente a la guerrilla de las FARC, dejando a su contrincante Horacio Serpa sin propuesta ni respuesta.

Si observamos el próximo balotaje argentino a la luz de la experiencia continental podemos proponer los siguientes apuntes:

Dado que la diferencia entre Scioli y Macri es pequeña podemos inferir que las posibilidades de triunfo están repartidas. Ambos tienen similar chance.

-Scioli y Macri parten de la proporción de votos conquistada el domingo 25 y el objetivo principal de campaña será conquistar a los votantes de Sergio Massa, Margarita Stolbizer, Aldolfo Rodríguez Saá y Nicolás Del Caño. Es falsa la idea de que puedan robarse votos entre ellos.

-Un acuerdo con Massa no lo resuelve todo pues no está nada claro cuán leales son los votantes a ese líder.

-Por tanto, la clave de la competencia no estará en la consagración de alianzas sino en el tipo de campaña que los candidatos desarrollen.

-Es cierto que Macri cuenta con una aparente ventaja pues las encuestas anteriores al domingo muestran que los votantes de los candidatos derrotados lo prefieren al candidato oficialista.

-Sin embargo, esos votantes no se plegarán automáticamente. Macri necesitará hacer una campaña inteligente basada en el significado que tuvo el voto a Massa. También deberá evitar caer en las trampas que su adversario le tenderá en estas semanas.

-Scioli es, sin duda, el candidato más urgido y, por tanto, es el que hará las primeras movidas con el objetivo de capturar a Massa y el massismo. Pero, sobre todo, intentará controlar la agenda buscando generar hechos políticos de alto impacto que permitan a los votantes razonar en torno a los ejes de competencia que más le favorecen (izquierda-derecha y peronismo-antiperonismo).

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