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Macri-2
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30 noviembre de 2017

Por Néstor Leone

El Gobierno hace usufructo de la nueva correlación de fuerzas que dejaron las elecciones. Reformismo permanente y la mira puesta en 2019.

1. PROGRAMA Y GOBERNABILIDAD

El triunfo de Cambiemos, por encima de lo esperado, estableció una nueva correlación de fuerzas en el sistema político argentino, de la que el Gobierno hace usufructo. No porque haya cambiado sustancialmente la distribución de escaños en la nueva composición parlamentaria, objetivo formal de la elección. Sí porque le permitió al oficialismo recoger una mayor legitimidad de ejercicio, leído como espaldarazo para el horizonte de sentido de sus políticas y, al mismo tiempo, porque dejó más debilitado a buena parte del universo opositor, casi sin distinción entre moderados y duros, entre conciliadores y críticos. Las reformas en curso (la previsional, la fiscal y la laboral), con las que Cambiemos pretende avanzar en las próximas semanas en el Congreso, forman parte de ese envión. No ya como decisión consensuada con actores varios (aquellos más moderados, más conciliadores), para no malquistar demasiado el frágil esquema de gobernabilidad del que partía, con minorías parlamentarias, escaso anclaje en términos territoriales y pocos distritos en manos propias. Si no, como producto convencido del programa original de Cambiemos. Es cierto, hubo ronda de negociaciones con los interlocutores en cuestión para cada caso, aspectos en los que el Gobierno cedió en el camino y una puesta en escena acorde. Pero la resolución con la que pretende aplicarlas parece decididamente más intensa y, el sentido, más acorde con aquellos propósitos, intenciones e ideas preestablecidas del elenco de Gobierno. Ya sin quedar tan atado a las ecuaciones de gobernabilidad posibles en cada circunstancia.

2. NORMALIZACION

Uno de los conceptos arquetípicos de Cambiemos durante su primer bienio de gestión fue “sinceramiento”. La idea que subyacía era que el país estaba atravesado por una serie de artificiosos, por inconsistencias acumuladas, que se debían dejar atrás. Los distintos ajustes iniciales, económicos, pero también políticos e institucionales, tenían esa justificación. Casi como un pecado original que la sociedad debía purgar para generar las condiciones hacia tiempos mejores. Luego de las elecciones de octubre la etapa que parece abrirse tiene un nuevo concepto transitado: el de la necesaria “normalización”. Los proyectos en cuestión se inscriben dentro de esta nueva impronta. En los términos del Gobierno, para que el país gane en competitividad internacional bajando “costos laborales” y litigiosidad; para reducir el déficit fiscal y “racionalizar” los recursos públicos de modo que el Estado no sea una “carga mayor” para los privados; y para compensar a la descompensada provincia de Buenos Aires, perjudicada en el reparto de fondos coparticipables. Desandar la matriz estadocéntrica, en ese sentido, aparece como un objetivo deliberado. Intentar búsquedas de mayores aperturas y menos rigideces y regulaciones (el término flexibilidad reaparece para el mercado de trabajo, pero no sólo), también. Cambiemos sabe que tiene el respaldo del núcleo dinámico del capitalismo argentino. En términos geográficos, ganó en los distritos que concentran la mayor población y también la mayor tajada del producto nacional. Pero también en términos de actores y sectores sociales. Quedará por observar cuánto mantiene o consolida los apoyos mucho más transversales en otros segmentos sociales con el impacto de aquellas medidas.

3. MODELO

Ahora bien, ¿cuál es la estrategia de crecimiento que tiene en mente el Gobierno? ¿Cuál el modelo de desarrollo? ¿Sobre qué bases? ¿Con qué actores? ¿Cómo obtendría las divisas necesarias y genuinas para que hacerlo sostenible en el tiempo, para revertir la recurrente restricción externa? En sus primeros dos años de gestión, el sector agroexportador fue uno de los beneficiados, con quita o recorte de retenciones y “clima de negocios” propicio. También el sector minero fue promovido con ventajas y, de manera generalizada, el energético se sumó a la selecta lista de ganadores. De todos modos, estos impulsos lejos estuvieron de revertir el déficit comercial existente, que se acentuó durante los últimos meses y que trajo como contraparte una importación en alza. Ni lograron mitigar la mayor vulnerabilidad externa a la que el país parece estar expuesto. Que el mercado de intermediación financiera haya sido el otro sector que se llevó las hurras no resulta ajena a esto último. El endeudamiento externo, el carry trade con “dólar barato” y la fuga de divisas fueron variables complementarias, más acá o más allá de los objetivos explícitos del Gobierno de mantener a raya a la inflación o de generar una “lluvia de inversiones”. Y sin que la decisión de gravar la renta financiera prometa ser, en lo sustancial, elemento reparador de ese círculo no necesariamente virtuoso. La apuesta del Gobierno por la obra pública y los créditos hipotecarios en expansión revitalizaron la alicaída industria de la construcción y el mercado inmobiliario. Y ciertos repuntes en algunos indicadores respecto de un 2016 decididamente negativo permitieron que la economía no fuera un lastre difícil de sobrellevar en las PASO y que operara de neutro a positivo en la recta final hacia las generales. Pero en ninguno de los casos constituyen los trazos gruesos ni finos de un modelo de desarrollo consistente, y mucho menos virtuoso o inclusivo socialmente.

4. LAS PIEZAS DEL TABLERO

Durante este bienio fue un lugar común, poco menos, señalar la mayor eficacia del Gobierno de cumplir con sus objetivos políticos que económicos. El esquema de gobernabilidad que pudo anudar, con acuerdos con gobernadores propios y ajenos, con buena parte del universo opositor, sobre todo en el Congreso, y con organizaciones sociales y sindicales, habla de ello. También el resultado de las elecciones de octubre pasado, por cierto, donde ganó en 13 distritos y dio un salto cuantitativo y

cualitativo importante como fuerza política. Pero quizá más que ningún aspecto haya que destacar en Cambiemos la conformación de los contornos de una identidad propia, que comienza a exceder a los partidos que la integran. Como fuerza nacional, bien definida en términos ideológicos del centro hacia la derecha del sistema político, pero con capacidad para tener anclaje popular. En ese sentido, en Cambiemos se entusiasman con la posibilidad de reformular el sistema político: patear el tablero, redefinir los clivajes, distribuir las fichas de distinto modo, a costa de las viejas identidades y los esquemas tradicionales. Consolidarse en el distrito más poblado, con el conurbano como epicentro de las principales miradas, apunta a ser una de esas apuestas. El apoyo de Nación a la gobernadora María Eugenia Vidal en la negociación con sus pares y el acuerdo alcanzado, que beneficia a Buenos Aires más que a ninguna otra provincia, tiene que ver estrechamente con eso. Más allá o más acá (otra vez) de las dudas sobre la sustentabilidad futura del sistema provisional, origen de los fondos que se reasignan. Los aciertos o errores del Gobierno en esta y otras materias marcarán la senda. Mucho más que los aciertos o errores de una oposición en estado de deliberación permanente y más fragmentada.

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