El kirchnerismo asume el costo de sostener la concepción movimientista
Nuestro actual embajador en Italia, Torcuato Di Tella, sociólogo y politólogo de vasta y reconocida trayectoria, fue durante muchos años un principal referente de quienes abogaban por una “normalización” del sistema político argentino, con dos grandes coaliciones políticas, una de centroizquierda y otra de centroderecha. Tomaba como referencias el modelo europeo (laboristas y conservadores en Gran Bretaña, socialistas y gaullistas en Francia, democristianos-liberales y comunistas-socialistas en Italia) o estadounidense (demócratas y republicanos). Aplicando variables como “extracción social del voto”, “bases de apoyo electoral” y “agendas ideológico-programáticas de los partidos y líderes”, encontraba que lo más aproximado en el caso argentino era asociar al peronismo y sus aliados con la centroizquierda, y a los radicales y sus aliados con el centroderecha.
Distintas razones históricas, sostenía, habían impedido esa evolución del sistema político en Argentina: la tradición populista latinoamericana, la falta de una derecha comprometida con la democracia a partir de 1930 y las tensiones entre el peronismo y la democracia de partidos entre 1945 y 1976, pero a partir de 1983, esos factores empezaban a confluir en una síntesis agregativa y superadora. El esquema tuvo, sin embargo, serios problemas de aplicación en los años '80 y '90 ?difícil considerar a Alfonsín y sus políticas como “de centroderecha” y, sobre todo, a Menem y sus políticas como “de centroizquierda”?, pero fue la crisis del 2001 la que hizo saltar por los aires las piezas de ese tablero.
Sin embargo, el planteo sedujo a Néstor Kirchner, a quien Di Tella dio letra (publicaron juntos incluso un buen libro de campaña en 2002, titulado “Después del derrumbe”, un interesante diálogo entre ambos), y algo tuvo que ver con la idea original de la transversalidad. Una década más tarde, y luego de haber recorrido todas las fases de una fuerza política que llega al gobierno, se consolida y se prepara para ¿retirarse? del poder, el kirchnerismo se encuentra con la misma cuestión inicial de su indefinición ideológica, y por carácter transitivo, vuelve a reconocer como un problema la falta de un sistema de partidos representativo del espectro políticoideológico del país.
A un año de las elecciones presidenciales, se da la paradoja de que el peronismo y el radicalismo se han difuminado más que nunca, pero siguen marcando la cancha, armando los equipos y definiendo el campeonato. Peronistas y radicales están en todas partes, en general, y en ninguna en particular. Hay peronistas y radicales en la izquierda y en la derecha, en el gobierno y en la oposición, arriba y abajo. Ser peronista o ser radical quiere decir hoy muchas cosas, pero a la vez ninguna muy precisa. Hay quienes sostienen que importa cada vez menos esa procedencia o identidad, pero lo cierto es que de allí vienen.... y hacia allá van. Las viejas estructuras, aparatos y sellos partidarios ya no alcanzan para ganar una elección, ni siquiera para iniciar una campaña. Pero nadie puede prescindir de ellas a la hora de lanzarse al ruedo en esta competencia en la que se juegan los futuros Gobiernos nacional y provinciales, la presencia en el Congreso, los municipios y poderes provinciales.
Por eso, el FpV, que se pensó originalmente como una instancia superadora del PJ, apenas si puede aspirar ahora a convertirse en una línea interna del propio PJ, ya sea transformándose en el “ala izquierda” de un eventual gobierno de “centroderecha” presidido por Daniel Scioli, o como referente de la oposición “de izquierda nacional y popular” a una eventual presidencia de Mauricio Macri, o Sergio Massa, más claramente situados en ese lugar del espectro ideológico. Es la consecuencia de haber congelado las estructuras partidarias tradicionales y mantenido la concepción movimientista que le permitió adicionar al PJ sus propios “armados”organizativos (Unidos y Organizados, La Cámpora) y alinear al justicialismo con el FpV.
Hace más de una década que el bipartidismo está derruido en nuestro país y varias veces se lo dio por muerto. Pero nada ha ocupado el lugar que dejó vacío. Es la política huérfana de partidos, que tanto celebraron los mentores de la nueva política y hoy nos provee estos armados y candidaturas a la búsqueda de aquellas plataformas que les permitan llegar a la Rosada o mejorar sus posibilidades electorales. Algo es claro: ninguno de los candidatos presidenciales en condiciones de ganar en el 2015 será peronista o radical químicamente puro. Pero ninguno llegará sin elementos peronistas y/o radicales en su composición fisiológica. Las viejas escuderías siguen vigentes, aunque aparezcan revestidas de distintas caras y colores y sus autos, aun con sus motores desvencijados u obsoletos, tengan renovadas carrocerías y los corredores se muevan de un lado al otro, sin respetar carriles.
Es interesante observar a la luz de estos desplazamientos el debate que está sucediendo en el seno del Partido Democrático en Italia. El primer ministro Matteo Renzi pretende, por un lado, consolidar su gestión de gobierno, y por el otro, transformar al partido “de la izquierda” en un partido reformista “de la Nación”. El ex secretario del partido Pier Luigi Bersani, que lidera la oposición interna a Renzi, advirtió sobre las implicancias de ese desdibujamiento ideológico, con una elocuente comparación: “Si nos convertimos sólo en un partido de electores ?escribió? cualquiera puede venir a nuestra casa a expresar la derecha o la izquierda. Cuidado, porque ello significaría construir un peronismo a la europea”. Acaso el embajador Di Tella tenga algunas ideas y recomendaciones al respecto para sus interlocutores argentinos, peronistas y kirchneristas.