La presencia de la expresidenta en el escenario político puede oficiar como un barómetro para el Gobierno y la oposición.
Después de proveer a la grandeza de Francia durante quince años y verse obligado a abdicar al trono de emperador, Napoleón Bonaparte intentó volver al poder en 1815 y su regreso duró apenas cien días, siendo derrotado en forma estrepitosa en Waterloo. Luego de conducir a Italia como dictador fascista durante veintiún años, Benito Mussolini fue depuesto y encarcelado en 1943. Escapó y regresó para instalar lo que se conoció como la República del Saló, hasta su caída definitiva en 1945. Los dos tuvieron su Operación Retorno, aclamados por sus partidarios, que repudiaban la restauración del antiguo régimen, o el cambio de régimen, que se había producido con respaldo de las potencias extranjeras y sus aliados internos, quienes los combatían en nombre de la libertad.
Cristina Fernández de Kirchner tuvo su propia Operación Retorno el pasado 13 de abril, luego de cuatro meses de silencio, en una espectacular rentrée como expresidenta y aspirante a conducir una oposición frontal al gobierno de su sucesor Mauricio Macri. La comparación de CFK con Napoleón o Mussolini es antojadiza, exagerada y capciosa. Pero en todo caso, por el absurdo, no lo es en mucha mayor medida que la que ella misma trazó al colocar su circunstancia actual, y la del país, con las que les tocaron a Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón cuando fueron derrocados en 1930 y 1955, respectivamente.
Con la espectacularidad que la caracteriza, regresó Cristina Kirchner y plantó bandera marcando la cancha. La exmandataria exhibió su condición de líder política que se considera perseguida por las fuerzas que actúan a espaldas y en desmedro del pueblo (jueces, políticos, empresarios, medios de comunicación). Así lo explicó en el improvisado escenario montado en las puertas de los Tribunales de Comodoro Py frente a una multitud que la acompañó transformando una citación judicial en un gran acto de celebración y desagravio.
La expresidenta encontró la excusa para compulsar su capacidad de convocatoria, con un discurso que contuvo tanto de reivindicación del pasado como de definiciones políticas sobre el presente y plataforma política para el futuro. En su reaparición protagonizó tres operaciones en una: la primera, politizar su situación ante la Justicia y los casos de corrupción que se investigan y comprometen a altos ex funcionarios de su administración, pretendiendo levantar así un escudo de indemnidad y advirtiendo que sigue gozando de fueros especiales, “los fueros del pueblo”. La segunda, explicitar su intención de disputar el liderazgo de la oposición e incidir en la competencia interna del peronismo. Y la tercera, lanzar la campaña electoral del 2017, con un llamado a conformar un Frente Ciudadano para pelear “por los derechos arrebatados”.
No le fue mal en esta primera ronda de convocatoria para alinear a la propia tropa desde su flamante base de operaciones del Instituto Patria. Cuenta con La Cámpora, el Nuevo Encuentro de Sabbatella, la CTA de Hugo Yasky, 70 diputados y 20 senadores del FPV, 50 intendentes bonaerenses y una miríada de organizaciones sociales y políticas, además del contingente de científicos, artistas e intelectuales que acudieron al llamado y le dijeron “presente”. Cristina se comparó con Yrigoyen y Perón. Pero su regreso al ruedo evoca también a Evita en sus momentos más fogosos e Isabel en sus tiempos más difíciles, al adjudicarse su papel de “abanderada de los humildes” y declararse perseguida y traicionada. No le alcanza con el lugar que la historia le tiene asignado, como primera mujer en llegar a la presidencia por el voto popular, luego de ser diputada y senadora; una Presidente con dos mandatos consecutivos cumplidos en plenitud, que pudo retirarse del gobierno con un más que digno caudal de adhesiones y simpatías. Desde el llano, prefiere seguir cumpliendo el papel de jefa partizana y referente de una “minoría intensa”.
Allí es donde esta persistencia del kirchnerismo busca plantear su batalla: en el terreno de una disputa por la legitimidad democrática, sus alcances y sus significados. Reivindica los componentes clásicos del discurso populista, del “movimiento nacional y popular que se encarna en las distintas épocas bajo distintas formas” como explicó Cristina. Una aspiración regeneracionista, como la define Loris Zanatta, “basada en la voluntad de devolver al pueblo la centralidad y la soberanía que le han sido sustraídas”. Se propone así como una referencia aglutinante con un pie adentro y otro pie afuera del sistema político; según sus intérpretes y voceros, una estrategia muy amplia e inorgánica de alianzas que puede tener expresiones circunstanciales a nivel parlamentario o formas de expresión a nivel territorial en movimientos sociales y vecinales que ocupan “la primera trinchera” de lucha.
A un lado y otro de las desigualdades sociales, que laceran y que doce años de kirchnerismo no lograron revertir, se puede observar esta apelación al enfrentamiento entre “las dos Argentinas” con extrañeza. A la pregunta propuesta por Cristina (“¿Están hoy mejor o peor que antes del 10 de diciembre?”) bien se podría responder que quienes concluyeron su mandato popular en diciembre pasado no nos dejaron en el mejor de los mundos y no son los más autorizados para postularse como representantes de los pobres, excluidos y vulnerables. Si logra superar indemne los obstáculos que tiene ante la Justicia, es posible que CFK siga siendo una referencia ineludible de la política nacional. Y un buen barómetro para medir la capacidad del resto de los actores ?el Gobierno y la oposición? de atender ese espacio de la representación social y política y ofrecerle mejores respuestas y otros horizontes. No se pasa del momento populista al liberaldemocrático sin estaciones intermedias.