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Chacho Alvarez: “El kirchnerismo es una subcultura del peronismo”

29 junio de 2011

(Entrevista publicada en la edición nº34)

El ex vicepresidente analizó con el estadista la coyuntura electoral, avanzó en una caracterización del kirchnerismo y opinó sobre el país en el contexto regional.

¿Cómo ve el panorama electoral a cuatro meses de las elecciones?

Hay que ver los procesos más que el día a día. Cuando fue derrotado Néstor Kirchner en las legislativas de 2009, la sensación que se instaló era de fin de ciclo para el oficialismo, y una situación donde iba a predominar la oposición, sobre todo en el campo legislativo. Esa lectura obedecía a lo que había pasado en la historia política argentina reciente: cuando se perdían las elecciones de medio término prácticamente el gobierno ya se podía dar por derrotado en las presidenciales siguientes. Pero en esta oportunidad sucedió a la inversa. Hubo una recuperación del Gobierno, a partir de algunas decisiones y políticas importantes, y se dio un fortalecimiento del rol de la Presidenta, una disminución del nivel de crispasión en la política argentina y una defraudación que siente la sociedad a partir de las expectativas que se habían generado con la oposición.

¿Por qué se dio ese fracaso opositor y qué consecuencias tiene hoy en día?

Le pusieron mucha presión externa a la oposición, especialmente desde los medios. La constituyeron como un sujeto homogéneo, cosa que era muy simplista. Y también le instalaron una agenda desde afuera que no pudo llevar adelante. Quisieron hacer creer que en cada sesión del Congreso iba a haber una victoria opositora. Pero ninguna de esas cosas sucedió, y generó mucho descontento en los sectores sociales opositores al Gobierno. Con todo eso, más la recuperación del Gobierno, hubo un sector que había sido crítico del oficialismo durante 2008-2009 y que es evidente que ahora sufrió una reversión y comenzó a mostrarse cercano al Gobierno, y Cristina leyó bien ese acercamiento de sectores independientes.

Y así se llega hoy a este clima, que no veo que se pueda modificar antes de las elecciones, por lo que están casi definidas. En la Argentina nunca se sabe bien, pero la situación que impera hoy es un desconcierto en la sociedad opositora, una baja ostensible de la imagen negativa de la Presidenta y un sentimiento de que el Gobierno la tiene más sencilla.

¿Eso influye en la dispersión opositora?

Por un lado hay un poder semiconsolidado, que es el del oficialismo, y por el otro, mucha fragmentación y dispersión. El tema es que dentro de esa dispersión no hay nadie que despierte un interés predominante, alguien con un liderazgo inspirador que pueda proyectar una visión de país alternativa. Alguien que escape a los discursos fáciles de repetir latiguillos como el tema del país más republicano o pedir políticas de Estado. Cosas políticamente correctas, generalidades, que no logran transmitir con vigor una visión de país alternativa a la que está funcionando hoy.

¿Y cuáles han sido las fortalezas del oficialismo para seguir en primer lugar más allá de esta dispersión opositora?

Creo que básicamente hay dos indicadores para analizar por qué se vota. Uno es comparar la situación de cada uno y del país con respecto a cómo se estaba antes; y la otra es ver qué propuestas alternativas se ofrecen. Y en las dos comparaciones sale muy fortalecido el Gobierno, en especial lo que ha sido la gestión. La gestión reúne algunas características que son inéditas en la Argentina de los últimos años: un crecimiento sostenido desde 2003, algo que no había pasado en los últimos 50 años; haber neutralizado la peor crisis económica de la historia y garantizar el manejo de la conflictividad social, es decir manejar la pugna distributiva en un momento de crecimiento sostenido, algo más difícil que en momentos sin crecimiento.

Esa situación hace que a muchos sectores de la sociedad le puede dar temor volver a momentos de incertidumbre o poner eso en riesgo, más cuando sabemos que las sociedades, a lo que son más sensibles a la hora de votar es a la situación económica.

¿No ve un componente ideológico a la hora del voto más allá de estos temas?

Ese es un debate que atraviesa a una parte de la sociedad más politizada. Creo que la

sociedad argentina está hoy dividida en tres. Un tercio es una especie de minoría intensa a favor del Gobierno, donde se ha construido un cierto aparato político e ideológico que le ha sido de mucha utilidad.

La decisión de construir un sistema de medios alternativos que dé batalla al periodismo tradicional más ligado al liberalismo; una coalición de intelectuales y artistas, el movimiento de derechos humanos y el vasto contingente juvenil que se incorpora tras ver a los Kirchner con decisión de enfrentar a los poderes tradicionales. Todo eso configura una suerte de actor colectivo importante que además tuvo la capacidad de ocupar el espacio público cuando fue necesario.

Otro tercio lo conforman quienes son antikirchneristas que vienen de los antiperonistas culturales y ven al kirchnerismo como otra fase del peronismo, con las críticas clásicas de antirrepublicanismo y poca calidad institucional. Son antikirchneristas en términos políticoculturales, y rechazan el estilo, los modos.

Y hay otro tercio que se diferencia de estas dos minorías porque están más lejos de

la política, tienen una relación de desapego y lejanía. Definen el voto sobre la hora, en el último tramo. Son los que se hicieron solidarios con las campañas de la Mesa de Enlace, pero luego compartieron ciertas emociones con la muerte de Kirchner, y ahora ven a Cristina con otros ojos. Ese sector independiente es el que de alguna manera ha cambiado el clima de 2008 a hoy, en una Argentina donde los decibeles bajaron y Cristina imaginó bien el país que se venía después de la muerte de Kirchner. Y son esos sectores los que dan las posibilidades de que hoy la Presidenta

pase el 40% de intención de voto.

¿Piensa que la aparición de Ricardo Alfonsín logrará polarizar el escenario?

El radicalismo ha conservado buena parte de su estructura, pero hay un problema de

posicionamiento de Alfonsín. Es un posicionamiento socialdemócrata, y en la Argentina, cuando el peronismo se corre a la izquierda, es muy difícil pelearle desde la izquierda. Y eso pasa hoy con el kirchnerismo, a quien si bien se le reconocen muchas deudas, toma una agenda progresista, en sintonía con la izquierda en América Latina. Una izquierda similar a la del PT, el Frente Amplio, la Concertación, similar a la de los movimientos que se denominan populares y progresistas.

¿Es posible hablar de un regreso al bipartidismo?

La Argentina ha sufrido una crisis peor que la de muchos otros países de la región, pero no se llevó puesto al bipartidismo. Es cierto que es un bipartidismo imperfecto, con un partido dominante que es el peronismo. Porque el peronismo siguió siendo el partido que conocemos con gran vocación de poder, no partido-Estado y que transmite esa idea, real, de que garantiza gobernabilidad. Los opositores se quejan mucho pero los gobiernos que intentaron ser alternativa muchos de ellos no pudieron terminar su mandato.

Esa evidencia histórica alimenta ese clima de que mucha gente no se sienta quizás identificada con el peronismo pero admite que garantiza gobernabilidad.

¿Y qué representa la aparición de Hermes Binner?

Creo que es una opción pensada a mediano plazo. Todos los actores que participan de

esa opción así lo entienden y juegan a ser una opción que se sostenga en el tiempo. Pero con el peronismo corrido a la izquierda, los movimientos sociales y de derechos humanos, con el sindicalismo cerca del kirchnerismo, la centroizquierda termina siendo un movimiento de opinión que impacta sobre algunos sectores medios aislados.

Esa alternativa puede especular con qué pasará en 2015, cómo se procesa esa unión entre el peronismo tradicional y el movimiento kirchnerista.

¿Y qué es el kirchnerismo?

Yo lo veo como una subcultura del peronismo, así como lo fue el menemismo. Una metáfora interesante es que el peronismo es como una casa de dos pisos, donde abajo vive el propietario, que son el aparato tradicional del PJ, punteros, los líderes territoriales, los gobernadores. Y en el primer piso se alojan otros inquilinos, pero todo está pensado para que permanezcan un tiempo, nada más.

Entonces lo que se abre es la perspectiva de si el kirchnerismo va a tener vida propia después de Cristina, con ella como protagonista, o si alguien, un nuevo liderazgo va a poder sintetizar estas dos realidades del peronismo tradicional y lo que trae el kirchnerismo como novedades.

Mucho se ha debatido sobre la caracterización del kirchnerismo como progresista o no. ¿Qué opina usted?

La sociedad argentina no es toda de izquierda. Y el kirchnerismo lo que hace es plantear una agenda que se puede ubicar en el hemisferio izquierdo político en una sociedad que no es mayoritariamente de izquierda. Yo creo que hay otra cuestión que es clave y es con quiénes se identifican los sectores y partidos de la región sobre los que hay consenso en llamar progresistas. Y siempre eligen como interlocutores al kirchnerismo.

Y ahí, más allá de la cuestión de que representa al Estado, opera un factor de afinidad ideológica. No sólo ha impulsado una agenda progresista, sino que es reconocido así por el resto de los partidos progresistas.

¿Para usted cuál tiene que ser el eje discursivo, el relato del Gobierno para fundamentar un nuevo período?

El eje tiene que ver con lo que pasa en toda Sudamérica, el gran desafío regional es la articulación de mayor democracia con crecimiento sostenido y mayor justicia social. Tuvimos gobiernos democráticos que fracasaron en lo económico, otros con logros económicos pero desidia en lo institucional. América Latina siempre ha sido así, y ese es el gran desafío de las izquierdas hoy: cómo mejorar las democracias y que la gente participe más y generar las bases de un crecimiento sustentable en el tiempo, mejorar los indicadores sociales y empezar a revertir la desigualdad.

Justamente, en la Argentina se da una suerte de xenofilia con los políticos, incluso de derecha como Macri, alabando a Lula o Mujica pero criticando al Gobierno?

En la Argentina queda bien admirar a Lula. Hay un sistema de simplificaciones y de especular con la desinformación. Pero están poco aprehendidas esas cosas. Porque se exalta Brasil, pero viene Lula, elogia a Cristina y todo lo que dice la oposición queda después en la nada. Es un discurso incluso con poca reflexión sobre sí mismo, que se cae por el peso de la realidad, siendo sumamente superficial.

El ex presidente del Uruguay Julio Sangunetti comentó en esta revista que para él, más que la región correrse a la izquierda, la izquierda regional se corrió al centro, ¿qué opina?

Hay un conjunto de líderes que están un poco resentidos con la situación, porque a ellos les tocó una coyuntura económica más negativa, y no pueden aceptar la nueva situación que se da hoy, y en la que la izquierda lo ha hecho bien. Hay una especie de cardosismo en la región, figuras que han sido individualmente interesantes, cultas, formadas, pero que han tenido gobiernos que han dejado muchos déficit.

Creo que la centroizquierda no solamente ha roto la hegemonía que tenía la derecha en los gobiernos de la región sino que ha superado mitos y traumas que eran decisivos, como que no sabía manejar la economía o no podía gobernar, y ha producido gobiernos muy exitosos, como el Frente Amplio, el PT, los Kirchner. La región se ha parado frente a una ortodoxia que viene proclamando crisis hace diez años.

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