(Columna de Facundo Matos Peychaux)
A cinco meses de asumir, el día a día de la gestión empieza a arrojar algunas certezas, y varias dudas.
Cinco meses pasaron del día en que asumió Mauricio Macri al frente del Gobierno. Las incógnitas, por entonces, eran muchas. ¿Podría garantizar la gobernabilidad el primer Presidente de un tercer partido sin una estructura territorial propia, sin mayoría parlamentaria y con un peronismo que -aunque debilitado y en vías de fragmentarse- retenía la mayoría en el Senado, un bloque importante de diputados y un número importante de provincias e intendencias? ¿Podría “controlar la calle” mientras llevara adelante un programa económico que requeriría de medidas “dolorosas”, como las bautizó posteriormente?
No solo eso, sino también cómo sería su gobierno. Ideológicamente, ¿Macri estaba más a la derecha de cómo se mostró en campaña? En ese sentido, ¿llevaría adelante el gobierno que querría o el que pudiera, encerrado por el “clima ideológico” de época que, según Ignacio Ramírez, trasciende (o trascendía) al kirchnerismo? Y un largo etcétera de incógnitas de un partido que, desde una construcción local y en apenas una década, saltó de la nada a la Presidencia.
Con sus más y sus menos, esas preguntas tienen una misma respuesta hoy: todavía es muy temprano para definiciones tajantes. Sin embargo, algunas respuestas ya se vislumbran, mientras otras (nuevas) preguntas surgen del día a día de la gestión.
¿Es PRO un partido sin disidencias internas? Empieza a quedar claro que no. La imagen que el macrismo proyectaba en la Ciudad daba esa sensación. Los dirigentes que se sumaron en los orígenes del partido, venidos del sector privado, de la sociedad civil (ONG's y think tanks, principalmente), del peronismo, del radicalismo y de pequeños partidos de centroderecha, ya conformaban líneas diferentes dentro del partido, como muestran Gabriel Vommaro, Sergio Morresi y Alejandro Belloti en Mundo PRO.
Sin embargo, la figura de Macri como primus interpares y la fuerte homogeneidad del partido las mantenía unidas y solapadas. En sus primeros años, además, el PRO tuvo mucho éxito en el pasaje de coalición a un partido más homogéneo: los dirigentes nacidos en el peronismo o radicalismo que se subieron temprano a la ola amarilla, dejaron rápidamente de ser peronistas o radicales en el PRO para ser macristas, a secas. Sin embargo, la magnitud del Gobierno Nacional -más el bonaerense, el porteño y varias intendencias- hizo más visibles las diferencias internas. Con la necesidad de llenar una estructura burocrática mucho mayor en su magnitud, el PRO se vio necesitado de apelar a figuras de perfiles muy distintos. Por otra parte, las atribuciones y los recursos de cada dependencia estatal no son los mismos a nivel nacional que subnacional, lo que les dio a los dirigentes mayor libertad para moverse y más recursos para hacerlo. Así, con el trajín de la gestión diaria del Gobierno, las primeras internas comenzaron a tomar estado público: Federico Sturzenegger y Alfonso Prat-Gay por la política monetaria del Banco Central, Juan José Aranguren y gran parte del resto del gabinete por la suba del precio de los combustibles, Susana Malcorra y Francisco Cabrera por el control de comercio exterior, Isela Constantini y Gustavo Lopetegui por Aerolíneas Argentinas, Emilio Monzó y Jorge Macri por el control del aparato bonaerense del PRO, entre otras.
Ya se dividen, asimismo, halcones y palomas, y también, -con Frigerio a un extremo y Aranguren, Jorge Triaca o Sergio Bergman en el otro- ministros con más o menos gimnasia y presencia política, independientemente de sus credenciales como conocedores del área donde les toca desenvolverse. Como señalaban Marcelo Leiras y Germán Lodola en una entrevista pasada con el estadista, si los CEO's que se sumaron al gabinete se vuelven buenos ministros "es porque van a ser buenos ministros, no buenos gerentes".
En este contexto, la centralización en el PRO se vio cuestionada en el último tiempo, tanto desde el lado de la comunicación como en torno a las mismas políticas. ¿Puede ser el PRO el partido centralizado que era en una escala tanto más grande como la nacional, cuando además da tanta libertad a sus ministros?
Según la mayoría de las encuestas, en tanto, gran parte de la ciudadanía cree que el de Macri es un gobierno por y para la clase alta. Es un dato que preocupa al Gobierno. Por eso, en el último mes sacó a relucir una serie de medidas dirigidas mostrar que las consecuencias sociales del ajuste están siendo tenidas en cuenta -más allá de que en algunos casos, especialistas aseguraron que eran insuficientes, o de menor peso que las que se requerían-.
¿Está haciendo PRO el gobierno que quiere? ¿Viene cumpliendo con sus promesas de campaña? La quita del cepo, el acuerdo con los fondos buitre, la reducción de subsidios, la devaluación y otras medidas económicas estuvieron todas en sintonía con lo que PRO siempre dijo que había que hacer, más allá de las declaraciones puntuales de la campaña. También, como prometió, siguió con Precios Cuidados, mantuvo los planes sociales, extendió la AUH (aunque en ambos casos le quitó la relevancia que tenía durante la gestión kirchnerista), y por el momento, no privatizó ningún servicio ni empresa estatal.
Donde quizás más sorprendió, a contramano de lo que se esperaba, fue en el aspecto político. En ese ámbito, demostró en los primeros meses cierta agilidad para tratar con los gobernadores, mantiene buenos números de popularidad -aunque en caída- y tuvo éxito en dividir (más) al peronismo.
La pregunta que todavía deberá responder es si podrá llevar adelante su programa económico sin sobresaltos sociales. Tras una tregua inicial, los sindicatos ya mostraron los dientes y alertaron sobre las consecuencias de un programa económico que implique una feroz contracción del poder adquisitivo de los trabajadores. En el Congreso, quedó demostrado que Cambiemos no tiene una coalición legislativa estable sino que deberá negociar ley por ley. En tanto, los gobernadores tuvieron sus primeras críticas al Gobierno, y presumiblemente, tendrán cada vez menos incentivos a aliarse con el Gobierno a medida que se acerque 2017.
Macri tiene todavía a su favor un peronismo fragmentado y el voto de confianza de la opinión pública hacia el futuro. La respuesta la tendrá el segundo semestre, y más decisivamente, 2017. Para la segunda mitad de este año, el Gobierno espera bajar la inflación a menos de 2% mensual, lo que daría una inflación anual menor a 25% y pondría más dinero en los bolsillos de la gente. Luego, siempre según la óptica del Gobierno, debería venir la reactivación de la economía, de la mano de las inversiones empresariales. ¿Será así? Las elecciones legislativas de 2017 serán un primer termómetro.