mar 16 Abr

BUE 17°C

Comunicación y periodismo político

14 noviembre de 2011

El poder de agenda ha migrado asimétricamente hacia el poder político, especialmente a los oficialismos.

La comunicación política tiene múltiples lados desde donde puede ser estudiada e interpelada. Uno de esos costados ?cada día más en análisis? es lo que concierne al periodismo político. Analizado por sí mismo, y tanto como en la relación de los periodistas con la política y sus actores, como con los medios de los que forman parte, y con sus propias audiencias. En particular, América Latina está evidenciando un desarrollo de dicha actividad profesional altamente conflictuada.

Pero hay un conflicto manifestado en la vinculación entre el periodismo y la política. Es en esa relación en la que hay que hacerse una primera pregunta: ¿es posible que exista una relación sin que esté caracterizada por el trípode “tensión-fricción-distensión”? A mi entender no. Y ello no es un juicio de valor, sólo un juicio. La relación entre la política y la prensa es un modelo de relación de gemelos siameses, en donde los líderes políticos y periodísticos son funcionalmente inseparables, pero mutuamente contraproducentes, como afirma Jay Blumler.

Ya sea que uno intente estar por encima del otro en términos de control de la agenda o en que juntos se sitúen por encima ?o a la par? de la ciudadanía, en términos de erigirse en interpretadores de la misma. Y esto es más fuerte todavía cuando dicha “tensión-fricción-distensión” se da frente a una ciudadanía caracterizada en recepciones informativas o de contenidos que se circunscriben a contactos “impolíticos”. El pensador Jürgen Habermas afirmaba que lo impolítico daba cuenta de una “exigente indiferencia”. Traduzco: quiere decir, irónicamente, que lo político se desarrolla en una esfera en la cual, salvo por circunstancias que se tornen problemáticas, no impacta ni conmueve en el día a día al común de los ciudadanos. Ello genera algo así como una especie de pelea pública por el control de la agenda, pero con una relevancia que no siempre importa a muchos.

Es una pelea de superestructura, de alto nivel, de poderosos. En la Argentina, recuerdo estudios de opinión pública mediante los cuales la gente parecía (y parece) no conmoverse por el enfrentamiento entre el Gobierno y el Grupo Clarín. Es importante señalar el grado de racionalidad ciudadana en respuestas que daban cuenta de que ampararse en la excusa de los ataques a la prensa era poco creíble. Nótese que entre los académicos y los periodistas hay una vieja e histórica rivalidad en torno a quién define la agenda. Por ejemplo, los académicos sostienen que los procesos electorales influyen muy poco y en todo caso terminan confirmando la tendencia y son claramente previsibles los resultados en el sentido de que las elecciones quedan decididas por los acontecimientos que tienen lugar en todo el período entre las dos elecciones.

Por otro lado, los periodistas sostienen, no sin imaginar su propio poder de agenda, que las campañas influyen decisivamente. A juzgar por los resultados electorales en

muchos países y regiones, por el juego de mucha prensa que actuó apoyando deliberada y explícitamente a determinados actores, surge una transitoria reflexión respecto a que el poder de agenda ha migrado asimétricamente hacia el poder político y, en éste, más a los oficialismos que a la oposición. Esto porque, en general, la agenda política no se vio afectada por ese apoyo. Es más: normalmente tuvieron sendas derrotas aquellos que fueron explícitamente apoyados por los medios, o que trabajaron con argumentos centrados en la agenda de los medios. Ni hablar si se describe como ha ido en aumento la comunicación directa no mediada por prensa. Esta comunicación, en donde Twitter es un tremendo ejemplo, significa ni más ni menos

que son los periodistas los que corren tras la política, mientras que hace una década eran los políticos los que iban tras los periodistas.

Por todo ello es que, más allá de si se está más de acuerdo o más en desacuerdo, la tríada“tensión-fricción-distensión”desprende una evidente toma de posición respecto del peso de las agendas y de lo difícil que es generarlas en contextos complejos, dinámicos y volátiles, siempre bajo el reclamo de la brevedad, como es la dinámica sobre la que trabaja el periodismo y se le exige a política. Muchos medios, en especial

los nuevos, posibilitan esa brevedad e incluso la aumentan para convertirla en repentización. Conozco varios casos de periodistas que han editorializado en contra de políticos que interactúan de modo positivo o negativo por Twitter, como si fuera una práctica adolescente. Si la acción política repentina de la política es adolescente, la acción periodística que no acompaña a esos ritmos es, entonces, senil.

ACERCA DEL BIEN PUBLICO

Sabido es que la política, en teoría en estado puro, se autoproclama como responsable de la búsqueda del bien público. Desde el realismo político ni siquiera intento juzgar tal intención. Pero de muchas charlas, interacciones y estudios con periodistas suele aparecer como actores responsables para aportar a esa respuesta desde su propia actividad. Esa discusión -o autoproclamación de decodificadores del bien público-, suele centrarse en contenidos o mensajes de gran amplitud o de amplitud ilimitada que atraviesan un amplio público, con un dilatado espectro de significación. Estos contenidos se los entiende como “diffuse issues”. Para un político son como un atajo facilista por el que se logra posicionamiento sin profundidad o mayor dificultad. Para un periodista, debería ser un desafío con el que luchar. Porfiar a esos atajos, enfocándolos, deconstruyéndolos, provocando división y conflictividad, es un modo de romper la generalidad y superficialidad de los debates públicos. Claro que otra respuesta típica es no decodificar dicha generalidad y reproducirla sin profundizarla ni

cuestionarla con plena sumisión.

Sea una u otra salida, es verdad que toda la comunicación política -y dentro de ella ubico al periodismo político- puede ser comprendida como creadora de una cadena sin fin de asociaciones ambiguas y de construcciones que ofrecen amplia potencialidad para la interpretación y la manipulación. Sin embargo, otro modo de dar batalla a

esos atajos del facilismo y la generalización política es el del periodismo exigente, del periodismo respetado, posicionándose sobre los contenidos, especialmente sobre los “diffuse issues”y trabajarlos desde un triple proceso: describiéndolos, explicándolos e interpretándolos.

Muchos periodistas sólo describen, otros sólo explican, muchísimos sólo interpretan. Cualquiera de estas prácticas solitarias son peligrosas. La combinación de estas tres acciones es lo que distingue un periodismo serio. Cuando ellas se practican cotidianamente, es ahí en donde la“tensión-fricción-distensión” se hace más llevadera, más habitual, más normal. Y una de las explicaciones es que el periodismo, cuando describe, cuando explica y cuando interpreta, se exime de dos autoafirmaciones que, a mi entender, están desnaturalizando la profesión: periodismo “militante” y “periodismo independiente”. Los tres elementos: descripción, explicación e interpretación no exigen ninguno de esos adjetivos que pasan decididamente a sobrar, a ser prescindentes.

(De la edición impresa)

En esta nota

últimas noticias

Lee también