Del “vamos por todo” al “podemos quedarnos sin nada”, un camino con atajos y espejismos
¿Cómo mantener en alto el espíritu de lucha y la mística militante cuando se trata de una épica de la retirada? ¿Cómo hacerlo cuando se acaban las grandes batallas que librar y empieza a haber más pasado que futuro en este relato de una experiencia que completará el ciclo de gobierno más prolongado de la historia democrática argentina?
La euforia y el triunfalismo se van transformando a medida que las exigencias de este tramo final imponen condiciones mucho más duras y pragmáticas que las que pinta la retórica revolucionaria. El carácter de “minoría intensa” empieza a prevalecer sobre la aspiración a la representación mayoritaria. Aparecen entonces los recursos de comprensión que, como en toda ideología de Cruzada, precisan mantener en alto la inevitable necesidad del conflicto en un ambiente adverso y rodeado de amenazas.
El primer recurso es el “conspiracionismo”. El último documento de Carta Abierta “La patria está en peligro”, de febrero de este año, resume este sentimiento de estar ante “momentos particularmente dramáticos” y “de agudo peligro”, ya que “una gran restauración del viejo país oligárquico está pronta a mostrar sus dientes de hierro”, frente a lo cual será necesario “reponer nuestras fuerzas y dignidad para la lucha”, lo cual “exigirá grandes esfuerzos”.
Derivada del anterior, la teoría del complot ha adquirido nuevamente su clímax en las usinas del oficialismo, que tomaron entusiastas la tesis del “golpismo blando”. El imperialismo, sostienen, a través de las grandes corporaciones multinacionales, los medios de comunicación y sus agentes vernáculos, se quieren apoderar de nuestros países y nuestras riquezas, y se ensañan con aquellos gobiernos que se atreven a desafiarlos.
Lo dijo de este modo el jefe de Gabinete Jorge Capitanich: “Existe un poder invisible, que no tiene ningún mandato popular, y que se maneja con agentes encubiertos: la corporación mediática, que ejerce la acción psicológica, y la corporación judicial, que defiende a fondos buitre y a algunos medios de comunicación”. El supuesto mentor ideológico de esta nueva sinarquía internacional es un académico estadounidense de 86 años, Gene Sharp, conocido por su defensa de la resistencia civil como método de lucha contra el poder establecido, a quien se sindica como un agente de la CIA, ideólogo de las “revoluciones de terciopelo”, la “primavera árabe”, el reciente levantamiento popular en Ucrania y las manifestaciones de protesta en Venezuela. El sería el autor de la teoría del “golpe blando”, según los censores bolivarianos y sus colegas kirchneristas que creen, como los fascistas de otros tiempos, que “la patria está en peligro” por esta penetración subversiva con ramificaciones externas.
El tercer recurso interpretativo del kirchnerismo declinante es la idea de que “hoy como ayer”, se libra una batalla fundamental, frontal y decisiva en la Argentina “entre los libertadores y los colonialistas, los nacionales o los antinacionales (?) Patria o Colonia, Democracia o Corporaciones” (solicitada Frente de Agrupaciones Peronistas para la Victoria, 26/2/14). Retrocediendo treinta o cuarenta años, entienden que el Gobierno representa a la democracia mayoritaria frente a las minorías agrupadas en factores de poder antidemocrático y representadas por las “corporaciones”, término que resume los intereses desestabilizadores, oligárquicos y golpistas.
No es expresión de fortaleza sino de debilidad plantear una lucha en soledad y a brazo partido entre un Gobierno elegido por la mayoría y los poder fácticos, a los que se sitúa fuera del sistema. Poder político fuerte es el se apoya en instituciones sólidas, reglas de juego claras, normas previsibles y desde ellas, puede regular el funcionamiento y actuación de los intereses sectoriales y los factores de poder.
Desde el oficialismo y la oposición se rindió homenaje a Raúl Alfonsín, a cinco años de su desaparición física. Desde el kirchnerismo se reivindicó su figura resaltando su prédica frente al poder de las corporaciones. Fue, ciertamente, uno de los temas clave que signaron su presidencia. Pero su preocupación fundamental era cómo construir los consensos democráticos que evitaran precisamente que un gobierno democrático quedara en soledad librando esa batalla. Aun el gobierno más fuerte quedaba debilitado si no contaba con la capacidad de distribuir el poder democrático entre las distintas fuerzas, corrientes y grupos de interés. Lo que Alfonsín observaba con mayor preocupación era el divorcio entre la tradición liberal republicana y la tradición nacional-popular, las dos vertientes de lo que ?entendía? eran las corrientes políticas que propulsaron la democracia a lo largo de nuestra historia, en un proceso de luchas que sólo a partir de 1983 había podido lograr la dificultosa confluencia entre democracia y república en la Argentina.
En esa contraposición entre la lucha por las libertades y la lucha por las igualdades, sobre la que talló su discurso el kirchnerismo veinte años después, ubicaba Alfonsín el gran equívoco o impostura que llevaría a toparnos, a la corta o a la larga, con nuevas frustraciones. Allí donde muchos veían que ese antagonismo representaba un avance cualitativo de la democracia, él advertiría sobre un camino de extravío que podía conducirnos a los mismos atolladeros del pasado, aunque tuvieran nuevos ropajes y fraseos.
Estamos ahora en ese atolladero.
Del “vamos por todo” al “podemos quedarnos sin nada”, hay un camino plagado de atajos, subterfugios, espejismos y pensamiento mágico. Detrás de su formulación hay un problema epistémico: parte de confundir variables incidentales o factores contextuales con causas principales. En psicología, se llama paranoia. En política, dogmatismo o propaganda. Malos recursos para una construcción perdurable.