Son cada vez más las ocasiones en que se permea la agenda política y mediática de abajo hacia arriba.
Si bien no toda comunicación es política, sí toda acción política lleva implícita una acción comunicacional. La comunicación es indispensable para el funcionamiento de la democracia tanto en el sentido descendente (del poder político a la ciudadanía), como en el sentido ascendente (de la ciudadanía a los políticos).
Mucho se estudia a la comunicación y su impacto en la vida pública. Pero con amplitud predomina el abordaje desde la comunicación política institucionalista descendente, vale decir, de actores con poder que intentan persuadir a mayorías. En parte, la comunicación política sirve para dirigir la principal contradicción del sistema político democrático: garantizar la apertura a los problemas nuevos y cerrar problemas viejos para evitar que todo esté en debate permanente. En esa línea, el lenguaje representa una versión de la realidad que no deja de ser un significativo recurso político de dominación. Esto se hace más fuerte si hay alguna dosis de relativa pasividad política en la ciudanía que haga que la comunicación política sea un tanto más oligárquica que democrática.
Para asegurar que problemas nuevos sean tratados y otros sean desplazados, la comunicación política se vale de funciones que, como sostiene María Belén Mendé, hacen que la selección y la jerarquización de los hechos más destacados sea mucho más fuerte desde la política y los medios de comunicación masiva que desde la ciudadanía. Ello facilita la exclusión de temas que han dejado de ser objeto de conflictos o respecto de los cuales existe un consenso temporáneo. Consenso en el cual, vale decirlo, no todas las voces tienen igual peso para definirlo. Simplificando: cuando aparece un tema en agenda, la mención de un problema tiene el poder simbólico de negar otros.
Esto equivale a plantear que la formación de una agenda de problemas genera situaciones que no se definieron como tales y sean apartadas de la categoría de problemas. Y en esta línea de razonamiento, es vasta la línea de pensadores que sostienen que un problema pasa a ser público en la medida en que la política o parte del sistema de medios lo habilita. No es fácil que un problema social (entiéndase problema de base y de la ciudadanía) pase directamente a convertirse en un problema político y obligue al poder a proponer alguna respuesta posible.
Murray Edelman sostiene que desde las políticas públicas hay dos modos para satisfacer un interés: que los ciudadanos obtengan recursos tangibles o, por el contrario, que consigan alguna modalidad de “seguridad simbólica”. Sostienen Alejandro López Gallegos y Aquiles Chihu Amparán que esas necesidades psicológicas apremiantes pueden ser la capacidad de exteriorizar problemas no resueltos, y en proyectar problemas privados hacia un objeto o actor externo al cual culpabilizar.
Es muy fácil afirmar que, considerando ambos modos de satisfacción, la ciudadanía tiene muchas demandas insatisfechas. Pero no todas llegan a la categoría de temas de agenda pública porque la política no las absorbe, aunque parcialmente una parte del sistema de medios sí pudiera hacerlo. Ya advertían Kathleen Hall Jamieson y Karlyn Campbell respecto a que sólo son hechos noticiables las noticias duras o fuertes, personalizadas, acerca de individuos con hechos dramáticos, con violencia y conflictos. Aún con la necesidad de ese condimento dramático y violento, es entonces cuando se está gestando un significativo cambio de temas que están perforando la agenda política.
Se evidencia una formulación temprana de procesos de contrapoder o, si se quiere, modos de resistencia política masiva en sentido ascendente, de abajo hacia arriba. Parcialmente el sistema de medios empieza a considerarlos como tales y ello contribuye a su instalación como temas de debate sobre los cuales ha comenzado un serio y sostenido proceso de concientización que termina impactando, casi siempre y de modo desigual, en la política. La discusión sobre las libertades y derechos civiles en desmedro de imposiciones legales y religiosas sancionadas en épocas pretéritas es un proceso que ha venido para quedarse.
Desde las discusiones sobre el matrimonio igualitario hasta derechos para la libre identidad de género son avances en ese sentido que favorecen tanto a mayorías como a minorías. Derechos laborales como el debate sobre el empleo doméstico rompen el molde de lo que se aceptaba así, sin más. La obligación de blanquear la relación de dependencia laboral con vacaciones pagas y aguinaldo son avances que generarán derechos allí en donde pocos (en verdad, pocas) los reclamaban. Hipocresía cruel si las hay. La conciencia ambiental también demostrada en cientos de casos diferentes.
Desde el reciente hecho, pionero, por el que se culpabilizó como contaminación ambiental dolosa a fumigaciones ilegales realizadas en Córdoba, a clásicas resistencias en toda América Latina frente al avance de la megaminería y el temor asociado a su desarrollo indiscriminado. Poner a la violencia en agenda es uno de los logros más trascendentales que posibilita la ausencia de “seguridad simbólica”. Inseguridad ciudadana y formas orquestadas para organizarse frente a ella; inseguridad de cada una de las víctimas de violencia doméstica que empiezan a ser cada día más públicas, tanto ellas como sus victimarios; inseguridad en el sistema educativo, representado por diferentes formas de acoso (bullying) y formas de discriminación: son sólo algunas de las demandas que van perforando el sistema político día a día y reclamando respuestas en forma de políticas públicas.
Ahí, la comunicación política actúa como defensa, actúa como demanda y actúa. Básicamente eso, actúa, rompiendo el molde de ciudadanía pasiva. Cuando la ciencia política no se pone de acuerdo respecto a las bondades de mantener un proceso de participación política activa de modo constante, muchas veces no reconoce que estos modos de visibilizar reclamos, simbólicos o concretos, son un modo de participación transversal que afecta a más o menos personas, pero afecta en tanto son generadores de políticas públicas. Esa visibilización y concientización son modos en que la comunicación política permea la formación clásica de los problemas públicos y sus soluciones. Bienvenidas.