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Córdoba, nudo de afinidades

22 julio de 2016

(Columna de Néstor Gabriel Leone)

La provincia fue clave en el triunfo de Macri. La estrategia del PRO, el recelo de la UCR y el largo predominio del PJ no K.

Córdoba fue una provincia resueltamente esquiva al kirchnerismo. Desde los primeros tiempos, cuando la fórmula Kirchner-Scioli quedó quinta en las presidenciales de abril de 2003, con apenas el 10% de los votos. Y durante buena parte de los años subsiguientes, cuando obtuvo en promedio la mitad del porcentaje nacional. Con un piso de ocho puntos en las legislativas de 2009 y un techo de 35, largamente excepcional, en ocasión de la holgada reelección de Cristina de 2011. Que se replicaba, por cierto, con bastante simetría en términos locales. Sobre todo, cuando el peronismo tradicional de José Manuel de la Sota dejó de referenciarse en el Frente para la Victoria, Luis Juez quedó ajeno a cualquier atisbo de transversalidad posible y el sello K debió conformarse con algún anclaje residual.

En ese trayecto, de modo persistente, la imagen de una Córdoba opositora no hizo más que consolidarse. Distante del gobierno nacional, en el mejor de los casos. O en abierta disputa. Los gestos de diferenciación de la sociedad encabezada por De la Sota y Juan Schiaretti, alternando la gobernación y ya como Unión por Córdoba, se hicieron marca de época. Como promesa de peronismo disidente, siempre en las gateras, para dar el salto hacia lo nacional. Mientras que el radicalismo, con tradición duradera y arraigo en su interior, mantuvo los contornos de fuerza dispuesta a retomar el viejo bipartidismo y recuperó algunos de sus reductos, ciudad capital incluida. Al tiempo que perfilaba para el PRO de Mauricio Macri un territorio prometedor para sus aspiraciones presidenciales. Hasta convertirse en caudal de votos decisivo a su favor y “madrina de todas las batallas” (Luis Tonelli dixit).

La relación de siete a tres en el balotaje cuantificó esas preferencias. Y dejó abierto un camino de disputas por venir. Entre ese predominio provincial del delasotismo y la necesidad de Cambiemos de consolidar su presencia en la provincia, más allá de las pertenencias particulares de sus miembros. Entre el intento del gobierno de Macri de acentuar el buen trato inicial con el gobernador Schiaretti y varios de los muchos intendentes justicialistas, y los recelos de los radicales, socios del PRO tanto a nivel nacional como en la provincia, ante estos coqueteos y el riesgo advertido de quedar relegados en la estrategia de campaña para el año próximo. Y, también, entre un peronismo (anti-K o tanto) con larga presencia en la vida de política de la provincia y nuevas camadas dirigentes. Las elecciones a intendente en Río Cuatro, de junio último, cruzaron varias de estas disputas. Tempranamente.

CORDOBESISMO

No hace falta remontarse a la temprana reacción mediterránea frente al centralismo porteño para describir esas históricas posiciones diferenciadas. Tampoco al germen cordobés de la vieja Liga de los Gobernadores, como inspirador del Partido Autonomista Nacional, en su pretensión de poner en caja a la ciudadpuerto. Como no sirve demasiado circunscribir el carácter de la política local a la revuelta estudiantil que abrió los claustros a la reforma universitaria o a la revuelta obrero-estudiantil que pasara a la historia como el Cordobazo. Un conservadurismo perseverante atraviesa su entramado político y, de alguna manera, contribuyó a soldar su lógica interna. Esa que De la Sota reivindicara como “cordobesismo”. Y que se viera acentuada en la última década como sobreactuado motivo de orgullo.

De la Sota, precisamente, fue quien más hizo usufructo de ello. Pero sin trascender hasta aquí los límites de esa frontera. Aunque lo intentara varias veces. En distintos momentos. En 2002, por caso, cuando se pensaba como un Kirchner avant la lettre, para ocupar el liderazgo vacante que a Eduardo Duhalde, como módico equilibrista, le estaba vedado. Y más tarde, también, cuando imaginaba que podía aparecer como alternativa cada vez que el kirchnerismo se mostraba acechado. Pero, también, varios años antes, en tanto compañero de fórmula de Antonio Cafiero, en aquellas inéditas primarias (cerradas y voluntarias) de 1988, cuando Carlos Menem echara por tierra los pruritos de la tan mentada renovación peronista. La buena respuesta de su electorado en las primarias de agosto pasado, de todos modos, prueban sus dotes: la alianza UNA en la que participaba fue la que más votos obtuvo (38,79%) en la provincia y su boleta venció por amplio margen (85,47%) a la de Sergio Massa.

LIDERAZGOS

La elección municipal de Río Cuarto, del 12 de junio pasado, como se dijo, fue prueba piloto. En varios sentidos. Enfrentó, por un lado, a la alianza Cambiemos, con un radicalismo con predominio histórico en la segunda ciudad de la provincia (gobernó 18 de los últimos 22 años) y un PRO especialmente victorioso en las presidenciales del municipio; y, por el otro, al justicialismo tradicional de la provincia, respaldado por De la Sota y Schiaretti, pero con un candidato como Juan Manuel Llamosas que intentaba expresar cierta renovación, etaria y política. El triunfo del peronista fue sorpresa. E hizo ruido. Entre otras cosas, por la decisión misma de Cambiemos de “nacionalizar” la elección. Los paños fríos puestos por el mismo Schiaretti, para no pasar factura, fueron bien recibidos. Pero dejaron magullones entre los socios del oficialismo nacional.

La predisposición que mostraron algunos ministros del gabinete de Macri para avanzar en acuerdos con intendentes peronistas en la búsqueda por “ampliar la base de sustentación” de Cambiemos suma motivos para el recelo radical. También la amistosa gira que el Presidente compartió con Schiaretti por Francia, Bélgica y Alemania, semanas atrás, o el rol preponderante que Macri le asignó al cordobés en los festejos del Bicentenario de la Independencia, en Tucumán. Que algunos dirigentes locales, especialmente, han comenzado a hacer explícitos. Por caso, Orlando Arduh, presidente de la bancada radical en la Unicameral, y Jorge Font, presidente del Comité provincial del partido, quienes llevaron la voz cantante. Mientras los referentes nacionales del radicalismo de la provincia, Mario Negri u Oscar Aguad, se mostraron más cautos. Uno es presidente del bloque de Diputados de la UCR. El otro, ministro de Comunicaciones de la Nación.

Ese nudo de afinidades, por cierto, sigue presente. Sin resolución a la vista, y en disputa. El buen marco de las “plazas del pueblo” kirchneristas en varios puntos de la provincia (más que en otros lados, quizá) completa el cuadro. Y los nudos. Que la suerte de los gobiernos nacional y provincial, y la dinámica política argentina, siempre imprevisible, tal vez contribuyan a desanudar.

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