(Columna de Luis Tonelli)
El Gobierno empezó a correr detrás de las noticias y a perder el control de la agenda. Las expectativas negativas son elevadas.
Si el kirchnerismo hizo gala de algo en todos estos años en el poder fue de su capacidad de fijar la agenda pública. Lo cual, es obvio, no significa sólo ganarle de mano a los medios sino algo muchísimo más importante: fijar la agenda es ni más ni menos que establecer lo que “está en cuestión” . Puede haber cosas más importantes; puede haber cosas más imperiosas; puede haber cosas más crueles, tremendas o decisivas. Pero si ellas no figuran en la agenda, sencillamente, para la política no existen. Claro, eso no significa que, por ejemplo, cuestiones que no son consideradas, después emerjan con furia y ruido, precisamente por no haberlas tratado en su preciso momento.
Pero bueno, quizás esta es una características de los populismos: su poder de fijar la agenda, hasta que los temas que han sido “barridos bajo la alfombra” para no pagar costos, aparecen inevitablemente, pero ahora de modo inoportuno, sin posibilidad de darles una solución, y lo que es peor, todos juntos. Quizás porque ese instrumento formidable que tienen los gobiernos poderosos, que es el de amedrentar a los particulares y evitar que generalicen sus demandas, llega un momento que empieza a perder eficacia, y simplemente lo que sucede es ese fenómeno complejo de la coordinación de lo que antes estaba dispersos.
Hasta los resultados de las PASO se sabía del descontento de muchos y se conocía la protesta de clase media (en los cacerolazos), pero no se tenía una dimensión concreta de la fortaleza del Gobierno ni tampoco como “los hijos del general” estaban procesando esa situación tan compleja para un movimiento variopinto y verticalista como es tener a su líder a plazo fijo. Después de las PASO tenemos un nuevo escenario, tanto por los resultados, como también y muy especialmente, porque el Gobierno empezó a correr detrás de las noticias, a perder el control de la agenda y a equivocarse bastante en eso de aminorar las expectativas negativas y maximizar las positivas. Y lo peor de todo es que falta la realización de las elecciones que, concretamente, son las que van a distribuir el poder institucional en los competidores que han salido de las primarias. Antes que nada: ¿Alguno de los grandes estrategas del Gobierno puede explicar por qué mantuvieron la realización de las PASO si precisamente del kirchnerismo nadie puede esperar respeto por las reglas de juego (y el respetarlas en esta ocasión no les agregó ningún voto)?
El argumento es sencillo: sin PASO, los resultados de ellas hubieran sido el definitivo y el Gobierno, por lo que están cantando las encuestas, parecería que la hubiera sacado barata. Ahora, los escenarios parecen mucho peores, con el bendito voto estratégico dominando el mundo opositor (al menos, el que se le opone al kirchnerismo y no tiene problemas en votar a alguien que se dice peronista).
Pero, aun así, lo más inexplicable es que el Gobierno no pudiera instalar, tal su costumbre, un “relato” de elecciones como las legislativas, y más siendo las PASO de las legislativas, en donde quien se presenta victorioso depende de los votos que sacó, pero fundamentalmente de la explicación que se logra instalar a posteriori. Porque no se trata de elecciones presidenciales que finalmente dejan a alguien instalado en la Casa Rosada, si no de elecciones multidistritales, elecciones con cientos de candidatos y a las que la oposición concurría nuevamente dividida.
El Gobierno, por ejemplo, podría haber sostenido que, entre otras cosas, las PASO sirven para que la ciudadanía le haga llegar un mensaje preventivo al Gobierno y para que éste corrija las cosas en su mensaje para las elecciones generales porque, finalmente, el que tiene que gobernar estos dos años es él. Pero no. Al contrario, tomó los números como definitivos e incluso salió a denunciar el intento de la oposición de quedarse con la presidencia de la Cámara de Diputados e instalar a Sergio Massa en la línea sucesoria. O sea, ha dado la derrota como ya producida cuando resta la votación general. Increíble.
Otra decisión catastrófica fue la de nacionalizar las elecciones, especialmente la de la provincia de Buenos Aires, pero también, por sus resultados, la de muchas de las provincias considerados bastiones inexpugnables. Se dice que la Presidenta no encontró candidato taquillero propio para las elecciones, aunque la cuestión parecería ser otra, ya que no se necesitaba mucho para ser más conocido que Martín Insaurralde. Quizás todo pasa porque en un sistema hiperpersonalista como el “cristinismo” nadie puede ganar que no sea Ella. Y dado que la cuestión era enfrentar a Massa, cualquiera que le fuera bien contra él, sería un triunfador.
Pero si esta era la racional, el kirchnerismo no tendría que haber definido las elecciones bonaerenses como la “madre de todas las batallas” , y mucho menos polarizar con el massismo, que terminó en el sprint final quedándose con votos opositores que promediando la campaña iban fundamentalmente para Francisco de Narváez.
Todavía más inexplicable fue la pantalla que exhibió la Presidenta cuando dio una de sus típicas conferencia “a la” prensa en donde felicitó a sus candidatos por “lo bien que le habían ido” , especialmente “en la Ciudad” y en donde consignaba una suma de votos que ni los opositores se habían atrevido hasta ese momento a hacer. Sumar los votos de la UCR con aliados podría decirse que fue un acto de honestidad electoral. Sumar las huestes de un fantasmagórico “peronismo disidente”, cuya unidad por ahora no pasa de las promesas cruzadas a través de Blackberry's, ya es toda una exageración estadística. Que se sepa: Sergio Massa representa el Frente Renovador en la provincia de Buenos Aires, José de la Sota a Unión por Córdoba en la provincia idem y Mario das Neves, el partido de Acción Chubutense en dicha provincia, por ejemplo. Que todos acepten el liderazgo de alguno de ellos se deberá ver en el tiempo, pero no darlo por anticipado.
Y si los pronósticos políticos aparecen para octubre bastante sombríos para el Gobierno, como siempre en la Argentina, esto ha contagiado instantáneamente a la economía (y uno podría decir, y viceversa) en pre anuncio un tanto escalofriante de la posibilidad de lo que se conoce “técnicamente” como una “tormenta perfecta” . Lo cual es toda una novedad, porque ni aún en el 2009 se dio una situación de la que se esperara un espiral crítico. Que no se malentienda: lo que aquí se quiere decir no es que inevitablemente se viene una crisis; ni si quiera se arriesga aquí un porcentaje de probabilidad de que esto ocurra.
Sólo se dice que, por primera vez bajo el kirchnerismo, un escenario de crisis grave es “posible” . Cosa que no parece ser algo aislado dado los febriles conciábulos diarios que las diferentes expresiones del peronismo están teniendo. Y se sabe que los “compañeros” comparten con algunos camélidos ese sexto sentido de prever los cataclismos, e instalarse preventivamente en la nueva tierra firme que surja-