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Cristinismo y cristinología

28 marzo de 2011

A falta de la prometida reforma política se instala un clima plebiscitario

El surgimiento del “cristinismo” como corriente o movimiento que dota de pasión militante a la coalición de apoyo a la reelección de la Presidenta ha dado cabida a otro subgénero del análisis político: la “cristinología”, o el arte de desentrañar las verdaderas intenciones (y de interpretar los mensajes) de la líder indiscutida.

Como ocurría en tiempos del general Perón, nos encontramos con que la caracterización del escenario político electoral pasa obligadamente por descifrar los deseos y preferencias de la Primera Mandataria: ¿Qué quiso decir cuando dijo lo que dijo? ¿Quiere realmente ser candidata? Y la pregunta más inquietante: ¿Y si decide,

finalmente, no presentarse?

Cuando la autoproclamada ultrakirchnerista diputada Diana Conti picó en punta y quedó en off side, al proponer la reelección indefinida y manifestar su devoción por la figura presidencial de aquí a la eternidad, Cristina pinchó el globo de ensayo al instante. Al “sincericidio” de la diputada Conti se agrega el comentario del jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, sobre la inevitabilidad de la candidatura a la reelección,

por aquello de que “sólo Cristina garantiza los garbanzos de la Argentina de a pie”.

Luego vino el acto del 11 de marzo en el que la militancia kirchnerista, en palabras del líder del Frente Transversal, el diputado Edgardo Depetri, fue a “rodearla de cariño,

de fuerza, (para) que vea que somos muchos los que podemos llenar un estadio y controlar las urnas en octubre”. Salvando las distancias, es imposible no recordar

los argumentos utilizados en los años '90 para la reelección de Carlos Menem en 1995, previa reforma constitucional, y luego para buscar su rereelección en 1999.

Sólo él ?se decía entonces? garantizaba “la estabilidad del modelo”. Lo peor es que era cierto? y así nos fue con la convertibilidad. Curiosamente, la diputada Conti ingresó al Congreso como senadora, acompañando a Raúl Alfonsín, en octubre de 2001, peleando contra estos planteos hiperpresidencialistas y cesaristas que hoy defiende con tanto fervor militante. Del mismo modo que Depetri y las organizaciones piqueteras hoy encuadradas en el kirchnerismo surgieron del derrumbe de aquel ciclo de concentración del poder presidencial, a fines del 2001.

Acaso porque ahora el cesarismo decisionista se reviste de “cristinismo progresista”, muchos defienden ahora lo que criticaban entonces. Para quienes quieran “dar el debate”, valdrá la pena recordar que ninguna democracia presidencial del mundo permite la reelección indefinida. Su introducción con nombre y apellido transforma dicho sistema en una suerte de monarquía plebiscitaria o autocracia electoral. Nadie tomó la propuesta de reeleccionismo ilimitado muy en serio, que además resultó

derrotada en Catamarca.

Plantear la posibilidad de un tercer mandato presidencial cuando aún no se ha formalizado la intención de buscar un segundo mandato puede servirle a una parte del oficialismo para cerrar toda posible disputa por la sucesión. Pero confundir la aspiración a continuar en el poder con la pretensión de perpetuarse en él resulta claramente contraproducente.

Así lo entendió la propia Presidenta al llamar al orden a los ultracristinistas en su mensaje ante el Congreso. Recuérdese, sin embargo, que lo hizo con un argumento

de oportunidad antes que de convicción. Desestimó la idea no porque constituyera una aberración política sino porque no le daban los números: ¿a alguien se le ocurre ?dijo? que con un Congreso en contra, que no le aprobó el proyecto de Presupuesto para este año, se puede pensar en una reforma constitucional?

Pero la Presidenta dejó flotando, además, otro interrogante en su discurso del 1ro. de mayo: “¿Alguien me oyó decir que me voy a presentar a la reelección en el 2011?”. Unos leyeron la referencia como un “Sí, me voy a presentar. Pero cuando yo lo decida”. Otros, como un metamensaje a adherentes y adversarios, que deja abierta la puerta a un eventual renunciamiento. A su lado estaba Daniel Scioli.

Entre la reelección indefinida y la reelección incierta, todo parece responder, hasta ahora, a una hábil estrategia de manejo de los tiempos y guardarse para sí el monopolio de la decisión personal de última instancia hasta la fecha límite para oficializar las candidaturas, el 24 de junio próximo. Habrá “operativo clamor”, renacer de la transversalidad, pegatinas y campañas hasta el cansancio. Habrá también un

juego abierto a las apuestas por cómo quedarán conformadas las listas, quién será el acompañante de la fórmula presidencial, quién el candidato del kirchnerismo

en la ciudad de Buenos Aires, abundancia de dinero fluyendo hacia las cajas de municipios y provincias a medida que se acerque cada elección.

A falta de la prometida reforma política que vendría a fortalecer los partidos políticos y garantizar que las candidaturas surgieran genuinamente de la competencia en internas abiertas a la ciudadanía, se instala este clima plebiscitario en la relación seductora entre una Presidenta reticente y un pueblo que la quiere reelegir por aclamación.

Es la consecuencia, en fin, de colocar el destino de la República, de la democracia, del gobierno o del “modelo”, en manos de una sola persona. Y peor aún, de tomar tal cosa

como una virtud y una fortaleza antes que como una anomalía y una debilidad. Por suerte (para la sociedad en su conjunto, para el peronismo y para la propia Cristina), no todo depende de la continuidad de Cristina.

Aunque la Presidencia, como la revolución de la novela de Andrés Rivera, sea para algunos un sueño eterno. Y la continuidad y profundización del actual esquema de poder y proyecto político, materia de “cristinólogos”.

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