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De díadas, tríadas y referís bomberos

18 diciembre de 2015

La visión diádica es populista y la triádica institucionalista. ¿Cuál prevalecerá en Argentina?

La distinción política fundamental no es entre izquierda y derecha sino entre díada y tríada. ¿Los conflictos sociales se resuelven por correlación de fuerzas o puede haber un tercero imparcial que los arbitre? La cuestión es si existe un referí aceptado por los jugadores. Los triádicos dicen que sí; los diádicos, que no: para ellos todos los referís son bomberos.

La política es la lucha por establecer unos valores sobre otros. Esos valores pueden ser simbólicos o materiales. Los simbólicos establecen lo que está bien y lo que está mal: ¿corresponde matar a los asesinos? ¿Cortarles la mano a los ladrones? ¿Y tener sexo entre hermanos? En algunas civilizaciones decidieron que sí, en otras creemos haber evolucionado. Los valores materiales definen quién se lleva qué: ¿es admisible la propiedad privada de playas y ríos? ¿Debe tributar el salario? ¿El Estado tiene que garantizar educación y salud? En esto la izquierda y la derecha tienen algo para decir, pero es subsidiario.

Cada pregunta tiene al menos dos respuestas. Y cada respuesta tiene, o tuvo, defensores. Pero la cuestión central no es qué respuesta preferimos sino cómo decidimos entre ellas. Hay tres maneras: tirar la moneda, arreglarlo entre las partes y recurrir a un tercero.

Tirar la moneda es confiar el resultado a la suerte. No es tan loco: la primera democracia funcionaba de ese modo. Es cierto que el pueblo, o sea la minoría de atenienses hombres y libres, se reunía en la plaza para tomar algunas decisiones. Pero los cargos públicos se decidían por sorteo. Pocas cosas hay tan igualitarias y democratizantes como eso, pero las sociedades contemporáneas requieren especialización y profesionalización. Quedan entonces dos opciones reales.

La primera opción es diádica. Arreglar un asunto entre las partes constituye la forma tradicional de tomar decisiones y hacer Justicia. En las comunidades de mamíferos, los machos luchan por las hembras y el que gana no precisa consultar a las interesadas ni a un cura o notario. Y a lo largo de las civilizaciones humanas, la Justicia se definió mediante variaciones de la ley del Talión: ojo por ojo, diente por diente. La víctima, o sus familiares, tenían derecho a la represalia y eran sus ejecutores. La violencia interna y la guerra externa no eran permanentes pero sí inminentes: podían desatarse en cualquier momento. Circunstancialmente aparecían jueces que intermediaban en los conflictos, pero aun así lo hacían dividiendo, como Salomón.

Llegaron entonces el comercio y el Estado y surgió la opción triádica. El comercio requería reglas, como la garantía de la propiedad y el cumplimiento de los contratos, y el Estado las ofrecía. O mejor dicho, las aplicaba. Es cierto que el Estado fue, en un principio, la expresión de la nobleza concentrada y, más tarde, el instrumento de la burguesía: no era universalmente imparcial. Pero sí lo era entre iguales; por ejemplo, entre burgueses. La expansión del sufragio y de los derechos sociales fueron extendiendo la imparcialidad estatal a sectores más numerosos. Gradualmente, jugar sin referí se fue volviendo costoso. Hoy no quedan en el planeta sociedades complejas que sobrevivan sin Estado.

Y sin embargo, para la visión diádica, el Estado está siempre al servicio de algún interés sectorial: es el comité de negocios de la burguesía, el lacayo de una potencia colonial o la máscara que encubre la represión del más fuerte. Es un referí, sí, pero vendido. No es juez sino parte. Hay que capturarlo.

Para la versión triádica el Estado constituye, a pesar de todas sus imperfecciones, lo más cercano a un juez imparcial. Claro que no es neutral: también los referís son hinchas de algún club. Pero sea por un código de honor interno o por controles externos, deben eximirse de pitar a favor del equipo de su corazón ?o de su grupo social?. Si manifiestan parcialidad serán suspendidos, sancionados y eventualmente remplazados.

Los diádicos son populistas y apelan a la acción directa. Descreen de la imparcialidad: quien no usa al Estado a su favor lo sufrirá en contra. Los actores son más importantes que las políticas. La acción directa es válida y necesaria. Lo que unos ganan otros pierden. El particularismo y la vitalidad mandan. Marx, Laclau y Mussolini son expresiones de esta cosmovisión.

Los triádicos son institucionalistas y apelan a la mediación del conflicto. Promueven la imparcialidad de un tercero suprapartes, aunque sea por aproximación. Las reglas prevalecen sobre los jugadores. El Estado de derecho domestica la acción directa. Todos pueden ganar, pero no pueden ganar todo. El universalismo y la racionalidad mandan. Weber, Huntington y Churchill encarnan esta concepción.

En este repaso analítico no hace falta tomar posición: ambas visiones tienen virtudes y defectos. Y ambas tienen sus cultores históricos en Argentina.

El poder contra los límites, el peronismo contra el radicalismo. ¿Dónde está parado el PRO y qué futuro espera a nuestros referís sociales, los jueces? Pronto confirmaremos si la piel del triádico republicano no escondía un lobo diádico.

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