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De ilusiones ya no se vive

19 septiembre de 2016

Para que haya inversiones tienen que darse condiciones políticas y económicas que van más allá de los gestos.

Después de la reunión G-20 en China, circuló este chiste. El presidente Mauricio Macri se encuentra con empresarios locales y les pide que inviertan en Argentina. Luego de escuchar atentamente al Primer Mandatario argentino, uno de los empresarios le dice al otro: “¡Estos occidentales siempre confundiendo a los orientales: nosotros somos chinos; los kamikazes eran japoneses!”.

El deseo de que inversiones a granel desembarquen en nuestro país no es solo aspiracional para el Gobierno actual ni un mero medio para llegar con las cuentas a fin de mes. En realidad, conseguirlas en su cantidad necesaria y mantener su flujo debe ser una política de Estado de la que se comprometa todo el arco político y las organizaciones empresariales y sindicales ya que implica nada más y nada menos el dejar atrás una historia cíclica de décadas de crisis y recuperación inestable.

Cada Gobierno ha hecho de las suyas, pero no son solamente errores y corrupciones las que está detrás del “fracaso” argentino por consolidar un desarrollo sustentable. Es la misma sociedad argentina y sus instituciones (no solo la debilidad de ellas) las que incentivan que pasemos sin solución de continuidad del “populismo de la soja” al “populismo de la deuda”. Nos hacemos de los dólares esquilmando al agro, y cuando se nos acaban, vamos por la deuda.

Los modelos económicos parecerían en los antípodas. El problema es el mismo: la falta de competitividad y productividad para hacernos de las divisas suficientes para bancar nuestro apetito insaciable por los dólares (ya sea en billetes para cuentas en Panamá o más modestamente para los “Colchón Papers”), pero fundamentalmente en especies.

O sea, pantallas planas y celulares de Tierra del Fuego que fabricados en China son desarmados por una empresa china, para que sean luego ensamblados en nuestra gran isla austral, con una calcomanía que dice “Made in Argentina” (aunque lo único argentino es la calcomanía). O automóviles de nuestra orgullosa industria nacional compuestos por muchas partes importadas que revientan nuestra balanza comercial. Y qué decir de la energía, que viajaba en barcos venezolanos para abastecer a argentinos en patas en pleno invierno.

Populistas no son los gobiernos solamente: populista es la sociedad argentina en su conjunto. Así tenemos un populismo de abajo, pero también un populismo de clase media -que ha hecho todo para evadir impuestos y usufructuar subsidios innecesarios- y ni que hablar del populismo high society, en el que se reparten la misma cantidad de dinero que se distribuye entre pobres y marginales pero entre ocho.

El Gran Juego Nacional consiste en manotear el dinero que se tira desde el helicóptero del Estado, y algunos tienen manazas a lo Edmundo Rivero y otros son manquitos. Y cuando la joda se acaba, hay que encontrar otro gil que pague la cuenta. Si en un modelo (el nacionalpopulismo) esos giles son los de “adentro”, en el otro (el neoliberal-populismo) son los de “afuera”, previó cebar la bomba vía crisis. Y este es el problema/ventaja de Mauricio Macri: no ha tenido crisis previa, y por lo tanto la recuperación no es fácil porque ya la vara esta alta (no hay capacidad ociosa instalada a full) y la garrocha es corta (hereda un déficit fiscal de órdago).

Ante los inversores, ya sea en China o en el mini-Davos porteño, se rezará la letanía políticamente de que los países desarrollados terminen con la flagrante hipocresía de abogar por el librecomercio y subsidiar exasperantemente al agro -tal como CFK los acusaba de lavar dinero, seguramente porque su gobierno ya se le había acabado el jabón para hacerlo en el exterior- y lo obligaban a comprar propiedades a tal punto de realizar de hecho una reforma agraria en la Argentina-.

También se hablará de las bondades de nuestra tierra, de lo gay friendly que somos, que tenemos los cuatro climas, que somos europeos exiliados y también orgullosos sudacas, y que Buenos Aires sigue siendo, malrauxanamente y pese a todo, esa capital de un Imperio que nunca existió (aunque ya no creamos que alguna vez exista, ni siquiera como satélite de cualquier otro imperio).

Obviamente la visita presidencial al G-20 y el mini-Davos vernáculo no es solo jueguito para la tribuna y fotos para el Instagram y el “Feisbus” oficial. Responde a la demanda de la hora: tirar buena onda al mundo ofreciéndonos como un paraíso productivo, aunque la de mínima del gobierno es poder endeudarse todo lo que se pueda, confiar en que se blanquee mucho dinero, disparar la obra pública por doquier (luego del brutal ajuste social antiinflacionario vía recesión, porque el déficit estatal no ha bajado) y así poder levantar la nariz del avión del crecimiento y sortear con éxito las elecciones que vienen.

Claro que el ciclo de auge y decadencia, como dirían Gerchunoff & Llach, solo podrá ser evitado si se hace lo urgente y lo importante a la vez: no es solo conseguir dólares endeudándonos, que obviamente en algún momento se termina cuando se pasa el umbral de lo bancable según los druidas del riesgo país (sino pregúntenle a la que fue la estrella de los mercados financieros emergentes por años, Brasil). La cuestión es generar las condiciones para que lleguen al país inversiones productivas.

Y aquí tienen que coincidir al menos tres factores importantes: el primero es generar los negocios para esas inversiones que jamás van a un país que va para atrás (si no, no habría países para atrás). Hay un componente salvaje en el capitalismo y si el dinero solo buscase un lugar seguro no habría casinos en el mundo. Pero sabemos que con vender las joyas de la abuela mediante la privatización de lo estatizado y asegurar una altísima tasa de rentabilidad en dólares como durante la convertibilidad es garantía para el desastre.

El siguiente factor es que la única forma de alentar inversiones de largo aliento pasa por consolidar el Estado de Derecho, que en Argentina aparece debilitado tanto en su aspecto estatal, donde hasta sufrimos un paradójico populismo desestatizante, que incentivó la economía en negro (y esto implica reformar las instituciones del paradójico federalismo centralizado que tenemos) como en su aspecto jurídico (el también paradójico Estado Inverso, que impulsa el crimen y genera males públicos en vez de proveer bienes públicos).

Por último, además de oportunidad de negocio y de un Estado de Derecho eficiente, efectivo y probo, tiene que terminar en la sociedad civil el Juego del Manoteo (donde todos tratamos de llevarnos una porción de la torta mayor y tratando de aportando menos) y esa es una tarea que conjuga ejemplaridad, educación e incentivos institucionales apropiados.

Pasar del ciclo de la ilusión y el desencanto implica un proceso profundo de reforma y cambio. No solo road shows con buenas intenciones y gente presentable presentando el infaltable powerpoint.

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