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Dejad que Alberto sea Alberto

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23 diciembre de 2019

por René Palacios

La autenticidad y un relato que se cuenta en la acción parecen ser las marcas del nuevo estilo presidencial inaugurado el 10 de diciembre

En 1984, Ronald Reagan peleaba por ser reelecto presidente de Estados Unidos. En plena campaña presidencial, el “Gran Comunicador” debía enfrentar el segundo debate presidencial frente a Walter Mondale, candidato demócrata, quien, a los ojos de la prensa y la opinión pública había ganado claramente la primera contienda. Reagan, que en esos momentos tenía setenta y tres años se había mostrado demasiado cansado y confuso y encorsetado en un guion que le había quitado su espontaneidad habitual. Ante la preocupación de volver a perder el debate, el equipo de campaña de Reagan decidió convocar a Roger Ailes, un mítico asesor republicano quien falleció hace pocos meses. La cuestión central, era que aunque Reagan seguía teniendo una gran llegada con la ciudadanía, el tema de su edad podría afectar la percepción de su capacidad de gobernar cuatro años más. Todo su equipo de campaña estaba abocado a pensar como podía contrarrestarse un ataque por ese costado.

Ante este escenario, Ailes dio una clara indicación para reencauzar la estrategia: el presidente debía volver a mostrar su cara más autentica. Después de varias reuniones con el candidato, les había dejado a los asesores del presidente un papel en blanco con una sola frase: “Dejad que Reagan sea Reagan”.

Finalmente, la noche del segundo debate llegó y con ella la pregunta si su edad seria un obstáculo para ejercer la presidencia. La respuesta de Reagan fue inolvidable: “No haré de la edad un tema de esta campaña. No voy a explotar, con fines políticos, la juventud y la inexperiencia de mi oponente”. La carcajada generalizada (con Mondale incluído) fue la mejor señal que el trabajo de Ailes había funcionado.

No sabemos si el equipo del presidente Alberto Fernández conoce la anécdota, pero, en su primera semana como mandatario en funciones, su estilo de comunicación pareciera ir en ese camino: “Dejad que Alberto sea Alberto”.

Como marcó Augusto Reina, las primeras imágenes de su estilo vislumbran el regreso a una estética de la informalidad es una reacción al estilo comunicativo de Cambiemos. Ante un estilo manufacturado de comunicación de estirpe marketinero, el equipo de Alberto ha intentado generar un contraste volviendo a la autenticad como valor central. Un Presidente que maneja su propio auto para llegar al Congreso, que sigue tomando él mismo exámenes en la facultad y que se da tiempo para contestar mensajes personalmente mientras tiene tiempo para jugar con su perro retoma el arquetipo del “hombre común con grandes responsabilidades” que tan bien le sirvió en su primer mandato a Néstor Kirchner.

Por otra parte, estas escenas, intentan dar un salto de calidad en la correlación entre lo

imagen que se dice y lo que se hace. Como dice Xabier Peytibi, en un escenario donde las acciones políticas están bajo sospecha, el storytelling pasó a ser una commodity, algo que no nos diferencia, puro humo. Porque si no se concreta, no sirve. Por eso, el Presidente y su equipo van por un paso más: un relato que se cuenta en la acción. No solo digo que apoyo a la educación pública, voy a hacerme cargo de mi rol como docente. No digo que respeto a la oposición, entro a mi juramento acompañado por la Vicepresidenta saliente. Del Storytelling Macrista al Storydoing Albertista.

Seguramente, este cambio donde la autenticad y el respaldo con hechos del estilo presidencial será profundizado en los próximos meses y se convertirá en una pata fundamental de una gestión que va a necesitar imponer un estilo propio que pueda complementarse con la situación inédita de unaV icepresidencia que ya tiene un marca registrada en la bipolar opinión pública argentina.

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