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Del hipervicepresidencialismo al hiperpresidencialismo (¡y de un saque!)

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01 enero de 2020

por Luis Tonelli

La ley de emergencia puede definir la trayectoria del gobierno de Alberto Fernández y dirimir rápidamente la distribución del poder dentro de la coalición oficialista

Pregunta: La Argentina de Fernández (Alberto) Presidente será: ¿(1) Presidencialista; (2) hiperpresidencialista o (3) hipervicepresidencialista? El Presidente entiende, como decía Adso de Melk en El Nombre de la rosa, que la “pureza siempre está asociada a la prisa” y presiente que la imagen que la “gente” se haga de él en estas primeras horas lo acompañará y sellará su sino en toda la estadía en el poder.

Por eso ha salido a primerear a todas y todos con una ley denominada de Solidaridad Social y Reactivación Productiva pero que en realidad es, en el fondo, una simple y brutal ley de superpoderes presidenciales. En realidad, una Ley de recontra-super-bati-ultra poderes presidenciales.

Y entonces uno se pregunta si esta ley es para enfrentar la crisis (que si bien grave, no parece ser del tenor de las de 1989 o 2001) o si está destinada a despejar, de una vez y para siempre, las dudas que se expresan en el primer párrafo de esa nota. O sea, si va a prevalecer Fernández (Alberto) o Fernández (Cristina) como jefe/a del peronismo (cuando se sabe que, en el Peronismo, quien manda es uno/a).

Porque, si la ley de superpoderes se lleva por delante algo es al Congreso. Pero, oh casualidad, en el Congreso sienta sus reales, la vicepresidenta y mentora del actual presidente, a la sazón, su vice presidenta, Fernández (C).

Por algo Fernández (A) empezó por presionar a los atribulados gobernadores radicales (sobre quienes Fernández (C) no gravita, para pedirle que sus legisladores le presten el quorum necesario para que el Proyecto sea Ley. La necesidad tiene cara de hereje, y vaya si Gerardo Morales padece de necesidades. Económicas, políticas y judiciales (con Milagro Sala con prisión domiciliaria). Pero el bloque de Juntos por el Cambio parece manifestarse insensible a las circunstancias particulares de quienes integran el “partido de los gobiernos”, y quiere en esta primer teñida mostrarse como una oposición “ de verdad” y no una que le de un cheque en blanco al nuevo Presidente.

Ciertamente, son diferentes “set de incentivos” que influyen sobre unos y otros.

Por un lado, la sempiterna sed de recursos fiscales que sufren las provincias (luego del veranito macrista, donde se les resolvió los problemas pero que, a la hora de manifestar lealtades, los gobernadores peronistas siguieron siendo peronistas, para desgracias de Marcos Peña). Por el otro lado, el 40% mágico que obtuvo Juntos por el Cambio milagrosamente (cosas de la polarización) en las elecciones presidenciales, y sobre todo, las marchas espontáneas que siempre ha sido la fuerza de un Cambiemos que nunca dejó de sorprenderse por ellas. Es que su teoría de la nueva política les decía que esa gente no tenía que estar allí, cuando ese “societismo” ha sido la clave en su nacimiento no reconocido (con la 125) y ahora es también quien alumbra su descenso a la oposición.

También, porque como manifestó en estricto off un dirigente radical “no vamos a ser justamente nosotros quienes le resolvamos a Alberto su interna con Cristina”.

Claro que ir por todo de entrada no deja de ser de una audacia inaudita, típicamente peronista. Mauricio Macri no quiso reconocer púbicamente la gravedad de la situación para no “tirar malas ondas” y que no vinieran las inversiones (que al final y pese a las buenas ondas nunca vinieron). Fernández (A) empieza por el otro lado de la soga y sobreactúa la crisis y el abismo no solo porque necesita ciertamente de recursos financieros que hoy no tiene para evitar el default en marzo, sino porque quiere resolver el pleito de poder muy rápido (para poner un ejemplo, a Néstor Kirchner le llevó dos años sacarse de encima el padrinazgo de Eduardo Duhalde, cuando en las legislativas del 2005, Cristina se impuso a Chiche en el campo de batalla bonaerense).

Pero también lo que ha molestado, y mucho, es la confusión discursiva del novel presidente. ¿Cuál es el Alberto que nos va a gobernar?, se preguntan los opositores: ¿es el Alberto que cita a Alfonsín y hace un discurso de respeto institucional o es el Alberto que manda un proyecto de ley de emergencia que le da poderes omnímodos como no los disfrutó ni el sultán Carlos Saul? ¿Es el Alberto que pide despolitizar a la justicia o el Alberto que minutos después pide por que se acaben las prisiones preventivas? ¿Es el Alberto que se quiere presentar como independiente de CFK o el que después admite a hombres y mujeres de la expresidenta en todas las segundas líneas (y en algunos sillones de la primera línea)?

Esquizofrenia, cinismo o ambigüedad táctica en una construcción de poder presidencial que empieza casi en cero. Amenazada por una situación económica que le demanda a Fernández (A) que no de ningún paso en falso, y por el otro lado, el contralor continuo de Fernández (C). Justo ella, quien cree que nunca se ha equivocado en la vida.

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