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Delgadez kirchnerista

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22 julio de 2016

(Columna de Joaquín Múgica Díaz)

El kirchnerismo perdió un caudal importante de poder. La expresidenta está cada vez más sola y alejada del peronismo.

Cristina Kirchner ya no es lo que era. En sólo tres meses el contexto de sus dos presencias en Buenos Aires cambió notoriamente. Ya no son tantos los fieles seguidores que la acompañan a cada paso. Los gobernadores le son reacios, los intendentes peronistas miran para otro lado y el número de diputados que le responden se redujo considerablemente. La expresidenta perdió un enorme caudal de poder en noventa días. Disminuyó su peso político, aquel que le permitió diagramar, por última vez, la lista de legisladores que representarían al kirchnerismo después de su partida. De esos funcionarios que le prometieron fidelidad absoluta, hoy quedan menos de la mitad.

El caso de José López, ex secretario de Obras Pública, fue el golpe letal que hizo estallar en pedazos el orden interno del espacio en el que aún conviven kirchneristas acérrimos y peronistas dubitativos. Pero antes, durante y después del escándalo de López, varios funcionarios que formaron parte del anterior gobierno desfilaron por los Tribunales Federales de Comodoro Py. La mayoría de ellos no logró salir ileso. Procesamientos, imputaciones y detenciones. Todos los procesos judiciales limaron los cimientos de la estructura K. El resultado quedó a la vista. Solo un círculo de fanáticos, sin autocrítica mediante, sigue rodeándola.

La última foto de la exmandataria en el poder fue la que ella quería tener por el resto de sus días. Una multitud la escuchó en la Plaza de Mayo, lugar donde se despidió de millones de argentinos, y en donde volvió a hacer uso de un discurso inundado por el heroísmo que, tanto ella como Néstor, entendieron que representaron. Todo ese espíritu combativo que concibieron, se desgranó con el sol tibio del primer invierno macrista. Inclusive La Cámpora, agrupación que sirvió para sostener a Cristina en su último mandato, hoy solo quedó disminuida a un conjunto de ultra kirchneristas que no entendió el nuevo camino que el peronismo está dispuesto a transitar. Ocho meses después de la derrota electoral, todavía hay muchos dirigentes que no realizaron verdadera autocrítica sobre la sucesión de pasos en falso que los llevó a perder el gobierno.

Poco queda de aquel 54% de votos que alzó a Cristina a la cima del poder en 2011. Quizás lo más valioso sea la aceptación popular que aún mantiene, pero que está en franco descenso. En las entrañas del peronismo no le responden. En su última estadía en Buenos Aires, la convocatoria de intendentes no llegó a los dos dígitos frente a los 55 que había logrado tener en abril. Lo mismo sucedió con los más de 70 diputados que respondieron a los llamados de Oscar Parrilli hace dos meses y que, en esta última oportunidad, no llegaron a 20. A ese decepcionante escenario se le suman las constantes filtraciones en el bloque de diputados FPV-PJ. El kirchnerismo parece estar destinado a elegir entre dos caminos: adaptan sus intereses e ideales a los nuevos tiempos del peronismo, o que se convierten en un pequeño bloque opositor sin fuerza para negociar en las bancas del Congreso.

El círculo político más cercano a Cristina hizo una lectura errada del liderazgo de la exmandataria luego del final de su gobierno. Pensaron que podía seguir guiando el peronismo pese a no estar en el poder. Se equivocaron. Esa lógica es imposible dentro de la vida interna del PJ. En las últimas tres décadas ni Carlos Menem ni Eduardo Duhalde pudieron disciplinar, luego de dejar la presidencia, al partido que condujeron. Néstor Kirchner lo hizo desde las sombras después de traspasarle la banda presidencial a su esposa. Pero su fama de titiritero de lujo llegó al final cuando su corazón se paró el 27 de octubre del 2010. En ese momento empezó una nueva etapa y una transformación en la forma de conducir el espacio. Hoy, ante el gobierno de Mauricio Macri, el peronismo es una ancha avenida plagada de autos sin rumbo. Algunos saben hacia dónde quieren ir pero no tienen definido a quién le confiarán el volante.

En el PJ sobran dudas y faltan certezas. La lucha por el liderar el movimiento está abierta. El espacio necesitará, inevitablemente, un conductor que alinee voluntades y represente al partido en las próximas elecciones legislativas. Luego del estallido, hace falta un conductor que cuente con el apoyo de la mayoría, imponga su impronta y marque el rumbo. Una travesía de película que dejará traidores y traicionados en el camino.

Cristina Kirchner no está dentro de los posibles candidatos a la nueva conducción. Desde que dejó el sillón presidencial, se hunde en un discurso repetitivo y rechaza cualquier mirada crítica sobre su gestión. Se presentó, aunque lo niegue, como la brújula con la que debe guiarse el peronismo. En sus esporádicas apariciones públicas no ha intentado tender puentes hacia los posibles líderes emergentes del PJ. Sergio Massa, Diego Bossio, Florencio Randazzo, Juan Manuel Urtubey y Daniel Scioli son nombres que, en mayor o menor medida, forman parte de la nómina para encabezar el partido. La ex presidente no comulga con ninguno.

Los cambios en los canales de comunicación generaron que las publicaciones en las redes sociales sean claves para lograr masividad en el mensaje que se quiere transmitir. Cristina habitualmente utiliza esas vías para expresarse. Pero no puede liderar un partido desde Facebook y Twitter. No alcanza con sus rimbombantes, irónicas y fugaces apariciones para mantener el poder de conducción. El kirchnerismo adelgazó en tres meses. Perdió peso con una dieta que generó resultados rápidos. Su líder hoy sufre la ausencia de poder. Quizás aún no lo asimile, pero ya nunca será lo que supo ser.

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