(Columna del politólogo Jonathan Mulki)
El pasado 16 de junio el peronismo pateó el tablero de un proceso electoral hasta entonces adormecedor. Más allá de los análisis electorales e institucionales que surgieron por diversos medios, la fórmula presidencial del FpV admite, a su vez, un análisis histórico. Daniel Scioli en sí mismo está atravesado históricamente por la institución vicepresidencial de alguna forma y fue él mismo quien lo revivió públicamente.
Citando a Carlos Zannini, Scioli evocó sus orígenes en el kirchnersimo recordando su rol como vicepresidente en el gobierno fundacional de Néstor Kirchner. La experiencia 2003-2007 le da a Scioli el conocimiento necesario para saber cuán poco puede hacer(le) Zannini desde la vicepresidencia. Entre 2005 y 2007 Scioli convivió, desde la presidencia del Senado, con una Cristina senadora e impulsora de leyes como el otorgamiento de superpoderes al Ejecutivo y la reforma del Consejo de la Magistratura, sesión en la cual tuvo cruces con Scioli por cuestiones procedimentales.
Pero a partir de 2007, Néstor y Cristina encontraron en la vicepresidencia de un Scioli gobernador la posibilidad de condicionar la agenda de un aliado difícil de digerir. Al intento de Alberto Balestrini le siguió la imposición de un Gabriel Mariotto "ultrakirchnerista" que había ganado notoriedad y cercanía al corazón del discurso kirchnerista a través de su defensa pública de la Ley de Medios. Se habló, al igual que ahora con Zannini, de "comisario político".
Scioli suele recordar que, si bien el caso de Mariotto tuvo más repercusión en los medios, Balestrini gozaba de una posición más importante y significativa dentro del PJ, lo que lo convertía en todo un desafío. Pero para los sciolistas el verdadero triunfo político desde 2011 fue, entre otros, la manifiesta cooptación política de Scioli sobre un Mariotto devenido en un acólito anaranjado. Por medio de una combinación de negociaciones e imposición del aparato de Gobierno, Mariotto pronto enfrentó el dilema de quedar absolutamente marginado dentro de la escena provincial o volverse parte de la gran familia Scioli. Sus intentos de retrasar legislativamente los actos de Gobierno rápidamente se mostraron estériles, a la vez que su tono públicamente contestatario empezó a mermar. Su gran reaparición en los medios se dio el año pasado, al convertirse sorpresivamente en uno de los primeros funcionarios de conocimiento nacional que apoyaban la candidatura presidencial de Scioli.
Lo que nadie sabía es que, puertas adentro y desde hacía ya tiempo, la mesa chica del sciolismo observaba el disciplinamiento político del vicegobernador como una de las más contundentes victorias de las tantas pulseadas entre Scioli y el Gobierno Nacional. Horas antes de asistir a la Asamblea Legislativa de este año, Scioli subió a su cuenta de Facebook una foto de tinte privado, tomada por Karina Rabolini, en donde se lo ve vestido con ropa deportiva, corriendo en la cinta, conversando entre risas y de forma descontracturada con un Mariotto que mira feliz a la cámara. Acompaña el cuadro el jefe de Gabinete, Alberto Pérez. Esa imagen, que tuvo mucho eco dentro del sciolismo, hoy tiene un metamensaje político fuertísimo puertas afuera. No sólo simboliza la supervivencia victoriosa de Scioli frente a ocho años de tensión con Nación, sino que indica un estilo político silencioso pero implacable de cooptación por parte del candidato presidencial en su construcción de poder, cosa que pocos observadores notan. Zannini y Mariotto no son la misma persona, ni tampoco el presente se asemeja al 2011. "El tiempo es un gran ordenador de las cosas", responde el propio Scioli cuando se le consulta sobre su relación con Mariotto y Balestrini. Desde su entorno afirman que el encolumnamiento de Mariotto detrás del sciolismo se debió al resultado de constantes negociaciones y planificación que tuvieron lugar en almuerzos compartidos. En el peor momento de la relación, Scioli se hacía un espacio para almorzar a solas con un Mariotto todavía díscolo, que terminó cediendo ante la perserverancia pragmática del gobernador.
Queda claro que la designación de Zannini como compañero de Scioli es el resultado de una negocación llevada hasta último momento con Cristina, en donde la Presidenta cedió quizá más que el gobernador. Scioli brindó un cargo de moderada a baja importancia institucional a cambio de la unificación total del partido detrás de su candidatura.
El impacto de Zannini en las elecciones generales es difícil de vislumbrar hoy, en principio por el alto desconocimiento que de él tiene la opinión pública general. El reciente spot "Faltaba" muestra no sólo que el gobernador está dirigiendo su campaña, sino que está explotando el desconocimiento de Zannini para directamente invisibilizarlo a los ojos del gran electorado. Con la sola figura de Scioli alcanza.
Es innegable que la candidatura oficialista, luego de enmudecer a todo el arco político, fue festejada a su manera y con sus razones tanto por macristas como después por el núcleo duro del sciolismo. Ese dato irrefutable demuestra que la nueva polarización de la contienda electoral acomoda mejor a ambas fuerzas políticas y las ayuda a diferenciarse de sí. Puertas adentro del sciolismo la fórmula con Zannini es vista como una victoria táctica hacia el PJ, el kirchnerismo puro y hacia la oposición. En contra de los vientos que soplaban fuerte desde el kirchnerismo para repelerlo, Scioli logró ubicarse en el ojo del huracán y coronarse candidato presidencial. No hay forma de ignorar que, a su vez, el peronismo ha comenzado de hecho el proceso de transferencia del poder de una facción a otra. El Gobierno ya está operando en los canales de la transición, reconvirtiendo su fuerza Ejecutiva en un bastión legislativo (algo que jerarquizará el rol del Congreso en el próximo ciclo político). El triunfo electoral de octubre será, en caso de darse, un paso más dentro de una larga ruta de negocaciones institucionales e informales. Ante el fracaso del armado de una gran coalición electoral opositora, el peronismo está construyendo en los hechos una coalición intrakirchnerista, puertas adentro, que concilia los extremos sciolista y cristinista. En el medio quedan gobernadores, intendentes arrepentidos y el interesante experimento político de convertir funcionarios nacionales en candidatos ejecutivos y legislativos en diferentes niveles y someterlos a elecciones, donde Zannini es el arquetipo. Ante una oposición titubeante, los analistas que rechazaron a priori las virtudes de la nueva fórmula del FpV cometieron el enorme error de ignorar que detrás de ella estaba trazado un largo camino de realismo político escrito con celosa pluma peronista.