(Columna de Ernesto Calvo y Marcelo Escolar)
Llegó la hora del PRO de demostrar no sólo que puede ganar el Ejecutivo sino también que puede hacerse cargo del país, que puede administrar los conflictos territoriales y de clase.
Terminó el escrutinio y la democracia celebra. Ha concluido una nueva elección en plena vigencia de nuestros derechos civiles y políticos. Una elección en múltiples rondas, con muchas aristas, que se definió en la última fecha por 2.8% de los votos. Más que una contienda electoral fue un “reality show”, empezando por Salta, pasando por Mendoza y una segunda vuelta competitiva en la Ciudad de Buenos Aires, giro inesperado en Santa Fe, inundaciones, la morsa, Niembro, la grieta, el peronismo que pierde la provincia de Buenos Aires, Scioli ganando apenas por tres en la general y Macri por menos de tres en el balotaje. Lejos del escándalo de Tucumán, las elecciones nacionales se desarrollaron con normalidad y la democracia argentina volvió a demostrar que hay alternancia presidencial, que hay estabilidad provincial y que el Senado es peronista.
Con la llegada de la oposición al Ejecutivo pareciera comenzar a estabilizarse un sistema político que quedo desmadrado y en desequilibrio después del 2001. Es una oposición-devenida-gobierno frágil, fragmentaria, con minoría en el total de gobernaciones y con minoría en ambas cámaras. Pero es una oposición que asumirá el control del Ejecutivo y cuyos gobernadores implementarán política provincial sobre casi 70% de los ciudadanos, considerando Buenos Aires, CABA, Santa Fe ?que no es propia pero tampoco es peronista?, Córdoba ?que es peronista pero como si fuera propia? y Mendoza.
Muestra de los desequilibrios territoriales de Argentina, sabemos que el Presidente es elegido por las provincias grandes, que la Cámara de Diputados tiene a su pivote en las provincias medianas, y que el Senado tiene a su centro de gravedad en las provincias chicas. Y este es el resultado institucional que caracteriza al sistema político que se viene: un Presidente con asiento en CABA, Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Mendoza que es de un color político distinto al Congreso y de un color político distinto a la mayoría de los gobernadores.
DOS CLIVAJES
La democracia argentina culmina este ciclo cortada por dos clivajes: territorio y clase. Siempre estuvieron allí, simplemente vuelven al imaginario político después de cada elección presidencial. Desde la Batalla de Pavón en adelante, la gran unificación se hizo a sabiendas de que el poder de unas pocas provincias grandes (en votantes y plata) tenía enfrente el muro institucional de las provincias chicas y medianas. Natalio Botana lo describió en detalle en su clásico “El Orden Conservador”, mostrando las tensiones que precedieron a la reforma electoral del '12. Esa reforma de los buenos muchachos que regaló la minoría en el interior a los radicales y la minoría en las provincias grandes a los conservadores. Un pacto que aseguraba que, como decía el senador Ayarragaray, si bien no todas las ideas eran expresadas en el Parlamento por lo menos todos los políticos pasaban por contaduría. Ese mismo clivaje territorial que el estupendo historiador Darío Macor y su colega Cesar Tacht describieron como el límite a las aspiraciones obreristas del peronismo, quien buscó apoyo en los conservadores olvidados de La Concordancia para enfrentar al sabatinismo cordobés y sus extensiones en las provincias chicas. Ese mismo clivaje territorial caracterizó al realineamiento conservador del menemismo, quien terminó de exorcizar al sindicalismo en favor del poder de los gobernadores y sus militantes.
Esta vez, sin embargo, las provincias grandes son la cuna de un partido de centroderecha, mientras que el rol de La Concordancia es jugado por el radicalismo de las provincias chicas que sigue siendo el otro peso pesado institucional de la política Argentina. No sabemos por cuanto tiempo.
El otro gran clivaje es el de clase social, fortalecido en estos últimos años con la expansión de redes sociales y políticas que favorecieron a los sectores de menores ingresos. Importa poco que se acuse al kirchnerismo de torcer las estadísticas o mentir sobre el número de pobres en Argentina. Las diferencias en las preferencias electorales de distintos sectores sociales hablan a las claras sobre el clivaje de clase en la política argentina.
Esto es lo que muestra el cuadro elaborado por PASCAL/UNSAM en la Tabla 1. Mientras que en los sectores de menor educación y menor ingreso las preferencias electorales fueron a Scioli por más de 15 puntos, los sectores más educados y de mayores ingresos votaron a Macri por más de 20. No es nuevo este clivaje en la Argentina. Diferencias en las preferencias del voto caracterizaron a la competencia entre conservadores y radicales a principios del Siglo XX. También estuvieron a la base de la competencia entre radicales y peronistas en la posguerra.
EL 2X4 QUE SE VIENE
Clase y territorio, dos clivajes con cuatro combinaciones que caracterizan las diferencias políticas de los electores argentinos a los cuales responderá el Gobierno electo así como también el peronismo desde la oposición. En las provincias grandes, un oficialismo de centroderecha se las verá frente a frente con un peronismo que tan sólo trabajará de oposición a través de su militancia territorial y sindical. No hay gobernaciones que los aten y les demanden responsabilidad. Por ende, todo augura una interna partidaria por demás volátil. En las provincias chicas, un peronismo con instituciones y necesidades fiscales pero con un número limitado de electores, tendrá que negociar con el Ejecutivo por recursos y también con la interna del partido por una cuota más amplia de poder.
Son tiempos de negociación y reacomodamiento en los cuales el Congreso tendrá un rol clave. El 2x4 en los pasillos del viejo palacio dominará las negociaciones sobre el tema buitres y la unificación del mercado cambiario, así como las condiciones de acceso al crédito externo que precisará el Gobierno, urgido de plata y presto a emitir deuda para financiar sus proyectos en materia de política pública.
Ser gobierno es difícil. Ser gobierno desgasta. Lo sabe el peronismo y, sin duda, el radicalismo. En el año 2000, nuestro colega Nicolás Gadano, en aquel momento subsecretario de Relación con las Provincias del Ministerio de Economía, le comentaba a un grupo de estudiantes de la Universidad Di Tella: “El peronismo es como la Hidra de Lerma, cuando terminas de negociar con una cabeza te aparece otra”. Las negociaciones que se vienen estarán cortadas por el clivaje territorial y de clase. Efectivamente, aun cuando se ha criticado a los políticos argentinos, estos entienden que los votantes de nuestro país son gritones y demandantes. Este es un país donde los votantes se hacen escuchar y donde los representantes los escuchan. Llegó la hora del PRO de demostrar no sólo que puede ganar el Ejecutivo sino también que puede hacerse cargo del país, que puede administrar los conflictos territoriales y de clase. Es decir, llegó la hora de que demuestre que la alternancia política es entre opciones de gobierno y no sólo entre opciones electorales.