Por Néstor Leone
Más allá de las diferencias profundas, Cambiemos y el kirchnerismo comparten perspectivas sobre el futuro del sistema político
1. REPOLARIZADOS
Vuelven a elegirse como rivales. Como sucedió en la última década y media. Desde posiciones distintas. Y con relaciones de fuerzas cambiantes. Y, como profecía autocumplida, reforzada hoy por las circunstancias. Por cierto, la disputa ya no es entre el PRO circunscripto al distrito porteño y el Frente para laV ictoria como fuerza nacional. La pelea retroalimentada tiene hoy, por un lado, a Cambiemos, un frente electoral más transversal de lo esperado y extendido territorialmente, un interbloque parlamentario más compacto que eficaz y una identidad política en ciernes. Y, por el otro, a Unidad Ciudadana, que intenta convertirse en una fuerza de nuevo tipo, menos atada a los esquemas partidarios que la contienen pero deudora de ellos, con presencia focalizada en unos pocos distritos, aunque con pretensiones de volver a disputar el liderazgo dentro del universo peronista, y aferrada a la suerte de su principal (¿y única?) referente. Los resultados de las primarias en el clave escenario bonaerense, con la victoria de Cristina Kirchner por un margen más acotado de lo esperado, pero victoria al fin, y las chances fortalecidas del oficialismo de revertir la ecuación en las generales de octubre, agregan elementos para que la polarización discursiva e ideológica se acentúe y también se vea reflejada en términos electorales. Con el mayor rezago de las terceras fuerzas y un escenario con menos matices, sin indiferentes y pocos neutrales. Y estrategias de campañas con eje en barrer más allá de los reductos propios. Cambiemos, en ese sentido, confía en ampliar adhesiones entre quienes no participaron de las primarias (suele tener mayor anclaje entre los sectores más indiferentes políticamente y entre los segmentos etarios más altos) y sumar votos entre quienes optaron por 1País, principalmente. El origen peronista de muchos de éstos, confían en el Gobierno, no será obstáculo, frente a una composición sociodemográfica y cultural (si se quiere) más cercana. Mientras el kirchnerismo intentará sumar votos del centro a la izquierda entre quienes no alcanzaron el mínimo indispensable o entre quienes quedaron muy rezagados y, sobre todo, apelará a un mayor trabajo territorial de sus intendentes, mayor presencia en los medios de parte de ella y a un esquema de campaña de sintonía fina y más focalizada. Con eje en las “políticas de ajuste del Gobierno”, presentes y por venir, por cierto. Pero también en la necesidad de contrabalancear y poner un límite a “la concentración de poder” del Ejecutivo y revertir el “ deterioro de las instituciones”, como ya señaló Cristina a poco de retomar la campaña.
2. MINORIAS INTENSAS
Este juego en espejo, como quedó dicho, tiene su historia. Vinculada con las limitaciones de ambos espacios y con la necesidad de potenciarse en contraposición.Y tiene, también, sus razones más profundas. La lógica superspuesta entre esa polarización en ciernes y la fragmentación persistente del sistema político (y del entramado social) ofrece algunas respuestas. Por cierto, ambos espacios se constituyeron como minorías intensas y actúan como tales, más allá de que en el camino hayan podido construir mayorías lábiles y transitorias. El kirchnerismo supo conducir los liderazgos parciales de un justicialismo desestructurado y ofrecer una salida política luego de la crisis de 2001-2002, perdurable en el tiempo; pero no pudo lograr que esos liderazgos, tan evanescentes como altamente pragmáticos, conformasen una nueva síntesis, ni pudo trascender como cultura política y como identidad más allá de su núcleo duro. Incluso, geográficamente. De alguna manera, su regreso al llano provisto de pocos espacios institucionales donde hacer pie y la tensión manifiesta con sectores del peronismo-justicialismo que ponen en cuestión la ascendencia de Cristina mostró en estos meses esas limitantes. Que la apelación a una Unidad Ciudadana, con nuevos registros discursivos y algunas rupturas estéticas, pretende restañar. Sin las siglas y los símbolos del PJ, esta vez. Aunque sin renegar de una común pertenencia peronista. La convicción de Cristina, compartida con Néstor Kirchner, de que el peronismo es menos un partido que un movimiento y una identidad, se mostró como motor inicial. La certeza, luego de tantos años de militancia sin sacar los pies del “ plato partidario”, de que tampoco debe soslayarse como maquinaria de poder, disciplinada con quienes logran la ascendencia adecuada, a su vez, aparece como gran interrogante. Sobre todo, luego de que la cosecha propia, en aquella clave“ ciudadana”, haya logrado sólo parcialmente, en las primarias, alcanzar los objetivos propuestos.
3. IDENTIDADES
El PRO, en tanto nominalidad política, se construyó como contraparte del kirchnerismo y, a su modo, también como minoría intensa. Cultural y socialmente. Pero, a diferencia de otras experiencias políticas de centroderecha en tiempos de democracia recuperada (con las que tiene otro tipo de continuidades), mostró temprana vocación de gestión y apuesta por conquistar espacios territoriales e institucionales. Con fuerte anclaje en la Ciudad de Buenos Aires y dificultades concretas para extender ese predominio más allá de sus límites. Que el acuerdo con el radicalismo y la Coalición Cívica en Cambiemos pudo revertir. Para representar el amplio, fragmentado y heterogéneo espacio vacante no peronista y, sobre todo, antikirchnerista, y para hacer posible cierta expectativa social de alternancia. De esta manera puede conformar algo parecido a una primera minoría nacional. Bastante por debajo de la circunstancial mayoría que dejó el balotaje de 2015, pero por encima de los cálculos más optimistas del propio espacio. De hecho, en las primarias de agosto, Cambiemos pudo mostrar presencia territorial extendida, triunfos en provincias que le eran ajenas, composición social ciertamente transversal y los contornos de una identidad propia, que excede a los partidos que la integran. Como búsqueda deliberada por parte de quienes conforman desde sus orígenes el PRO (espacio todavía circunscripto a unos pocos grandes centros urbanos), como mandato aceptado sin sobresaltos por parte de la Coalición Cívica y como desafío atravesado por múltiples tensiones, conflictos presentes y por venir y algunos cálculos promisorios por parte del radicalismo. Y, a su vez, como intento de“ reordenar” el sistema política bajo otras premisas.
4. LA TESIS TORCUATO
El corte entre nueva y vieja política de la que hace uso y abuso Cambiemos no es clivaje novedoso en la historia argentina, por cierto. Tampoco taxativo. Ni se corresponde con la comparación de experiencias a las que pretende hacer referencia. El kirchnerismo, en sus inicios, también intentaba leer en esa clave el contexto en el que le tocó intervenir. Con una traducción en términos de centroderechacentroizquierda que sí era novedoso para una fuerza que se reivindicaba peronista. Torcuato Di Tella, autor de un libro de diálogos con Néstor Kirchner y primer secretario de Cultura de su gobierno, había teorizado largamente sobre la necesidad de que el sistema político nativo tendiese hacia el dibujo clásico que el peronismo había truncado con su irrupción. El desarrollo de esa idea no suponía, por supuesto, la desaparición del “hecho maldito”. Ni tampoco su superación. Más bien, pensaba en la posibilidad de recostar sobre el ala que iba del centro hacia la izquierda a los sectores más modernos, reformistas y dinámicos del peronismo, movimiento que, en esa apuesta, lideraría a un conglomerado mayor de fuerzas y espacios no peronistas, pero afines. La dinámica política dejó de lado aquella idea, tanto como la concertación plural y, sobre todo, la reconquista del aparato del entonces estigmatizado PJ
echaron por tierra el concepto de transversalidad. En Unidad Ciudadana y en el esquema que parece tener en su cabeza Cristina, no obstante, se esbozan algunas de aquellas ideas y referencias. La victoria por escaso margen (y la incertidumbre por el resultado de octubre), no obstante, le impiden avanzar como le hubiese gustado. Mientras que la pobre performance de sus eventuales contendientes en el peronismo (gobernadores, pero no sólo) le deja abierta la posibilidad de quedar en pie para disputar el liderazgo opositor.
5. RELATOS
El clivaje nuevo y viejo, Cambiemos lo complementa con el corte republicanismo versus populismo, colocando toda la connotación positiva en el primero y demonizando al segundo. En esa clave escribe su relato.Y piensa las características más propicias de un sistema político a su imagen y semejanza. En ese esquema necesita de un bloque propio compacto y subordinar a los principales actores del esquema precedente. El peronismo, por cierto. Pero también el sindicalismo y los movimientos sociales. El esquema de gobernabilidad en el que se basó en sus primeros dos años de Gobierno necesitó de acuerdos parlamentarios amplios, buena relación con la mayoría de los gobernadores y contener a los movimientos sindicales y sociales. Cuánto de esto puede cambiar de aquí en más es una de las preguntas que se abren. Que la sustentabilidad de mediano plazo que tengan su programa de gobierno y su proyecto de país (distintos al los del kirchnerismo) contribuirá a responder