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El dilema de la representación

11 noviembre de 2011

(Columna de María Esperanza Casullo)

La debilidad de la oposición no es producto de su oferta electoral sino de su deteriorada relación con la sociedad.

Mucho se ha dicho sobre el alto porcentaje de votos que obtuvo la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, que la transformó en la presidenta más votada desde el restablecimiento de la democracia. Sin embargo, hay que detenerse en el segundo dato relevante, que es la amplísima diferencia entre la fórmula del FPV y su segundo. Este dato es más original que el 54% de votos en sí.

Raúl Alfonsín ganó las elecciones presidenciales de 1983 con casi el 52%; sin embargo, en esas elecciones el PJ sacó un 40%. En 1995, Carlos Menem arañó el 50% de los votos, pero fue seguido por la Alianza Frente Grande con un 28%, y en 1999 la Alianza obtuvo 48% de los votos, seguido por el PJ que, aún en una mala elección, retuvo el 38% de los sufragios. Entonces, podría decirse que lo más llamativo de esta elección no fue tanto el elevado porcentaje de la fórmula encabezada por Cristina Kirchner (o, al menos, no es un dato inusitado, ya que desde el '83 hasta aquí el electorado ha demostrado que, con la excepción de la elección del 2003, gusta de elegir a sus presidentes con mayorías claras), sino el desplome total y absoluto de las fuerzas de la oposición. En 1983, 1995 y 1999 las segundas fuerzas sacaron más o menos entre un 30% o 40% de los votos.

Sin embargo, en esta elección no son 10 o aún 20 puntos los que separan al primero del segundo, sino una inédita diferencia de 38 puntos. La debilidad opositora queda más en evidencia al notarse que la segunda fuerza es una coalición relativamente nueva de partidos, con poco tiempo de convivencia, con bajo anclaje nacional por fuera de Santa Fe, de la que no participa la Unión Cívica Radical, y que no pudo resultar ganadora ni siquiera en su propia provincia.

Es imperativo que los partidos de la oposición se reconstruyan; un sistema presidencialista como el de la Argentina no está diseñado para funcionar con tan alta fragmentación partidaria. Cabe entonces la pregunta de cómo habrá de darse esta reconstrucción. Sin querer caer en el hoy popular deporte de castigar a los partidos opositores por sus opciones, utilizando para ello el diario del lunes, hay que señalar que los partidos opositores deben concentrarse en fortalecer (o recrear, inclusive) la dimensión representativa de su accionar, por sobre la dimensión puramente electoral.

Se ha hablado mucho de las fortalezas o debilidades de los partidos opositores en términos de su oferta electoral. Sin embargo, me gustaría postular que el principal problema de los partidos opositores hoy (sobre todo de la Ucr y con la excepción notable del Pro) no se encuentra tanto a nivel de oferta electoral, sino en un nivel más profundo: el de su relación con la sociedad. En una democracia de partidos, estos tienen el cometido de representar.

Un partido político es antes que nada un dispositivo que existe para representar las preferencias, la ideología, la Weltanshchauung inclusive, de un sector social determinado, que puede ser más o menos amplio. Esta función representativa de los partidos se cumple, por supuesto, en la victoria; pero también debe seguirse cumpliendo en la derrota, y es esta relación de ida y vuelta entre sociedad y partido lo que le otorga vitalidad a lo que, sin ella, se transforma en una cáscara vacía. La Unión Cívica Radical llegó a cumplir 100 años de historia porque, con sus más y sus menos, con aciertos y errores, representó durante todo el Siglo XX a un sector amplio, si bien ya no automáticamente mayoritario luego de 1945, de la sociedad argentina: las clases medias, urbanas, de profesionales o empleados, articulados identitariamente alrededor de ciertos símbolos, como la educación pública o la admiración a la socialdemocracia europea, y del rechazo a la identidad peronista. Esta representación se enraizaba en la fuerte implantación de la Ucr en ámbitos cruciales, como la militancia universitaria o la vida política de las ciudades medias de la provincia de Buenos Aires. En el caso de la Ucr, es esta implementación lo que se ha roto, mucho más que su capacidad de presentar tal o cual candidato en una lista.

Como dijo Juan Carlos Torre recientemente, para comenzar a ser radical hoy hay que haber sido radical siempre; no es casualidad que, con muy pocas excepciones, los nombres relevantes de la primera plana radical sean hoy los mismos que hace veinte años, o que la participación radical en el voto juvenil sea exigua. Esta pérdida de la capacidad representativa es grave, ya que la implantación partidaria permite que, por un lado, bajen del partido a sus representados cosas (mensajes, ofertas electorales, pedidos de apoyo) pero también, y más importante aún, permiten que suban elementos de la sociedad al partido (ideas, demandas, señalamientos de adonde están los problemas que estallarán en el futuro reciente y jóvenes militantes que se convertirán, el día de mañana, en dirigentes). Un partido que no representa a alguien es un partido que no es relevante para nadie.

El desafío

El Frente Amplio Progresista pareciera estar en mejor situación que la Ucr en este sentido, por cuanto participan en él fuerzas con entramado en lo territorial, como el socialismo santafecino, y con cierta presencia de movimientos sociales, como Libres del Sur. Sin embargo, hay que señalar que si la aspiración del FAP es representar a los mismos sectores de clase media urbanos con una identidad antipopulista, esto implicará entrar en una disputa cuerpo a cuerpo con la Ucr, que imagina representar a los mismos sectores e inclusive con el EDE, de Martín Sabbatella, que abreva de la misma fuente.

Esto deja, además, a un sector importante del electorado sin representación. Alguien deberá representar a los sectores de centroderecha y derecha, ideológicamente neoliberales. El colapso del peronismo federal deja el campo libre al Pro para hacerlo. Veremos cuán rápido puede expandirse la fuerza vecinal del área metropolitana de la CABA a todo el país.

Todas estas fuerzas deberían concentrarse en fortalecer su capacidad representativa, expandiendo su imbricación territorial, desarrollando redes de militantes, fortaleciendo sus bloques legislativos (no tanto como “control” del Poder Ejecutivo sino presentando sus propios proyectos y desarrollando acción legislativa propia), discutiendo su identidad ideológica, antes que obsesionarse con encontrar “el” candidato que les permitirá ganar la próxima elección presidencial, o sentarse a esperar un colapso causado externamente del PJ. Pues la experiencia muestra que, dado lo primero, se sigue lo segundo; a la inversa, sin embargo, no sucede lo mismo.

(De la edición impresa)

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