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El enigma Scioli

19 diciembre de 2014

(Columna de María Esperanza Casullo)

El gobernador no es percibido ni evaluado por la sociedad en tanto gobernador sino como eterno y esperanzado precandidato a Presidente

Daniel Scioli es gobernador de la provincia de Buenos Aires pero antes fue muchas otras cosas. Fue motonauta, secretario de Deportes de la Nación bajo el fugaz gobierno de Adolfo Rodríguez Saá (a quien acompañó en su bizarra conferencia televisada de renuncia en Merlo, San Luis), fue vicepresidente de Néstor Kirchner, fue candidato testimonial a diputado. Es, además, precandidato presidencial del PJ-FpV (o FpVPJ, según diga el lector) y es el tal vez la única wild card, el único comodín sin valor fijo de todo el conjunto de precandidatos. Si Mauricio Macri es el candidato de la derecha moderna y urbana y Sergio Massa la esperanza de un intendente del conurbano que sea peronista pero no tanto, Scioli es el eterno candidato a Presidente, el político que no despierta entusiasmos militantes pero que al mismo tiempo parece inmune al desgaste generado por dos períodos de gestión de una provincia casi ingobernable. Es también aquel que parece estar decidido a convertirse en heredero del kirchnerismo aun a pesar del kirchnerismo. Y es alguien que parece estar en buena situación para romper la vieja maldición de que ningún gobernador de la provincia puede llegar a ser Presidente.

¿Llegará Scioli a Presidente? ¿Romperá esas maldiciones? Y, más importante, ¿si lo hace, por qué será? ¿Por qué Scioli flota y flota y no cae haga lo que hiciere? ¿Por qué el kirchnerismo podría desembocar, aún a su pesar, en alguien que en gran medida representa valores y estilos antitéticos con el mismo?

Demos un dato. Antes de hablar de ideologías (un términos al mismo tiempo tan duro y tan evanescente), me interesa señalar que Scioli es el único de los presidenciables que no tiene asociado a su figura ningún programa público emblemático. Florencio Randazzo tiene los trenes y los DNI; Mauricio Macri tiene el Metrobus; Sergio Massa tiene las cámaras de seguridad de Tigre y el botón antipánico. Agustín Rossi no tiene grandes pergaminos de gestión en el Ejecutivo pero tiene una docena de leyes emblemáticas para este gobierno logradas en el Congreso. Sergio Urribarri, dicen, puede jactarse de haber acercado a Miguel Galluccio al Gobierno. Jorge Capitanich, por dar un ejemplo más lejano, tiene (o tenía) su tablero de metas de seguimiento del Estado. Pero Scioli no es conocido por ninguna política pública innovadora en particular. Sí, es cierto, su administración ha quedado asociada a un ministro de Seguridad con discurso de “mano dura”, pero ese discurso no ha consistido en otra cosa que en mantener más de lo mismo que ya existía en la PBA. Es cierto que la provincia de Buenos Aires es tal vez el distrito más difícil de gobernar de la República Argentina (mientras que la CABA es el más fácil) pero, aun así, la infraestructura de la provincia muestra grietas en cada inundación, las cifras de delito han dejado de mejorar y la escuela funciona bajo constante amenaza de conflicto docente. Es cierto también que la PBA tiene inmensas deudas de política pública de gestiones anteriores y es un distrito que ha sido victimizado constantemente por las otras provincias en la distribución de recursos económicos y poder político, sin embargo, si uno pregunta a la gente “por qué le gusta Scioli” la respuesta nunca es “por su gestión”.

Sin embargo, y a pesar de todo esto, es innegable que Scioli gusta. Gusta al menos lo suficiente como para entrar con suficiente inercia a la carrera por las PASO del PJ. Scioli gusta al público lo suficiente para suscitar las adhesiones de gobernadores y políticos del interior. Gusta lo suficiente para estar en condiciones de ser asumido por Macri y por Massa como el más probable. Gusta para resistir inundaciones, acuartelamientos policiales o casos como la búsqueda de los Pomar.

En este sentido, Daniel Scioli goza de los beneficios de una posición paradójica: es gobernador de la provincia más grande e importante de la Argentina, pero a pesar de eso no es percibido ni evaluado en tanto gobernador sino como eterno y esperanzado precandidato a Presidente. En un punto, es como si se lo evaluase no en relación a lo que se espera de él como gobernador, sino en relación a una imagen mental de qué debe ser un Presidente. Y el mayor capital de Scioli es que “se ve” presidencial, incluyendo en estos atributos el hecho de que un Presidente no está tan absolutamente preocupado por los detalles de la gestión.

Hay aquí un peligro por oposición, tal vez, para Florencio Randazzo. La apuesta de Randazzo es ganar conocimiento y adhesiones a fuerza de gestión. Esta estrategia ha mostrado hasta ahora buenos frutos, ya que Randazzo es el primer ministro del Poder Ejecutivo que puede ser competitivo a nivel nacional sin pasar antes por la gestión territorial en mucho tiempo, tal vez desde los tiempos del secretario de Trabajo, Juan Domingo Perón. Sin embargo, hoy, en los meses del sprint final hacia las PASO, esa imagen de gestor puede entrar en en competencia con la construcción de una imagen más presidencial. Hay que recordar que un presidente no gestiona, sino que establece directivas, delega y reparte premios y castigos. Tal vez sea hora para Randazzo de mechar las fotos con trenes con algunos pronunciamientos más generales sobre macroeconomía, sobre educación, sobre política internacional. El riesgo es, si no, es que sea aprobado como funcionario pero no llegue a “dar presidenciable”.

Pero volvamos a Scioli. “Todo el mundo” sabía que Scioli “bajó a provincia” como una ruta alternativa hacia la Presidencia, por lo tanto, Scioli no es considerado un gobernadorgobernador como sí lo era, por caso, Duhalde. La debilidad de Scioli, que es, finalmente, un gobernador que no tiene alambrado su territorio como lo tenía Duhalde y lo tiene hoy, por ejemplo José Manuel De La Sota, es paradójicamente una fortaleza: si Scioli es el primer gobernador de la PBA que recoge adhesiones de otros gobernadores y aspirantes a gobernadores del interior en la carrera hacia la presidencia lo es, contrario sensu, porque es visto como un gobernante bonaerense débil que deberá gobernar sí o sí en consulta permanente con los gobernadores de las otras provincias.

¿Le alcanzarán estos capitales ?su perpetua prepresidencialidad y su carácter de primus inter pares gubernatorial? para llegar? ¿Es posible ser presidente en esta Argentina sin tener imagen de gran gestor? ¿Será finalmente sobrepasado en la última curva por Florencio Randazzo? ¿Logrará convertirse en el candidato natural que aspira ser? No lo sabemos aún. Sì sabemos que, hasta el día de hoy, Scioli flota.

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